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Otra deuda de la literatura con las mujeres

Autora de la recién rescatada ‘El corazón verdadero’, renovó las letras británicas entre los años veinte y cuarenta y fue, además, musicóloga, poeta y miembro de la Cruz Roja

Sylvia Townsend Warner no fue a la escuela. No porque no quisiera, sino porque no había escuela que la quisiera a ella. Fue una niña salvajemente divertida para la Inglaterra de finales del XIX. A Sylvia Townsend Warner la expulsaron de la guardería por reírse de las monitoras. Las imitaba a todas, y de forma tan brillantemente absurda que algunas de ellas suplicaron a la directora que le quitasen a aquella cría de en medio. Esa cría era la futura escritora de cuentos de títulos tan deliciosos como Mi padre, mi madre, los Bentley, el caniche, Lord Kitchener y el ratón.

Sylvia Townsend Warner, en la década de los cuarenta.Otra deuda de la literatura con las mujeres

Recién recuperada por Gatopardo, El corazón verdadero se publicó originalmente en 1929. Esto es, tres años después de su primera y más conocida novela, Lolly Willowes (Siruela/Minúscula) que anticipó demasiadas cosas. Fue uno de los primeros clásicos del feminismo y hasta de lo fantástico que simplemente juega a serlo. Lolly es uno de esos personajes suyos apartados de la sociedad, y apartados por vocación. Es una mujer con gato que decide empezar a coquetear con la brujería. Aunque a Warner lo que le gustó desde niña, además de imitar a profesoras, fue la música. Llegó a ser una reconocida musicóloga especializada en la música de los siglos XV y XVI. Buena parte de las entradas de los enciclopédicos diez volúmenes de la Tudor Church Music publicada por la Universidad de Oxford son suyas. No se acercó a la literatura hasta los 32 años con una antología poética.

Por entonces, mediados de los años veinte del siglo pasado, empezaba a producirse en Inglaterra lo que La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons, resumiría a la perfección casi una década más tarde, en 1933, cuando fuese distinguida con el Prix Femina-Vie Heureuse, esto es, una pequeña explosión de inteligentísimas y, casi siempre en extremo divertidas, autoras. Como Warner, en muchos casos se estrenaban con un poemario –ocurrió lo mismo con Gibbons– y escribían con asiduidad en todo tipo de publicaciones. Renovaron desde un segundo primer plano la narrativa británica de la época, mientras sus homólogos masculinos –desde Evelyn Waugh a Edmund Crispin pasando por Kingsley Amis– se llevaban fama y laureles.

En muchos casos, las novelas escritas por estas autoras se publicaban y no se promocionaban, se olvidaban, y apenas de ninguna de ellas llegaba a haber una segunda edición, porque se tenían por cualquier cosa prescindible

Me contó en una ocasión el escritor Peter Cameron, autor de, entre otras, la celebrada Algún día este dolor te será útil (Libros del Asteroide) que hasta hacía no demasiado era “complicadísimo” dar con una novela de no ya nombres como los de Rose Macaulay o Penelope Mortimer, al fin y al cabo, en primera línea entonces, cuyos títulos, en muchos casos, se tuvieron por long sellers, sino de muchas otras, menos afortunadas, como Barbara Pym, o la misma Elizabeth Taylor –algunas ya hijas de esta primera ola–. Sabía de lo que hablaba porque llevaba años coleccionando viejas ediciones y descubriendo, según me explicó, cada día autoras cuya existencia ignoraba. Eran, en sus palabras, “brillantes”, “mucho más que muchos de los hombres que se hicieron famosos en esa época y que hoy son considerados clásicos”. Su obsesión le hizo detectar cómo, cada cierto tiempo –por ejemplo, en la década de los setenta– se producía una pequeña recuperación –siempre parcial– de todas ellas. 

Algo que, dijo, estaba volviendo a pasar ahora.

Sin embargo, en muchos casos, contaba Cameron, la novela se publicaba y no se promocionaba, se olvidaba, y apenas de ninguna de ella llegaba a haber una segunda edición.

Ese fue el caso de El corazón verdadero y buena parte de la obra de Townsend Warner, a excepción de Lolly Willowes y su polémica biografía sobre T. H. White. Otra cosa que se obvió, pues, como dice Sarah Paulson en Ratched, “si salvas una vida te llaman héroe, pero si salvas 100 te llaman enfermera”, es su participación en la Guerra Civil española, no empuñando ningún fusil, como el harto homenajeado George Orwell, sino subida a una ambulancia de la Cruz Roja. Townsend Warner fue miembro del Partido Comunista británico y participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura que tuvo lugar en Madrid en 1937, donde se quedó a intentar salvar vidas.



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