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Lo que he aprendido de la navidad

Seguramente hubo tristeza y dolor en su rostro al contemplar el único lugar disponible para ellos: Un establo

Por ejemplo, José, designado para criar al hijo de Dios aquí en la Tierra. Al haber tenido yo la bendición y la responsabilidad sagrada de tener mis propios hijos, me imagino lo que José pudo haber sentido al estar viviendo las circunstancias que rodearon el nacimiento de ese hijo tan especial. Y llego yo a la conclusión de que seguramente José no siempre tuvo en su rostro ese semblante impasible y esa tranquilidad con la que se le representa en las conocidas figuras de los nacimientos.

Lo que he aprendido de la navidad

Pienso que tal vez su rostro reflejó también angustia al ver a María, su amada esposa, sentada sobre una piedra, sufriendo silenciosamente los dolores del parto que ya se acercaba, pero sin emitir una queja por lo precario de su situación.

Seguramente hubo tristeza y dolor en su rostro al contemplar el único lugar disponible para ellos: Un establo. Al lado de los animales, con los olores y la suciedad que ello debía incluir.

Y tal vez también hubo lágrimas mientras limpiaba el estiércol y trataba de encontrar paja limpia y se preguntaba, “¿Habrá condiciones más insalubres, más propensas a las enfermedades y más despreciables en las que pueda nacer un niño? ¿Es éste un lugar digno de un rey? ¿Está mal desear que ella tenga un poco de comodidad? ¿Es correcto que él nazca aquí?”.

María y Jesús

De María, por otra parte, he aprendido que seguramente en todo momento apoyó a su esposo, y que al comprender lo que estaba él sintiendo, lejos de reclamarle por no poder brindarle más comodidades en ese momento, lo alentó con una sonrisa y tal vez le dijo algo como: “¡Ánimo, José! Todo va a estar bien. Estamos juntos en esto y Dios nos bendecirá”.

Y del pequeño Jesús he aprendido que con su llegada trajo luz y esperanza, primero para sus atribulados padres, y luego, para la atribulada humanidad.

Misiones benditas

Finalmente, he aprendido de la navidad que ninguna de las circunstancias difíciles que la precedieron pudo detener o impedir que cada personaje de esa hermosa familia cumpliera su misión. La misión que se les había confiado.

José, por lo que se ve, fue un excelente padre y estuvo a la altura de su asignación. Seguramente en algún momento tembló ante la responsabilidad de criar al hijo de Dios, pero en base a buscar la guía de los cielos y de estar consciente del impacto que tendría el trabajo que él, como tutor terrenal realizara, pudo en su momento rendir buenas cuentas al respecto.

María, aunque sabía quién era el verdadero padre del niño, tal vez no se imaginó el impacto que éste tendría cuando creciera y revelara al mundo quién era, pero en todo momento cumplió su papel de madre al estar siempre ahí para su hijo, apoyándolo, animándolo, colmándolo de amor. Lo recibió en un establo, lo despidió en una cruz; nunca fue fácil su papel, pero sus lágrimas se convirtieron en gozo cuando alguien le informó que la tumba de su hijo estaba vacía. 

Y Jesús, finalmente, llevó a cabo su acto de amor, previo a lo cual había dicho estas hermosas y enternecedoras palabras: “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga la vida por sus amigos”. A ese amigo que nos amó a tal grado es al que festejamos en navidad. Nunca lo olvides, porque también he aprendido que en estas fechas es fácil olvidar al festejado principal. 

Esta nochebuena te invito a dejar una silla vacía en tu mesa cuando se reúnan para cenar. Inviten a Jesús a que los acompañe y él vendrá, y estará con ustedes, recordando con su presencia espiritual que a cada uno se nos ha confiado una misión, y que tenemos la capacidad de llevarla a cabo, por difíciles que puedan ser las circunstancias.

Feliz cumpleaños, Jesús, amigo. Te esperamos en casa esta nochebuena.

Y para todos ustedes, mis amigos, feliz navidad.

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