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Las muchachas radiactivas

Kate Moore reconstruye en ‘Las chicas del radio’ la tragedia de las mujeres que hace un siglo murieron por trabajar con el elemento tóxico en la fabricación de relojes fluorescentes

Cuando Catherine Wolfe Donohue llegó al almacén de la Radium Dial Company, en Illinois, a finales de la Primera Guerra Mundial, no podía ser más feliz.

Una trabajadora emplea pintura luminosa en una fábrica de relojes en 1932. Las muchachas radiactivas

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SÍMBOLO DE SOFISTICACIÓN

El Radio era por entonces emblema del buen gusto, sinónimo del lujo y del progreso. A todo se le añadía: a los aparatos de radio, a la mantequilla, incluso al agua. Se le trataba como un tonificante milagroso. Por su novedad, se le conferían propiedades casi mágicas. Las chicas que entraban a trabajar en empresas de pinturas que contenían Radio adquirían una sofisticación que no era solamente simbólico: al estar en contacto con sus partículas, su piel, su pelo y su ropa brillaban como luciérnagas fosforescentes en la oscuridad. Así las llamaban: las muchachas luminosas.

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‘ESCUADRÓN DE LAS MUERTAS VIVIENTES’

Tan sólo 20 años más tarde, serían conocidas como el “Escuadrón de las muertas vivientes”. Los centenares de mujeres que trabajaron para estas compañías caían envenenadas, con tumores y dolores terribles, primero en la boca y más tarde en los huesos. Una tras otra, todas murieron. También Wolfe Donohue.

Esta es la historia que cuenta la periodista Kate Moore en “Las chicas del radio” (Capitán Swing), en la estela de publicaciones que pretenden dar a conocer la importante labor que desarrollaron muchas mujeres en la historia de la ciencia y que es apenas conocida.

Pero no sólo es un libro científico. Es notable la investigación histórica que arroja algo de luz a cómo la experimentación con nuevos materiales se ha cobrado infinidad de vidas. En este caso, la ingenua y persistente idea del progreso científico como noción positivista, aplastante y sin fisuras se pone en tela de juicio a lo largo de los años 30 cuando los investigadores comienzan a entender que el Radio no es la piedra filosofal, sino un elemento altamente tóxico, que penetraba en los huesos de estas mujeres como el calcio. Sus huesos, repletos de este elemento, emitían radiación desde su interior.

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ALZARON LA VOZ

“Las chicas del radio” también pone de relieve la acción colectiva que desarrollaron estas mujeres cuando se dieron cuenta de que algo no iba bien y que nadie se quería hacer responsable de sus ya seguras muertes. Las muertas vivientes, en realidad mujeres aún jóvenes y moribundas, se asociaron para demostrar que había algo que las estaba matando y que sin duda tenía que ver con su contacto directo con el radio.

El libro describe las malas praxis laborales a las que fueron obligadas y que demuestran la falta de protección de las obreras: a ellas se les sometía a contacto directo con el elemento, pero los técnicos de laboratorio de las mismas empresas sí tomaban precauciones para protegerse.

También incide en la tenacidad de ellas: las que quedaban vivas en 1938 demandaron a las dos compañías responsables de su contratación: Radium Dial Company y United States Radium Corporation y tras larguísimos y degradantes procesos judiciales ganaron la batalla. Pese a todo, la mayoría fueron repudiadas por sus comunidades. Hasta finales de los 60 Moore descubrió que muchos de sus compañeros de las fábricas seguían mintiendo al decir que murieron por sífilis.

Moore realiza un excelente trabajo de investigación que mezcla las historias personales de una gran cantidad de mujeres con el conocimiento científico y médico y traza la huella del Radio y la importancia de la demanda de esas desconocidas chicas para los derechos de los trabajadores.

Poco tiempo más tarde, en el conocidísimo Proyecto Manhattan, que trabajaría con Plutonio para desarrollar las primeras armas nucleares en la Segunda Guerra Mundial, los científicos extremarían las precauciones.




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