Por qué queremos tanto a Joseph Roth
No había ningún indicio de que más de 80 años después de su fallecimiento, el escritor sería uno de los autores de moda, uno de los más venerados, citados y homenajeados a comienzos del siglo XXI
No se puede decir que no gozase de cierta fama y reconocimiento en vida —La marcha Radetzky fue un novelón con muchos devotos y Marlene Dietrich puso de moda su nombre al confesar que su libro favorito del mundo era Job—, pero cuando Joseph Roth murió de cirrosis en un hospital de París en mayo de 1939, ni los judíos de la ciudad le cantaron un kadish, pues lo tenían por un converso, ni los curas católicos consintieron echarle una misa, pues nadie sabía si estaba bautizado.
Dejó un manuscrito inédito que publicaría meses después un editor alemán en el exilio de Ámsterdam, en una edición casi secreta que estuvo a punto de perderse en la albada de la nueva guerra. Nada apuntaba a la posteridad.
El olvido ya se había hecho fuerte incluso entre sus amigos, apátridas como él y algunos pronto suicidas, como Stefan Zweig. No había ningún indicio de que más de 80 años después sería uno de los autores de moda, uno de los más venerados, citados y homenajeados a comienzos del siglo XXI.
El interés por Roth crece y parece inagotable. A las constantes reediciones de sus libros en español se suman este otoño ensayos sobre su figura, como el magnífico de Berta Ares Yáñez, ‘La leyenda del santo bebedor’, legado y testamento de Joseph Roth, que detalla las claves bíblicas y judías imprescindibles para entender sus libros.
- Acaba de salir también una nueva biografía en inglés, a cargo de Keiron Pim, que actualiza el mito y profundiza en él, aunque pocas pruebas más contundentes de la vitalidad de Roth que su inclusión como personaje en Nocturno berlinés, la última entrega de Corto Maltés.
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Son misteriosas e inefables las razones que llevan a una legión de lectores a interesarse por la obra y vida de un pobre judío apátrida y alcoholizado, pero voy a aventurar media docena de rasgos que apuntalan la contemporaneidad de Roth y pueden explicar por qué tantos fieles lo sentimos uno de los nuestros.
1. Es un profeta. Joseph Roth fue uno de los primeros intelectuales que predijo el Holocausto, aunque no vivió lo suficiente para ver sus profecías cumplidas. Comprendió con hondura la transformación xenófoba y violenta de la sociedad alemana y señaló a los nazis como los destructores de la civilización, antes incluso de que alcanzasen el poder, y mucho antes de que la amenaza fuera tomada en serio por nadie.
En Judíos errantes narra el mundo del shetel, la cultura judía de Polonia y Ucrania en la que nació y que consideraba ya perdida (¡En 1927, ocho años antes de las leyes de Núremberg!), y La filial del infierno en la tierra o El Anticristo son alegatos dolorosos de puro lúcidos. Leídos hoy, asombra cuánta razón tenía y cuán solo estaba gritándola.
2. Es un nómada que nunca tuvo casa. La juventud del siglo XXI, angustiada por una vida a salto de mata, sin hipoteca ni jardín, se parece un poco a la vida de Roth, que vivió siempre en hoteles, no tuvo hijos y mantuvo relaciones amorosas que hoy llamaríamos fluidas, abiertas y libres (una de ellas, trágica: casi todo su dinero se iba en pagar las clínicas donde trataban a su esposa esquizofrénica).
Su primera obra importante fue Hotel Savoy y desde entonces sus libros estuvieron llenos de vagabundos, viajantes y buscavidas. No hay Ulises ni Ítacas en sus páginas: todos asumen que la vida es frágil y mutable, y hay que adaptarse al movimiento perpetuo, porque el capitalismo (aquí viene la conexión Roth-15M) ha destruido las certezas y el sentido de comunidad.
3. Añora lo sagrado. Como todo desarraigado, siente una enorme nostalgia por un mundo donde otra vida era posible. Una vida con lazos comunitarios, donde las cosas tenían un sentido y la trascendencia era un milagro cotidiano que ningún cínico negaba.
Seguramente hoy le caería el sambenito de neorrancio, y La marcha Radetzky puede pasar por un monumento reaccionario digno de un discurso de Santiago Abascal, si este supiera hacer discursos buenos.
Pero no le faltarían defensores posmodernos —como no le faltan, de hecho— que interpretarían su querencia nostálgica como una respuesta sutil a la banalidad del presente.
En los libros de Roth ya viene anticipado todo el debate feroz sobre los usos de la memoria y la historia que marca tantas discusiones de hoy.
4. Es un narrador legible que trasciende las modas. La voz de Roth es única. No se adscribe a movimiento alguno, no se parece a casi nada y por eso no necesita explicación ni exégesis. Aunque le caben muchos análisis, como ha demostrado Ares Yáñez.
Se entiende mejor con unas pinceladas de conocimientos de judaísmo, pues toda su narrativa bebe de esa tradición, pero no hace falta estar al tanto de las disputas teológicas entre jasídicos e ilustrados en la Polonia del siglo XVII para entender Tarabás o
El peso falso, pues Roth fabula como un contador de historias oral, con una sencillez que encandila y trasciende cualquier barrera cultural o histórica. Puede ponerse de moda en cualquier momento, su literatura es atemporal, como la Biblia.
5. Como polemista, no hacía prisioneros. Aterra imaginar a un Joseph Roth tuitero. Hubo pocas polémicas de su tiempo en las que no intervino. Sus colecciones de artículos y sus epistolarios revelan a un discutidor temperamental, ingenioso y muy difícil de contraargumentar, un contertulio temible en cualquier disputa.
Ni la amistad ni las deudas personales suavizaban su juicio: si tenía que discutir con vehemencia y llamar idiota a su interlocutor, lo hacía sin dudar. El pobre Stefan Zweig lo sufrió a menudo.
En no pocas cartas, después de reprocharle con mucho acíbar sus posiciones políticas, Roth le pedía dinero. Lo cortés y lo valiente.
6. Su tragedia personal conmueve al mundo hipersentimental de hoy. Si los libros de Roth no bastasen por sí solos, la vida del escritor (o más bien su muerte) le colocaría en el parnaso del siglo XXI: solitario, desahuciado, enfermo y víctima preventiva de los victimarios más horribles de Europa.
Cuando la dueña del hotel de París donde vivía en los últimos meses le negaba el alcohol, diciendo que ya había bebido bastante, se iba a escondidas a otro café y pedía allí un pernod clandestino. No era un borracho petulante, tan solo triste, un pobre hombre resignado y consumido. Alguien a quien querer.
Imagen del último número de Corto Maltés, ‘Nocturno berlinés’, en la que aparece el personaje basado en el escritor Joseph Roth (a la derecha en la primera viñeta).