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Calor y arte

Las altas temperaturas se han representado en el arte de diferentes maneras, como fuente de enfado, enajenación, alegría o lascivia, y también afectan a cómo se crea y se consume la cultura

“El sol caía casi a plomo sobre la arena y el resplandor en el mar era insoportable”, se lee en el sexto capítulo de El extranjero, de Albert Camus. El protagonista, Mersault, icono existencialista, se ve abrumado en esa playa argelina por el calor, el resplandor, la luz del mundo en verano. “El sol estaba ahora abrasador. Se rompía en pedazos sobre la arena y sobre el mar”. Es una de las escenas más célebres de la literatura: Mersault acaba asesinando fríamente a un hombre árabe de cinco balazos. “Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día”, piensa el protagonista.

Una imagen del artista Alper Dostal que muestra ‘La noche estrellada’ de Van Gogh derretida.Calor y arte

No es la única forma de representar el calor: a veces es portador de las bondades del verano, otras veces lo que trae es lascivia, otras veces provoca arrebatos de mal humor, como los que probablemente experimentamos en estos días pegajosos.

El termómetro del pensamiento

El pensamiento, dice un prejuicio extendido, se entiende mal con el calor. “La filosofía como ciencia, como sistema, como concepto, se ha considerado patrimonio de los fríos países nórdicos. El sur estaría compuesto por mentes ‘calenturientas’: buenas para la imaginación, las sensaciones fuertes, la fiesta, la intensidad vital, pero no para el ‘frío’ concepto”, señala el filósofo Javier Gomá, director de la Fundación March. Siguiendo este razonamiento, los países fríos serían más proclives a la reflexión y los cálidos más indicados para la creación. Alemania, el cerebral silogismo; España, la pasión desatada.

Donde la ciencia habla de grados centígrados y principios de la termodinámica, la música, por ejemplo, dada su naturaleza sensual, ha preferido centrarse en los aspectos erótico-festivos de lo caluroso. “Hace calor, hace calor / Ella tiene la receta para estar mucho mejor”, cantaban Los Rodríguez en Mucho mejor (hace calor), en la que pintaban un feliz panorama de dulces colocones, botellas descorchadas y la práctica del sexo en los balcones.

En Escuela de calor, Radio Futura contaban cómo “arde la calle al sol de poniente” y describían cuerpos desnudos en piscinas privadas, coqueteando estilísticamente con el funk, tal vez el género musical más sudoroso, con permiso del reguetón y de la canción de verano (si alguien le ha cantado al calor es Georgie Dann, ya sea en el contexto de un chiringuito, de una barbacoa, o de una duchita).

Un aspecto más delicado de las temperaturas cálidas es el que se ve en los reflejos de los cuadros de Sorolla y de algunos impresionistas: niños desnudos jugando a la orilla del mar, marineros trabajando en sus redes o la primera burguesía que se acercaba a la playa cuando esta dejó de ser un lugar inhóspito para ser un lugar deseado y distinguido.

Otros calores más mundanos son los que plasma en sus fotografías el británico Martin Parr, que ha reflejado los aspectos más risibles del veraneo masivo: carnes flácidas al sol, obsesión por el bronceado, colores fluorescentes sobre la arena. Llenas de luz y de calor están las imágenes de otro fotógrafo, el alicantino Ricardo Cases, que retrata su Levante natal (la serie El porqué de las naranjas) con una luz deslumbrante, que casi hace sudar al espectador, donde también se asoma el absurdo y la desmesura de una geografía obsesionada con el turismo asalvajado y el hiperdesarrollo inmobiliario.

El calor, versión playera, ha sido protagonista de algunas obras del pintor estadounidense Alex Katz, expuestas este mes en el museo Thyssen Bornemisza o del pabellón de Lituania en la bienal de Venecia de 2019, que transformó en playa una instalación militar. El Heat Pavillion de Olafur Eliasson enfoca el calor de otra manera: una sencilla estructura metálica oculta calefactoras para que quién se coloque dentro pueda escapar del frío (la instaló en el Museo Irlandés de Arte Moderno de Dublín). El artista austriaco Alper Dostal ha imaginado cómo serían algunos de los más célebres cuadros de la historia del arte derretidos (un mondrian, La noche estrellada de Van Gogh o La persistencia de la memoria de Dalí)… y los ha llevado a cabo virtualmente.

Irritabilidad y confusión

En situaciones de altas temperaturas, nuestro sistema nervioso, hogar de nuestro intelecto, está en un brete: “El hipotálamo tiene que trabajar en exceso para mantener una temperatura corporal adecuada, deja en un segundo plano otras funciones vitales como la atención, que se ve ralentizada”, explica el doctor en Neurobiología José Ángel Morales en la web de la Universidad Complutense de Madrid. También se ve afectado nuestro sistema de comunicación cerebral: “Los impulsos nerviosos tardan más en propagarse y, por tanto, nuestra capacidad de respuesta es mucho más lenta. Estamos, por tanto, más cansados y apáticos. Todo esto afecta a nuestro estado de ánimo, causando irritabilidad y confusión”.

Un suave calor puede conducir a la tierna nostalgia estival: la novela de culto Helena o el mar del verano (Acantilado), de Julián Ayesta, la película Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986) o la serie Verano azul, de Antonio Mercero. Un bochorno insoportable solo puede llevar a la más tremenda mala leche. Investigaciones de psicólogos como Craig A. Anderson, de la Universidad de Iowa, han vinculado el calor con la agresividad (una relación que, más allá de la ciencia, cualquiera puede intuir).

El cine ha reflejado con frecuencia a personas muy enfadadas en días de mucho calor. Es lo que le pasa al personaje de Michael Douglas en Un día de furia (Joel Schumacher, 1993), que se harta de todo en mitad de un atasco en Los Ángeles, en un día de calor extremo, y se pone borde, también de forma extrema (escopeta incluida), durante toda la jornada. Mucho calor hay en la saga Mad Max, en la que la gente también anda medio loca por un mundo postapocalíptico, o en la road movie París, Texas (Win Wenders, 1984) donde el calor, más que llevar a la agresividad, lleva al aplatanamiento de unos personajes angustiados y decadentes, acompañados de la también desértica música de Ry Cooder.

El calor, por supuesto, también puede afectar negativamente a la creatividad y a la productividad (los países ricos suelen tener temperaturas más bajas). “Con el calor es posible leer, pero escribir no tanto, lo que es un problema para muchos académicos a los que la burocracia no les deja tiempo para investigar durante el curso”, señala el ensayista Ramón del Castillo, autor de libros como Filósofos de paseo (Turner). Además, refiere algunos efectos culturales del calor: “Muchos adquirimos cierta cultura cinéfila viendo varias veces las mismas películas en sesión continua, para estar fresquitos, cuando no había aire acondicionado en las casas”, señala. Otros efectos no son tan benévolos: el otro día él presenció cómo una persona se desmayaba debido a las altas temperaturas en el transcurso de una presentación literaria.

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Imagen de la película ‘Un día de furia’, de Joel Schumacher.

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Una imagen de la película ‘Mad Max: Fury Road’ (George Miller, 2015), donde hace mucho calor y la gente está muy enfadada.



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