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¿Algún día Se acabará la derrama de tanta sangre?

Un recorrido por dos mil años de historia ofrece lecciones para evitarlo

No iba buscando el tema de las guerras, pero tuve la sensación de que me había atrapado y en un lugar inesperado. Hace 12 años, en el apogeo de la segunda guerra del Golfo en Irak, estaba trabajando en la magnífica Biblioteca Huntington, a las afueras de Los Ángeles.

¿Algún día Se acabará la derrama de tanta sangre?

El centro alberga una colección de arte y jardines de fama mundial y uno de los mejores archivos de manuscritos y libros raros de Estados Unidos. Ocupa unos edificios neoclásicos que parecen relucir bajo un sol perpetuo, así que no es precisamente el escenario en el que uno pensaría que se va a topar con las acciones más salvajes cometidas por un ser humano contra otro. Sin embargo, fue ahí donde me encontré con el tema de mi libro “Las guerras: una historia en ideas”.

SIN DEFINICIÓN

El conflicto de Irak fundió ante mi el pasado y el presente en torno al tema de la guerra. En aquella época, a finales de 2006 y principios de 2007, la guerra provocaba aproximadamente tres mil muertes al mes. Los comentaristas no tenían claro cómo etiquetar una violencia tan persistente y letal. ¿Era insurgencia o terrorismo? Algunos lo llamaban “guerra”; entre otros, Kofi Annan, entonces secretario general de Naciones Unidas. Otros negaban categóricamente que lo fuera, como el primer ministro iraquí Nuri al Maliki y el gobierno del presidente estadounidense George W. Bush.

Se discutía con pasión qué era exactamente una guerra. ¿Se definía en función del número de víctimas o de la comunidad que la padecía? ¿Dependía de la identidad de los combatientes o de los objetivos de los bandos enfrentados? Las acepciones del término eran volátiles y parecía que no hubiera forma de ponerse de acuerdo.

Descubrí entonces que esa misma confusión ya se había producido antes en la década de 1860, durante la Guerra de Secesión de 1861 a 1865.El pasado no se repite, según una frase que atribuyen al escritor estadounidense Mark Twain; pero desde luego se parece mucho. Y así, en el soleado sur de California encontré una notable semejanza entre la guerra de Irak y la guerra estadounidense.

La Biblioteca Huntington tiene los papeles de Francis Lieber, un abogado prusiano que en el siglo XIX emigró a Estados Unidos y durante la Guerra de Secesión elaboró las primeras leyes de guerra, el antecedente directo del Convenio de La Haya y los Convenios de Ginebra que rigen los conflictos bélicos todavía hoy.

Cuando estaba redactándolas, pensó que tenía que ofrecer una definición para situar el tipo de conflicto al que se aplicarían las normas. No pudo encontrar ninguna descripción legal y dedicó mucho tiempo a crear una.

En California, mientras arreciaba el debate sobre cómo llamar al conflicto que asolaba Irak, leí las cartas de Lieber en las que se quejaba de cuán resbaladizo resultaba el concepto de guerra. En 1863 era difícil definirlo porque no existían precedentes. En 2006 también, porque había demasiados y porque el término estaba cargado de política e ideología. ¿Serían quizás esos dos momentos parte de una misma cadena de la historia? Tardé casi 10 años en responder esa pregunta.

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Cuatro presuntos miembros del ISIS, apresados en Mosul en diciembre de 2016.

2000 AÑOS DE HISTORIA

Nunca imaginé que la investigación me empujaría a recorrer dos mil años de historia. Seguí la pista de lo que denomino la “historia de las ideas” en torno a las guerras desde la invención del concepto en el siglo I A.C. hasta sus controvertidos significados en nuestra época. 

Al hablar de “historia de las ideas” me refiero al relato, hilado durante mucho tiempo a través de sucesivas batallas, sobre el significado y la aplicación de determinados conceptos.

Mi objetivo era demostrar que los debates contemporáneos sobre lo que es y lo que no es una guerra en países como Irak y Siria, nacieron del choque entre concepciones de lo que es una guerra opuestas y heredadas del pasado.

Los científicos sociales han analizado numerosos ejemplos. Yo he querido abordar el reto de definir la guerra con los instrumentos del historiador. Mi tesis es que estos conflictos no son ni eternos, ni inexplicables.

Este tipo de enfrentamientos bélicos tiene una historia con un principio identificable, aunque todavía no se vea el final. Conocer esa historia puede ayudarnos a comprender por qué la compleja historia de las guerras civiles ha conducido a semejante perplejidad en nuestro tiempo.

Mi historia de las guerras abarca desde la antigua Roma hasta el presente. En primer lugar investigo las distintas concepciones de la guerra civil desde el siglo I A.C. hasta el siglo V D.C. Los romanos inventaron el concepto de guerra para referirse a conflictos entre conciudadanos que adquirían el carácter de guerra. Los griegos no tenían más que tumultos y sediciones, apuntaban los romanos: nosotros fuimos los primeros que tuvimos guerras.

Las ideas romanas influyeron de manera decisiva en los debates sobre la guerra, sobre su normativa y su definición legal, sobre cómo reconocer sus síntomas, sobre su génesis, sobre las probabilidades de que se repita. Las guerras fueron tan frecuentes en la historia de la República de Roma y las primeras décadas del Imperio Romano que parecían formar parte del tejido mismo de la vida pública. Esta terrible historia dio lugar a un relato en el que Roma figuraba como una civilización propensa a la guerra, incluso condenada a ella, una idea que persistiría durante siglos e inspiraría interpretaciones de la guerra en la edad moderna, en Europa y más allá. Durante más de milenio y medio, la guerra se vio a través del prisma romano.

Los modelos romanos proporcionaron el repertorio del que los pensadores posteriores en Europa y América extrajeron sus propias nociones de guerra hasta bien entrado el siglo XIX. Para entonces había surgido un rival conceptual a la concepción establecida sobre guerra: la idea de revolución. Desde la Ilustración, la categoría conceptual de revolución se había ido apartando y diferenciando entre si con connotaciones morales y políticas muy definidas cada una.

La revolución era fértil y progresista y miraba hacia el futuro. A las guerras que triunfaron —como la de la independencia de Estados Unidos— se les cambió el nombre para denominarlas revoluciones y los participantes negaban que hubieran librado jamás una. Todo esto desembocó en una conjugación política muy moderna: “yo soy revolucionario, tú eres rebelde, ellos están envueltos en una guerra”.

La gran contribución del siglo XIX a la historia de las ideas en torno a la guerra fue el intento de “civilizarla”, de regirla por medio del derecho, empezando por la redacción de las leyes de la guerra iniciada por Lieber en la década de 1860 y que tuvo su continuación en las revisiones de los Convenios de Ginebra tras la II Guerra Mundial.

POR TODO EL MUNDO

En el siglo XX la guerra se extendió a todo el mundo. Los límites de la comunidad en la que se libraban estos conflictos se ampliaron más allá de los de los Estados y los imperios para abarcar a toda la humanidad. Apareció por primera vez en la década de 1960, el contexto de la Guerra Fría. Esta noción de una guerra mundial resucitó envuelta en islamofobia después de los atentados del 11-S, para designar la expresión a escala mundial de la división fundamental entre suníes y chiíes dentro del islam como motor del terrorismo internacional.

En conclusión, las antiguas ideas de la guerra permanecen en el ADN de las organizaciones internacionales, los órganos periodísticos y los debates académicos. Son lo que causa gran parte de nuestra confusión conceptual sobre qué es y qué no es. La elección de una categoría como guerra para definir lo ocurrido en Irak o Siria tiene consecuencias morales y políticas. Decidir si lo que estamos viendo es una guerra puede tener repercusiones políticas, militares, legales y económicas tanto para los que viven en el país desgarrado por la guerra como para quienes están fuera de él. Puede ser cuestión de vida o muerte para decenas de miles de personas, normalmente las que tienen menos capacidad de forjar su propio destino. Y todo esto parece especialmente urgente en nuestra época porque los principales conflictos que se libran hoy en el mundo —como Afganistán y Yemen— son guerras.

MÁS DE 25 MILLONES DE MUERTOS

Las guerras han causado la cantidad de muertos arriba citada desde 1945 y se calcula que cuestan más de 123 mil millones de dólares al año, aproximadamente la misma cantidad que destinan los presupuestos de los países del hemisferio norte a ayudar a los países del sur. Nuestro mundo sigue siendo un mundo de guerra.

A pesar de los horrores que describo, mi tesis es que la guerra no es una maldición congénita de la humanidad, como han dicho muchos, sino una enfermedad de la que podemos curarnos gradualmente. A pesar de que en este momento hay casi 50 guerras cabiertas en el mundo, da la impresión de que son cada vez menos numerosas, después de que alcanzaran un pico en 1989. En los últimos años han terminado dos guerras importantes: la primera en Sri Lanka (1983-2009) y luego en Colombia (1964-2016), tras décadas de muerte y destrucción. El hemisferio occidental está totalmente libre de guerras casi por primera vez en dos siglos.

Tal vez la humanidad esté a punto de desinventar lo que inventaron los romanos hace algo más de dos mil años.  Hasta que esto ocurra, creo que necesitamos la historia para evaluar y sopesar las posibilidades de huir de uno de nuestros males más destructivos. (EP)





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