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¡Ya chole!

No hay espacio de los medios comprometidos en que no se haya desatado una terrible andanada de denuestos en contra de uno de los aspirantes a ocupar la Presidencia de la República que ha propuesto un cambio en el gobierno para paliar los graves efectos provocados por el neoliberalismo y la aberrante acumulación de la riqueza a costa de la miseria de aquellos que no tienen más que sus manos para llevar la gorda a la casa.

No hay espacio de los medios comprometidos en que no se haya desatado una terrible andanada de denuestos en contra de uno de los aspirantes a ocupar la Presidencia de la República que ha propuesto un cambio en el gobierno para paliar los graves efectos provocados por el neoliberalismo y la aberrante acumulación de la riqueza a costa de la miseria de aquellos que no tienen más que sus manos para llevar la gorda a la casa.

Como no hay forma de negar la realidad que se estrella en la cara de los corifeos que hablan de logros y de prosperidad, quien pretende volver al modelo que dio grandeza al Anáhuac; que creó las grandes instituciones nacionales; que engendró las boyantes empresas del Estado mexicano que no generaban riqueza para unos cuantos, sino un gran beneficio para todos los que aquí viven y trabajan, se ve agredido en  forma por demás vil y canallesca; sin refutar propuestas o desmentir dichos; sino, puras injurias.

¡Ya chole!

Quizá si esa campaña de denuestos se hubiera hecho en forma discreta o mesurada, y, por qué no, con cierta dosis de inteligencia, pudo haber cumplido con su objetivo, tal como ocurrió el ocasiones previas; pero, ha sido tan burda, tan grotesca que, lejos de llamar a la reflexión, conduce al hartazgo, al rechazo, al repudio absoluto. México no es un país de tontos, como suponen gobernantes, funcionarios y políticos. Así, ¡ya chole!

La más estricta objetividad indica que el puntero en los sondeos de opinión no se ha visto afectado por los ataques de voceros oficiales y oficiosos. La última encuesta de Consulta Mitofsky, publicada por El Economista, señala que Andrés Manuel López Obrador, abanderado de la coalición Morena-PT-PES, fue el contendiente que más creció y se mantuvo a la cabeza de las preferencias electorales (27.1%); aventaja con 4.8 puntos a Ricardo Anaya (con 22.3%), de la alianza PAN-PRD-MC, quien sigue en segundo lugar y, José Antonio Meade (18%), en representación del PRI-PVEM-Panal, continúa en tercer lugar, a 9.1 puntos de distancia del primero. Es la fotografía actual.

¿Por qué? La respuesta, de manera indirecta la da el Índice de Tendencia Laboral de la Pobreza (ITLP), calculado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), que reveló que la población que cuenta con un ingreso laboral inferior a la línea de bienestar mínimo, es decir, capaz de adquirir la canasta básica de alimentos, fue en aumento. Entre el cuarto trimestre de 2016 y el mismo periodo de 2017, la población que no pudo adquirir la canasta alimentaria con sus ingresos laborales pasó de 40 a 41 por ciento. Ora, con 8 pesos más, menos podrán.

En cambio, en el mismo periodo, los ingresos de los cinco magnates mas importantes de México, se elevaron hasta rozar los 50 mil millones de pesos, libres de polvo y paja dado que, como es bien sabido, los ricos no pagan impuestos, quizá por eso no lloran.

Esa situación ha llevado a que los mexicanos desconfíen de las instituciones, y no lo ocultan. La misma fuente, Consulta Mitofsky, ha señalado cuatro categorías en lo relacionado a la confianza de los aborígenes en las instituciones del Estado mexicano: las de calificación alta, que apenas superar el 7; las de calificación media, que no pasan del 6; las de media-baja, que no llegan al 6, y las de calificación baja, que no alcanzan el 5. Entre las primeras están las universidades, la Iglesia y el Ejército; entre las últimas, la Presidencia,  la policía, los diputados, los sindicatos y los partidos políticos. ¡Orale!

Por lo que hace a la economía, Lorenzo Meyer, en su texto Nuestra tragedia persistente / La democracia autoritaria en México, señala que: “La oligarquía mexicana se volvió, así, un poder fáctico, ultraconcentrado, que en ningún caso contribuye al desarrollo nacional ni al bienestar colectivo”.

Cambiar esa situación, es una propuesta seria y congruente, que debe examinarse con un criterio amplio y racional, no responder con denuestos y vituperios que son como las flemas que se escupen al cielo.