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Rumbo al fracaso

Insistir en posicionar a México como un país competitivo a nivel internacional sólo por su mano de obra extremadamente barata, no tiene otra conclusión que el más rotundo fracaso. Eso no es una novedad, se ha sabido siempre y los ejemplos se dan a pasto, en el pretérito y en los días que corren. Con los tratados de libre comercio lo único que se ha logrado es esclavizar al trabajador y desperdiciar el capital humano.

En la década de los 70s, cuando se avizoraba un cambio en la economía y los sistemas productivos, el presidente Luis Echeverría creó el que fuera el más ambicioso sistema de educación técnica y tecnológica. A partir de la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, se dio paso a muchas nuevas instituciones de educación media y media superior en las áreas agropecuaria y tecnológica, en las que, al mismo tiempo se cursaban niveles académicos y carreras cortas que permitían aspirar a más a nivel profesional, y al Colegio de Bachilleres y la Universidad Autónoma Metropolitana.

Rumbo al fracaso

Al paso del tiempo, esos planteles dejaron de producir habilidad y talento, hasta los días que corren, en que únicamente generan personal para la maquila, en la que lo más importante son los bajos salarios. Los funcionarios de los regímenes neoliberales han apostado a la precariedad laboral y la escasa preparación de los jóvenes para así mantener los acuerdos de libre comercio que han venido a crear opulencia y miseria.

Durante una reciente entrevista, afirmó Simón Levy-Dabbah, uno de los más afamados especialistas en comercio internacional, que: “Ni China ni Estados Unidos son una alternativa. México tiene que voltear hacia adentro. La manera para poder crecer, actuar y convivir en el entorno global significa fortalecer nuestras capacidades productivas y transformar el régimen económico y político que prácticamente está caduco. Necesitamos pensar en fórmulas en donde la economía se transforme en una plataforma de prosperidad, donde la gente en vez de estar ensamblando y maquilando pueda crear valor. Por esa razón el modelo neoliberal está caduco, está absolutamente rebasado”. Afirmación esta que no son capaces de entender ni Guajardo ni sus cuates. 

En 24 años que tiene de vigencia el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte solamente ha producido el ahondamiento de la brecha que separa a los ahítos de los menesterosos. Han crecido los capitales de los magnates de dentro y de fuera, a costa de la pauperización de la clase trabajadora, que ya no percibe lo duro sino lo tupido. En otros lugares, los acuerdos de libre comercio han servido para mejorar la calidad de vida del grueso de la población y para actualizar los sistemas productivos. Aquí, no.

Si en casi cinco lustros los niveles de capacitación técnica y tecnológica han estado estancados de manera inducida, porque así se paga menos al trabajador, en el futuro prácticamente inmediato, los resultados serán devastadores. De tres años a la fecha, el escenario en que opera la fuerza de trabajo ha tenido un cambio dramático, que va en aumento y es seguro que aún no se ha visto todo. La actual disrupción de los sistemas digitales está transformando cada vez más la esencia de la producción y del trabajo. Sin la incorporación de nuevos requerimientos de liderazgo, de talento y de habilidad en las empresas y en el mundo de los negocios; sin la reinvención de la gestoría de los recursos humanos para que puedan responder con más eficacia a las demandas del mundo competitivo, todo esfuerzo por mantener acuerdos, será infructuoso, será un total y absoluto fracaso, por más que se acepten todas las demandas de la contraparte.

Las rabietas de Guajardo y cuates durante la renegociación del TLCAN no pasan de ser poses absurdas. El reto, el verdadero reto es innovar; es hacer que los empresarios modifiquen su forma de pensar para encontrar nuevos enfoques y poder liderar, organizar, motivar y gestionar a la fuerza laboral del siglo XXI. Una fuerza laboral bien capacitada y bien pagada.