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Reflexión de la muerte

El laureado Octavio Paz asegura que el mexicano tiene tanto temor a la muerte que finge desprecio y la asume con un dejo de humor negro; que convierte el Día de Muertos en un día de fiesta. Dice: “Y porque no nos atrevemos, no podemos enfrentarnos con nuestro ser, recurrimos a la Fiesta. Ella nos lanza al vacío, embriaguez que se quema a sí misma, disparo en el aire, fuego de artificio”. Pero, en realidad, ¿como se asume a la muerte?

En las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, expresa que se trata de una dolorosa elegía en la que lamenta sentenciosa y melancólicamente la inestabilidad de los bienes de la fortuna, la fugacidad de las vidas humanas y el poder igualatorio de la muerte. La virtud personal es lo único que desafía al tiempo y al destino. Tras una reflexión filosófica con la esperanza de una vida futura, hace elogio fúnebre de su padre.

“Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte,/ contemplando/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando;/ cuán presto se va el placer,/ cómo después, de acordado,/ da dolor;/ cómo, a nuestro parecer,/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor”. Es evidente que la muerte y sus consecuencias inevitables, la fugacidad del tiempo y de los bienes terrenos están muy dentro de la tradición medieval; pero, mantiene clara vigencia.

Reflexión de la muerte

Con un estilo sobrio, sereno, sin estridencias, cada estrofa puede estar en función de este propósito de contención, de equilibrio y a la vez de sonoridad producida por los versos cortos que producen un ritmo funerario. Manrique expresa sus ideas sin retorcimientos conceptistas y sin pedantes cultismos. Su lenguaje es claro y sencillo, inteligible para cualquier lector. Lo fue en su tiempo y lo es en los días que corren y este Día de Muertos.

“Y pues vemos lo presente/ cómo en un punto se es ido/ y acabado,/ si juzgamos sabiamente,/ daremos lo no venido/ por pasado./ No se engañe nadie, no,/ pensando que ha de durar/ lo que espera,/ más que duró lo que vio,/ porque todo ha de pasar/ por tal manera”. Es claro que toda vana pretensión de inmortalidad carece de sentido; lo que queda detrás de cada quien son las obras que realizó durante el tiempo de que dispuso en vivo.

“Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ que es el morir;/ allí van los señoríos/ derechos a se acabar/ y consumir;/ allí los ríos caudales,/ allí los otros, medianos/ y más chicos,/ allegados son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos”. En esta estrofa advierte don Jorge lo que se ha venido expresando recientemente, que todo caudal no es más que un pesado lastre para lograr la gloria de los creadores, de los sabios de los santos.

“Dejo las invocaciones/ de los famosos poetas/ y oradores;/ no curo de sus ficciones,/ que traen yerbas secretas/ sus sabores./ A Aquél solo me encomiendo,/ Aquél solo invoco yo,/ de verdad,/ que en este mundo viviendo/ el mundo no conoció/ su deidad”. No deja lugar a dudas en cuento que en sus coplas expresa la angustia provocada por el paso del tiempo y abre posibilidades de salvación por vía de la fe cristiana y el desprecio de todo lo mundano, dejando al tiempo, la fortuna y la muerte la prueba que todo es vanidad de vanidades.

“Este mundo es el camino/ para el otro, que es morada/ sin pesar;/ mas cumple tener buen tino/ para andar esta jornada/ sin errar./ Partimos cuando nascemos,/ andamos mientras vivimos,/ y llegamos/ al tiempo que fenecemos;/ así que, cuando morimos,/ descansamos”. El poema de dos Jorge Manrique se extiende a lo largo de cuarenta coplas formadas cada una por dos sextillas unidas entre sí, cuyos versos tienen una medida de cuatro sílabas el tercero y el sexto y ocho sílabas los restantes. La rima de estos versos, es de arte menor.

Arte menor que da una gran lección de vida hablando de la muerte y que ha resistido el paso de los siglos, para presentarse con inusitada vigencia especialmente en estos tiempos.