Editoriales > EL JARDÍN DE LA LIBERTAD

Amar con locura

El amor que no es una locura, no es amor. Pedro Calderón de la Barca

Cuentan que ni un solo día de los 46 años que vivió encerrada en Tordecillas dejó de pensar en su amado Felipe. Dicen también que siempre recordó con escalofrío las yemas de sus dedos sobre su cuerpo. Sostienen que tenía hacia él una pasión erótica tan fuerte que incluso él mismo llegó a sentir miedo de ella. Se llamó Juana, fue hija de los Reyes Católicos, obtuvo una educación esmerada, se casó a los 17 años con Felipe el Hermoso  y le tocó por sangre ser reina de Castilla y Aragón.

Cuentan además que adoró a su esposo, tanto que cuando él murió, peregrinó vestida de negro caminando  por las noches  junto al cadáver amado durante ocho meses por buena parte de Castilla. 

Amar con locura

La señalaron como demente apodándole Juana la loca, pero estudios posteriores afirman que Felipe de Habsburgo su esposo y Fernando el Católico su padre; conspiraron para dejar a la reina fuera del poder con el argumento de su locura y en ese contexto le mandaron encerrar de por vida en Tordecillas. Maren Gottschalk, doctorada en historia de la Edad Media, señala que si se quiere entender el comportamiento de las reinas, hay que mirar entre bastidores, porque se les juzgó con base a una serie de prejuicios, teniendo una imagen de los hombres y las mujeres muy distinta a la que hoy se tiene. 

Atractiva, muy inteligente, formada en el humanismo, Juana mostró un carácter fuerte desde su niñez. Considerada por los notables de la época como “muy cuerda y asentada”, su madre reina la casó en plena adolescencia y tras la muerte de sus hermanos y sobrino, la declaró heredera del trono. Juzgada enferma mental por lo que llamaron “conducta extravagante” y que ahora se interpreta como sus “legítimos intentos de reafirmarse en un mundo dominado por los hombres”, la reina Juana luchaba por imponerse al tiempo que daba a luz seis hijos. Cuando sobreviene la muerte repentina de su amado esposo, embarazada de su sexto hijo, sufre un tremendo golpe emocional, negándose a tratar los asuntos del gobierno, por lo que la declararon incapacitada y la confinaron a un encierro donde fue maltratada y ultrajada, además de juzgada porque se negaba a comer, asearse e ir a misa.

Hija, madre y abuela de reyes, a Juana le tocó también ser soberana de uno de los mayores imperios de su tiempo. Una vida marcada por el sufrimiento, la incomprensión y la humillación. Con su dignidad ultrajada a causa de las recurrentes infidelidades del vanidoso Felipe, deprimida después de los partos de sus hijos y más tarde afectada profundamente por la muerte del esposo; algunos siquiatras han analizado su caso concluyendo que nunca fue atendida y menos curada de su melancolía, porque así convenía a los intereses de sus parientes hombres.     

Mucha leyenda hay en la tortuosa vida de Juana de Castilla y Aragón. Por lo cual tantos siglos después, sigue resultando difícil saber qué fue verdad o invención. Una versión muy repetida es ver la locura de Juana como resultado del amor desmedido a su esposo. Loca de amor, la llaman muchos. En ese contexto, algunos especialistas hablan ahora de un trastorno “esquizoafectivo”, derivado por los terribles eventos que Juana padeció. Mientras tanto, muchos historiadores subrayan que fue juzgada loca para incapacitarla y arrebatarle el poder. El debate sigue vivo en torno a una mujer reina que murió encerrada un viernes santo de 1555.

Pero más allá de las monarquías y sus bataholas sentimentales siempre vigentes (basta asomarse ahora a Inglaterra para comprobarlo con el tema de Megan y Harry); está el tema del amor, el más humano de los sentimientos.  Este febrero, cuando los rojos corazones invaden los escaparates es bueno reflexionar el amor y también la locura que puede provocar. Dicen los estudiosos que todo ser humano alguna vez debe experimentar la locura del amor, con los claroscuros de la experiencia; pero que son pocos los elegidos para construir un amor duradero. En tiempos de pasiones desechables, de emociones líquidas, como diría el luminoso Bauman, bueno es preguntarnos por qué ya casi nadie quiere invertirle al amor sólido y se prefieren relaciones sin mayor compromiso, para entretenerse y pasar el tiempo. Relaciones mediocres, anodinas, con protagonistas incapaces incluso, de la locura del amor. Porque bien amar también es un arte y no cualquiera sabe ejercerlo. 

Para bien o para mal, Juana de Castilla amó sin tregua a Felipe durante toda su vida. ¿Quién ahora es capaz de amar así?