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Pánico bursátil

Con el dinero tan barato, se registró una expansión crediticia que alcanzó a personas quienes realmente no tenían con qué responder: la clase desfavorecida, sin ingresos, activos ni empleo.

Las generaciones que vinieron al mundo a partir del último cuarto del siglo pasado, han vivido en un permanente estado de crisis. Crisis de todo género: moral, cultural, social, económica, financiera y política. Desde luego, no se trata de un fenómeno casual o fortuito, es más bien un estado de casi permanente distracción que impide ver con meridiana claridad lo que está ocurriendo en el planeta, que no es otra cosa que el dominio de la plutocracia universal que acapara la riqueza.

No la riqueza que premia la habilidad, el esfuerzo y la perseverancia de personas con talento que logran crear empresas generadoras de bienes y servicios con los que se hace más fácil y cómoda la existencia humana. No, más bien se trata de la riqueza que parte del despojo de los derechos que tienen quienes se ganan el sustento con el sudor de la frente a comer todos los días, y si se puede poner manteca a los frijoles, mejor. Se trata de fortunas obtenidas con la precarización del trabajo, con la especulación. 

Pánico bursátil

Hoy, precisamente, se cumplen doce años de la fecha en que el pánico bursátil se convirtió en desastre con cargo a lo más débiles. Aquel 10 de octubre de 2008, las cotizaciones bursátiles de prácticamente todas las bolsas del mundo se desplomaron como nunca antes había sucedido. El crash de 2008 fue como ninguno otro. Se trató de la primera crisis financiera internacional y marcó el inicio de una recesión global que dejaría estragos en todos los mercados, en todo el mundo. Ese viernes el Ibex 35 de España perdió, en un solo día, el 10% de su valor. Al final de la semana, había acumulado pérdidas del 21,2%. La bolsa de Londres registró una pérdida de alrededor del 8% y Wall Street un 4%. Ante el desplome generalizado, Moscú y Viena optaron por cerrar. Nada contuvo las pérdidas de las bolsas.

Uno de los autores clásicos de la economía, Max Weber, ya había hablado sobre el fenómeno del pánico bursátil, al señalar que se trata de un irracional acto humano y tiene su origen en dos tipos de causas o sentidos subjetivos: causas afectivas (que proviene de nuestros sentimientos más que de la razón) y causas tradicionales o de costumbres (que proviene de nuestras culturas o prácticas cotidianas). La masa de inversionistas rematan sus valores en bolsa por reacción afectiva o costumbre: sienten dudas sobre estos valores o siguen la caída de sus precios sin reparar en sus efectos. 

De esta suerte, para el 15 de octubre, el Dow Jones de Wall Street había caído un 7.9 % y desatado una reacción en cadena que golpeó las bolsas de los mercados internacionales. Ese día la Bolsa Mexicana de Valores y las de Moscú, Sao Paulo y Viena, suspendieron sus operaciones, en espera de ver más. Del pánico bursátil, se pasó, casi inmediatamente, al desastre, afectando a la economía real, esto es, la que se apoya en la producción de bienes, especialmente los de consumo duradero que requieren del crédito.

Los tres gigantes de la industria automotriz de los Estados Unidos, Ford Motor Company, General Motors y Fiat Chrysler Automobiles estuvieron a punto de ir a la ruina, según los reportes de la agencia Standard & Poor’s. Y aunque los bancos se encontraban en el origen y el epicentro de las turbulencias, la epidemia golpeó diversos sectores en múltiples países, como el de la construcción, el transporte, las industrias alimentarias y los proveedores de enseres electrodomésticos. Nada pudo calmar el desastre.

¿Cómo se originó esta crisis? Los antecedentes inmediatos tienen que ver con la política. El presidente de los Estados Unidos, luego de los atentados a las Torres Gemelas, en Nueva York, el mayor símbolo del poderío norteamericano, dijo que una parte importante del 'sueño americano' era que cada familia debía contar con una casa propia y automóvil para atender sus necesidades familiares de movilidad. Entonces, el Sistema de la Reserva Federal bajó las tasas de interés del 6 al 1 por ciento.

Con el dinero tan barato, se registró una expansión crediticia que alcanzó a personas quienes realmente no tenían con qué responder: la clase desfavorecida, sin ingresos, activos ni empleo. Este tipo de hipotecas fue bautizada como 'hipotecas subprime', que en realidad eran sólo activos tóxicos, con alta probabilidad de no pago. Se observaron dos efectos. El primero fue que las familias se dedicaron a especular con los precios de los inmuebles, y sobre todo con los costos de las hipotecas bancarias. La especulación llevó al desarrollo de una burbuja inmobiliaria, que infló considerablemente los precios.

Posiblemente no fue descuido o casualidad que los bancos prestaran enormes sumas de dinero que los acreditados no podían pagar y que, además, no correspondían al valor real de la propiedad. El primer efecto pernicioso fue la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers que se declaró en bancarrota; luego, la burbuja hipotecaria estalló y los precios de los activos se desplomaron. Al ver esto, las familias que estaban endeudadas optaron por devolver la casa al banco, pues les era mucho más barato hacer eso que seguir pagando un préstamo de 300 mil dólares por una casa que ahora valía 50 mil.

Como resultado de la situación experimentada tras la crisis subprime, los bancos limitaron los créditos a consumidores y empresas, generando una crisis de liquidez en el mercado, así como una reducción del consumo y de la inversión. Ante la imposibilidad de cubrir la necesidad de las empresas de obtener recursos para invertir en actividades productivas, la producción también se vio recortada. Ello lleva al abaratamiento de la mano de obra y la caída de los precios de los insumos, afectando, sobre todo, a las economía emergentes cuya deuda externa crece constantemente. 

Hasta el momento, no hay nada que impida que un desastre de tal magnitud vuelva a ocurrir. De hecho, ya ocurrió con la pandemia del Covid-19; pero, sus efectos no han sido tan dramáticos y puede ser el punto de partida para un nuevo consenso económico mundial, ya no basado en la economía y mucho menos en el mercado; sino en el Derecho.

El rol del Derecho tiene que ser fundamental. Derecho apoyado en cuatro pilares básicos, precisos y concisos: Derecho Preventivo, Derecho Reparador, Derecho Garantista y Derecho Sancionador. Estos deben soportar la economía del planeta no sólo para asegurar la permanencia de la vida humana y de la propia Tierra con respecto del manejo perverso de las variables de política macroeconómica; sino también por los imponderables de la naturaleza.

Qué el pánico no conduzca al desastre; sino a soluciones viables y confiables.