Editoriales > ANÁLISIS

‘Ora sí, mi´jo’

La digitalización, que empieza por navegar en la red a través de una computadora y de ahí hasta el infinito, cambia los modos de producir y comerciar, con quién y qué tiene demanda o puede satisfacerse

El Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, firmado por los presidentes Salinas, Bush y el primer ministro canadiense Mulroney, benefició únicamente a una minoría de filibusteros que llevaron al terreno de la esclavitud el trabajo del hombre. En aras de la mayor rentabilidad, hicieron de las empresas maquiladoras un símil de las haciendas henequeneras del porfiriato. Mediante operaciones de triangulación, traían a México partes para ensamblarlas aquí y exportarlas como productos mexicanos.

Las maquiladoras, que nunca se integraron a las comunidades donde se asentaban, llevaron enormes contingentes de trabajadores poco calificados y, por lo mismo, con bajísimos ingresos, que crearon los cinturones de miseria que se observan por cualquiera de las ciudades fronterizas y algunas del interior. Esos núcleos poblaciones, asentados en lugares impensable por el contubernio de desarrolladores y autoridades, contribuyen con muy poco a la hacienda pública; pero, demandan servicios urbanísticos.

‘Ora sí, mi´jo’

Son más un problema que una solución a la demanda de fuentes de empleo. Pero, a partir de ayer, eso cambió. La substitución del TLCAN por el T-MEC, retorna al acuerdo de libre comercio su esencia de instrumento comercial para beneficio de la población de los tres países firmantes. Todavía anda por ahí chillando el obtuso Ildefonso Guajardo, quien pretendía impedir que en las negociaciones para el nuevo tratado se incorporara el tema de las remuneraciones justas para los trabajadores, disque porque las políticas de empleo y salarios son ‘asuntos internos de México’.

Es común señalar que los mejores logros del T-MEC son la incorporación de los asuntos laborales y ambientales en la agenda trilateral; pero, yendo más a lo profundo, se puede ver que quizá lo mejor es lo relacionados con el acceso de las pequeñas y medianas empresas mexicanas a la tecnología digital para librarse del corsé que les habían impuesto las cadenas lineales de producción, que obligaban a una participación mínima de los beneficios de ese gran pastel. Así, pueden ofrecer sus productos al mundo.

La digitalización, que empieza por navegar en la red a través de una computadora y de ahí hasta el infinito, cambia los modos de producir y comerciar, con quién y qué tiene demanda o puede satisfacerse. Ya era una realidad que un creciente número de transacciones de bajo valor y pequeños envíos cruzaran las fronteras; pero, ahora, se abren oportunidades mayores cuando un proveedor de Estados Unidos, Canadá o México, pueda integrarse a las cadenas productivas de proyección universal y ganar mercados.

A estas alturas del baile, resulta prácticamente imposible que la industria mexicana pueda incursionar en la tecnología cibernética; el atraso inducido es tan profundo que resultaría infructuoso pretender hacer algún equipo, aunque fuera una simple computadora; pero, no necesita hacerlo para sacar ventaja de los avances de la era digital. Los equipos y sistemas ya están ahí, en espera de ser utilizados y ahí es donde las pequeñas y medianas empresas tienen un campo que ofrece enorme posibilidad de desarrollo.

El muchacho ‘que se pasa todo el día en la computadora’, puede ser el punto clave de la incorporación de las empresas mexicanas, especialmente las Pymes y MiPyMes a la cadena de valor del comercio internacional del que estuvo excluido por cuanto en las maquiladoras tradicionales sólo aportaban las materias indispensables, como bebidas y alimentos, papel de baño, jabones, insecticidas y desinfectantes.

Con el anterior tratado, México se vio impedido de asimilar las tecnologías de vanguardia en los sistemas productivos, como hizo China, aunque en las cláusulas del NAFTA estaban especificadas; ahora, es diferente, las reglas que fueron convenidas, con la intervención de las organizaciones laborales de Estados Unidos y Canadá, exigen que los bienes y servicios que se comercialicen en la región tengan un mayor contenido propio y que se produzcan por trabajadores bien remunerados, que laboren en condiciones adecuadas, con horarios razonables. Nada de seguir explotando a la mano de obra indefensa.

Los que hicieron colosales fortunas trayendo teléfonos móviles de 5 dólares para ponerles un sello y venderlos en 20 mil pesos, que corran con sus fortunas bajo el brazo; porque, ahora es una obligación para comercializar productos entre las naciones signatarias del T-MEC, que tengan un mayor contenido de piezas y componentes producidos por las industrias instaladas en la América del Norte, una de las regiones más dinámicas y con mayor porvenir en la competencia por los mercados abiertos.

Pero, además, en la era de la post pandemia, llegó la digitalización y con ella, las mejores coyunturas.