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El científico testigo de un milagro

No son tesis cerradas y definitivas, sino como estaciones de un tren al que le falta mucho camino por recorrer para llegar a la meta de la perfección del género humano

En estos tiempos, es posible que más que nunca antes, cobren inusitada vigencia las palabras con las que empieza el libro La incógnita del hombre: "Capítulo 1, De la necesidad de conocernos a nosotros mismos. I La ciencia de los seres vivos ha progresado más lentamente que la materia inanimada". Los estragos que ha provocado la pandemia de la enfermedad pulmonar que no ha podido ser contenida y, mucho menos erradicada, cuando el hombre ya habita en el espacio exterior, lo pone de manifiesto.

Este libro, debido a la pluma hábil y docta del Dr. Alexis Carrel, fue escrito como un compromiso que se hizo a sí mismo luego de vivir en plenitud una prolífica carrera en la ciencia médica, que lo llevó a recibir el Premio Nobel de Medicina, en 1912, por su aporte en la suturación del sistema vascular utilizando una técnica que para los ignorantes en la materia podría ejemplificarse como la unión de dos injertos de árbol, y por sus valiosos trabajos en el campo de la asepsia y el trasplante de vasos sanguíneos, órganos y tejidos.

El científico testigo de un milagro

Marie Joseph Auguste Carrel-Billiard, nació en Sainte-Foy-lès-Lyon, Francia, el 28 de junio de 1873 y falleció en París, el 5 de noviembre de 1944. Su espíritu estuvo siempre abierto para ver y testificar los más diversos acontecimientos, que incluyen un milagro debido a la intercesión de la Virgen de Lourdes. Él mismo escribió cómo fue testigo calificado de la curación extraordinaria de Marie Bailly, una joven afectada de peritonitis tuberculosa en último estadio, que luego de los oficios religiosos quedó curada.

Dado que sus afirmaciones provocaron tantas burlas como iras en la comunidad científica de la que era miembro distinguido, se decidió a escribir un libro al respecto, narrando el acontecimiento: Un viaje a París, algunos fragmentos de una jornada de meditación, que luego se publicó el inglés. En este asegura que: "Las manos ágiles de la enfermera pusieron al descubierto el vientre hinchado de Marie Ferrand. La piel aparecía brillante y tersa hasta el nacimiento de las costillas, las cuales se marcaban bajo la piel. El abdomen parecía distendido por materias sólidas, y una bolsa de líquido ocupaba la región del ombligo. Presentaba el aspecto típico de la peritonitis tuberculosa".

Para, más adelante, afirmar que: "Lerrac, levantándose, atravesó las apiñadas filas de peregrinos, que prorrumpían en invocaciones. Eran cerca de las cuatro. Acababa de suceder lo imposible, lo inesperado, ¡el milagro! Aquella muchacha, agonizante poco antes, estaba ya casi curada. Lerrac ignoraba aún el estado real de las lesiones; pero ante sus ojos se había producido, sin lugar a dudas, una mejoría funcional que pronto se convertiría en un milagro". A partir de ahí su religiosidad se acendró; para evitar confrontaciones se fue a New York.

En La incógnita del hombre, explica que: "El que ha escrito este libro no es un filósofo. No es más que un hombre de ciencia. Pasa la mayor parte de su vida en laboratorios estudiando a los seres vivientes, y el resto del tiempo en el vasto mundo, contemplando a los hombres y procurando comprenderlos. No tiene la pretensión de conocer las cosas que se encuentran fuera del dominio de la observación científica. En este libro se ha esforzado por distinguir claramente lo conocido de lo que pudiera conocerse; por averiguar con la misma claridad, la existencia de lo desconocido y de lo incognoscible".

Pero, luego expresa: "Hay una desigualdad extraña entre las ciencias de la materia inerte y la de los seres vivientes. La astronomía, la mecánica y la física tienen, en su base, conceptos susceptibles de expresarse de manera concisa y elegante en lenguaje matemático. Han dado al universo las líneas armoniosas de la Grecia antigua. Lo envuelven todo en la brillante redecilla de sus cálculos y de su hipótesis... No ocurre otro tanto con las ciencias biológicas. Aquellos que estudian los fenómenos de la vida se sienten como perdidos en una selva inextricable, como en medio de un mágico bosque cuyos innumerables árboles cambiaran sin cesar de sitio y de forma. Se sienten literalmente aplastados bajo un conjunto de hechos que logran describir pero que no son capaces de definir por medio de fórmulas algebraicas". Lo dijo en su libro publicado en 1935; pero, sus palabras tienen mucho sentido este día.

Para Alexis Carrel, los males de su época son el resultado de una civilización que se desconoce a sí misma y que, por lo mismo, no puede generar los métodos para superar esa crisis. Desde el Renacimiento, el triunfo de las ciencias naturales privilegió la materia sobre el espíritu, la cantidad sobre la calidad. En consecuencia, el desarrollo vertiginoso de las ciencias de la naturaleza no fue acompañado por un conocimiento igual del hombre. Por otro lado, el énfasis en lo material, el confort y lo efímero condujo al debilitamiento físico, fisiológico y mental del individuo, es decir, a una involución respecto de sus antepasados, fundadores de las grandes civilizaciones. Entonces como ahora.

Luego de un largo viaje en que toca temas altamente sensibles de una manera que no fue del agrado de sus contemporáneos y que seguramente hoy en día levantan escozor, llega a conclusiones certeras en las que se deja ver un espíritu abierto. No son tesis cerradas y definitivas, sino como estaciones de un tren al que le falta mucho camino por recorrer para llegar a la meta de la perfección del género humano.

Al final de su obra máxima, expresa que: "Con saber que hemos violado las leyes naturales sabemos por qué somos castigados y la razón de que estemos perdidos en la oscuridad; pero comenzamos, al mismo tiempo, a distinguir a través de las nieblas de la aurora, la ruta de nuestra salvación. Por la primera vez en la historia del mundo, una civilización llegada al comienzo de su decadencia, puede discernir las causas de su mal. Puede que sepa servirse de este conocimiento y evitar, gracias a la fuerza maravillosa de la ciencia, el destino común a todos los grandes pueblos del pasado... Es necesario que desde este momento iniciemos nuestra marcha por la vía nueva".

¿Será la post pandemia esa vía nueva?