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No hay mal que por bien no venga

Rasgarse las vestiduras por los aranceles que impuso el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a las importaciones de acero y aluminio, es un absurdo; quienes deben preocuparse por esta medida son los que por cerca de veintincinco años han gozado de una jauja que les ha permitido, sin haber creado ni inventado nada, tener lugar entre los potentados del planeta; son los que han cambiado cuentas de vidrio por oro y plata.

Los aranceles y la agonía del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, que tanto daño ha hecho a la economía nacional, abre expectativas de una nueva etapa de crecimiento y desarrollo fundamentada en la producción, la innovación y la economía real. Quizá lo mejor sea que la reconstrucción de las cadenas productivas tendrá que afincarse en las ventajas competitivas dinámicas del país y no sólo en las estáticas.

No hay mal que por bien no venga

No se trata de que los negociadores mexicanos encabezados por el obtuso Ildefonso Guajardo acepten o no las exigencias de Estados Unidos, de una mayor integración y de reglas claras de operación; o de Canadá, que busca un mejoramiento substancial de los salarios y la incorporación de temas relacionado con los derechos humanos. Los dos países han señalado que continuarán sus relaciones comerciales con o sin México, y ahora se habla de negociaciones bilaterales, en lugar del acuerdo trilateral de la AN.

En México con una élite rentista dueña absoluta de medios de comunicación, servicios financieros y empresas de ensamble, amparada por un aparato institucional puesto al servicio de los intereses de las grandes trasnacionales; que han acabado con la clase media y han pauperizado a los trabajadores con salarios anticonstitucionales además de inmorales, que en promedio son diez veces inferiores a los que pagan Canadá y EU, no se está defendiendo a los mexicanos en las negociaciones del TLCAN; sino al 82 por ciento de las empresas enganchadas a las cadenas de valor de los vecinos del norte.

A ese triangulo perverso de grandes grupos financieros, monopolios tecnológicos y gobiernos desreguladores del mercado, que durante cinco lustros ha propiciado el deterioro de la calidad de vida de los mexicanos mediante el despojo del legítimo derecho a una vida digna mediante la justa retribución del trabajo.

El Tratado de Libre Comercio de la América del Norte es el mejor ejemplo de que el libre comercio no genera lo que ofrece: estímulo a la producción, mayor innovación, más y mejor empleo y, como consecuencia final, prosperidad. La ecuación es simple, tan simple que parece una paradoja: sin impuestos por importación o exportación, los Estados pierden una importante fuente de recursos para cumplir sus compromisos sociales y, como resultado, deben gravar más la producción, el trabajo y el consumo.

Cierto es que a Canadá no le ha ido mal con el TLCAN: pero, es necesario señalar que es un país que cuenta con una amplia diversificación productiva y comercial; que está estructurada transnacionalmente y que posee una composición técnica avanzada. Ahí, al revés de lo ocurrido en México, se han bien aprovechado las ventajas competitivas dinámicas, con las cuales se ha venido a enriquecer las ventajas competitivas estáticas.

Las administraciones públicas copadas por los grupos empresariales rentistas, no ven más allá de la posición geográfica, la amplia disponibilidad de recursos naturales y la mano de obra muy barata. En la busca de ganancias fáciles y abundantes, acabaron con la pequeña y mediana industria, con las cadenas productivas y comercializadoras nacionales, con la fuerza de los sindicatos y con la legislación laboral que exigía una justa retribución del trabajo. No hicieron más que trabajar para su santo. Eso se acabó.

El fin de TLCAN, la imposición de aranceles a productos sensibles, además del anuncio de negociaciones bilaterales, puede ser la oportunidad para recuperar, quizá bajo las propuestas de la Organización Mundial del Comercio, lo que México y los mexicanos perdieron por la tozudez de una camarilla privilegiada.

Se abre la oportunidad de fortalecer el mercado interno, crear fuentes de empleo bien remunerado y reactivar la economía estancada. Las asechanzas no son pocas ni pueden ser soslayadas. Como hizo Salinas al final de su gobierno, los de ahora están esperando el cambio para dejar sentir los ramalazos con el precio de los combustibles, que orita están contenidos y que se soltarán a partir del dos de julio. Por todo ello, se torna imperativo tener un panorama claro de lo que ocurre y de lo que vendrá.