Editoriales > EL JARDÍN DE LA LIBERTAD

Más allá del pedestal

Ha sonado la hora de nuestra libertad. -Miguel Hidalgo

Cuentan que todavía existen más de 80 árboles de los plantados por Don Miguel, como muestra de su amor por la tierra y sus afanes por mejorar las condiciones de vida de la gente. Mucho se recuerda también la Escuela de Artes y Oficios que fundó dejando una huella indeleble con sus enseñanzas. La bellísima alfarería distintiva de la ciudad de Dolores y sustento aun de muchas familias y cooperativas que ofertan sus coloridas vajillas, tiene reminiscencias de aquella época.

Además el cultivo de la vid, la curtiduría, la apicultura, la carpintería, la herrería y hasta el estudio de la música y la creación de una orquesta, porque Don Miguel bien sabía de las necesidades del espíritu.

Todo eso y más hacía por su comunidad el cura de Dolores antes de encabezar la lucha por la independencia en septiembre de 1810. Conocedor profundo de la precariedad y las prácticas tiránicas del sistema virreinal, centraba grandes esfuerzos en la enseñanza. Muchas cosas se han dicho y escrito de Miguel Hidalgo y Costilla desde entonces, algunas sustentadas en investigaciones serias y otras tantas en falsedades y calumnias. Numerosos estudios coinciden en la luminosa inteligencia de Hidalgo, su excepcional bagaje cultural, sus anhelos libertarios y de justicia, además de un valor y un carisma extraordinario, capaz de convocar a miles a la lucha. El historiador Luis Villoro, mencionó las palabras frenesí, vértigo, fascinación por la libertad que Miguel Hidalgo trasmitía al pueblo a la velocidad del rayo.

Mientras algunos le temían y lanzaban sermones en su contra, muchos otros le amaban con frenesí: “el pueblo le sigue como a un santo o a un iluminado”. Ante las injusticias imperantes, ante la esclavitud, la pobreza, la falta de oportunidades para los criollos, mestizos e indios, ante el brutal despojo por más de 300 años; Miguel Hidalgo, el teólogo, el político, el ilustrado, el líder; logró encarnar la conciencia de un movimiento popular. Porque Hidalgo no estaba solo en sus anhelos, fueron las masas las que le otorgan el poder. En muy poco tiempo, el ejército de Hidalgo llegó a los 80 mil militantes. Así inicia Hidalgo la lucha por nuestra libertad, así toma los pueblos, reparte tierras, confisca bienes, libera esclavos, deroga tributos, juzga, decreta y organiza el movimiento.

Un hombre de carne y hueso, falible como cualquiera, pero capaz de una hazaña innegable; capaz de encender el fuego, pero también pensar los objetivos. Carlos Herrejón Peredo, uno de los estudiosos más notables de Hidalgo en nuestros tiempos, afirma que los conocimientos teológicos y humanísticos de Hidalgo, además de su comprensión de la realidad social fueron sustento de su lucha. Contrario a quienes señalan que con el párroco de Dolores todo fue violencia, Herrejón se basa en testimonios y documentos para reconocer que Miguel Hidalgo quería la “independencia absoluta” e instrumentó claras estrategias, como la de cubrir el territorio nombrando “comisionados” de la insurgencia en las “provincias”. Entre ellos Ignacio López Rayón y José María Morelos, quien después de la captura y muerte de Hidalgo se encargaría de reavivar el movimiento insurgente y otorgarle sentido a los ideales libertarios a través del Decreto Constitucional de Apatzingán. 

Mención especial de la expansión del movimiento, nos merece aquí el nombramiento del insurgente Bernardo Gutiérrez de Lara, por ser nativo de Revilla, hoy Nueva Ciudad Guerrero, quien más tarde se convertiría en el primer gobernador de Tamaulipas. Gutiérrez de Lara, dispuesto a luchar por la libertad, se entrevistó en marzo de 1811 a las afueras de Saltillo con Hidalgo, “ofreciendo su vida y fortuna a favor de la revolución”. Fue nombrado teniente coronel del Ejército de América y más tarde pidió autorización para ir a Estados Unidos a solicitar ayuda, recibiendo de Hidalgo el nombramiento de ministro plenipotenciario. Por desgracia,  Gutiérrez de Lara, es un personaje poco valorado y reconocido por los tamaulipecos.

En suma, todos sabemos que la campaña de Miguel Hidalgo duró muy poco tiempo. Pero bastó para “herir de muerte” al virreinato novohispano. Tal vez por eso le provocaron un final tan triste, tan dramático. Los poderes virreinales no le perdonaron el desafío. Traicionado, excomulgado, capturado, juzgado, vejado; los últimos días de Miguel Hidalgo son constancia de uno de los procesos más crueles en la historia nacional. El 30 de julio de 1811, después de ser degradado como sacerdote, es llevado al paredón de fusilamiento donde pidió estar de frente colocando la mano derecha como blanco sobre su pecho. Horas después fue decapitado y exhibida su cabeza por diez años dentro de una jaula en la Alhóndiga de Granaditas.

Pese a la ingratitud, la crueldad y los intereses de algunos; el pueblo que lo encumbró, lo sigue nombrando con enorme respeto “Padre de la patria”. Porque independientemente del mito, del culto oficial al hombre símbolo; hay en su nombre un espíritu vivo de justicia. Porque más allá del pedestal, es su lucha por la justicia lo que trasciende. La lucha del pueblo por la libertad.