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Las madres de la patria

Qué tiene de extraño ni ridículo el que una mujer ame a su patria y le preste los servicios que pueda?“ -Leona Vicario

Algunos dirían que no tenía ninguna necesidad de andar exponiéndose. Parecía tener todo para ser feliz. Era muy bella, bastante rica y alternaba con la mejor sociedad de la época. Por si fuera poco había recibido una educación de primerísima, hablaba francés, tenía una biblioteca extraordinaria, se distinguía en sus conocimientos de filosofía, sabía ocuparse de los asuntos de su casa con buen gusto y estaba comprometida con un apuesto joven que además de abogado era dueño de minas y sobrino de un conde. Parecía tener todo para ser feliz, pero la historia demostró que sólo dando y amando; su vida adquirió sentido.

Se llamaba María de la Soledad Leona Vicario Fernández de San Salvador y nació un 10 de abril de 1789 en la ciudad de México. Hija única del español Gaspar Martín Vicario y Camila Fernández de San Salvador, quedó huérfana en 1807 y dueña de una fortuna muy considerable. Roto su compromiso con Octaviano Obregón, quien había salido España a causa de las efervescentes cuestiones políticas, Leona queda bajo la tutela de su tío Agustín Pomposo, abogado prominente, relacionado al gobierno virreinal y férreo detractor del movimiento insurgente. En contrario, Leona navegaba a favor de la libertad y empezó a buscar contactos con los insurgentes.

Las madres de la patria

Así la fascinante historia de una rica heredera que no se conformó con tener, sino  buscó ser promotora de libertad y justicia. Para el convulso año de 1810, Leona ya tenía una comunicación constante con los rebeldes, especialmente en el grupo  Los Guadalupes, apoyando la causa a través de impresos, ejerciendo el periodismo  y proporcionando  información importante de los realistas que contribuyera a prevenir a los jefes insurgentes y actuar con mejores estrategias. La forma que inventó para comunicarse la retrata de cuerpo entero. Lectora apasionada de los clásicos, estableció claves con los nombres de los héroes griegos como Telémaco de Fenelón, entre otros nombres cifrados que servían para informar oportunamente a la insurgencia.

En 1813, cuando tenía apenas 24 años fue capturada por vez primera, conducida a un convento e interrogada por la temible inquisición. La doctora en historia Celia del Palacio Montiel, relata que le mostraron unas cartas suyas interceptadas preguntando quién era ese tal “Telémaco” y dónde estaba. No lograron sacarle nada, pero la dejaron presa e incomunicada. Puedo imaginar al leer la narración lo que la ilustrada joven temió y padeció en reclusión, tal vez imaginando lo peor sabiendo de sobra cómo actuaban los inquisidores. Pero ella no se arrepentía del apoyo a la causa, de haber destinado su dinero a comprar provisiones, vender sus joyas y cuchillerías para enviar medicamentos y artículos, además de mantener a  familias de fabricantes de armas y financiar viajes de insurgentes.

Los buenos amigos la liberaron de esa primera reclusión, pero las calamidades no terminaron para ella. Siguió a salto de mata, huyendo de sus terribles perseguidores, repudiada por sus amigos ricos, disfrazándose entre los arrieros y condenada por el gobierno virreinal, que le confiscó todos sus bienes, subastando además sus pertenencias. Pero nada detuvo a Leona. Unida en matrimonio desde 1813 con Andrés Quintana Roo, notable insurgente con quien compartió  anhelos libertarios y en medio del dolor de las derrotas insurgentes, amenazada constantemente, estuvo de parto en una cueva en enero de 1817 para ser apresada con su hija poco más tarde.

Todo eso y más entregó y padeció María Leona Vicario por la patria, aun después de la consumación de la independencia, cuando fue denostada y atacada por sus enemigos que entre otras bajezas, achacaban al amor por su marido, su entrega a la lucha independentista. Lucas Alamán cobardemente escribió sin firma criticando la justa petición de la devolución de sus bienes incautados denigrando su trabajo por la causa como “Heroísmo romanesco bajo el influjo de las pasiones del bello sexo”. Leona se defendió con las armas de su intelecto en una carta que ha quedado como ejemplo del valor femenino: “Confiese usted señor Alemán, que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los deseos de la gloria y libertad de la patria no les son extraños, antes bien suelen obrar en ellos con más vigor…En todas las naciones ha sido apreciado el patriotismo de las mujeres, ¿por qué mis paisanos han querido ridiculizarlo como un sentimiento impropio de ellas?”

Como Leona Vicario, muchas mujeres de carne y hueso lucharon por la Independencia nacional. Y como ella han sido poco valoradas y reconocidas en la enorme dimensión de todos sus aportes, aun si estos fueron alimentando a las tropas. Nuestras luchas libertarias no sólo han tenido padres,  también hay madres y es necesario valorarlas. Los restos de Leona Vicario descansan en la Columna de la Independencia y fue nombrada Benemérita Madre de la Patria, declarando este año 2020 con su nombre. Con todo, el mejor homenaje es conocer y reconocer su ejemplo de vida. Reconocer a las madres de la patria.