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Culinaria para el desasosiego

Toda la historia atestigua, que desde el bocado de Eva, la dicha del hombre depende de la comida. -Lord Byron

Tripa vacía, corazón sin alegría; dice el refrán popular. Y el dicho conlleva una gran verdad, porque sin saciar el hambre es muy difícil sentirse bien, pues es una necesidad básica. Pero además, comer puede producir placer, estimular nuestros sentidos para lograr bienestar, incluso alegría. En ese sentido, el acto de comer, nos puede ayudar a mitigar el desasosiego que tanto ha invadido nuestra vida en este tiempo de pandemia. Tal vez por eso, sabemos de tanta gente haciendo de la culinaria una ocasión para enriquecer el confinamiento.

Y hablar de culinaria, es algo más que preparar comida. Es aportar creatividad, imaginación, identidad, tradición y gozo al hecho de cocinar. Poner a las manos de quien cocina, el amor y la pasión para brindar no sólo satisfacción al que come, sino también salud y bienestar. No podemos olvidar lo dicho por Hipócrates hace 2400 años: Que el alimento sea tu medicina, y tu medicina sea tu alimento”. Así de importante es lo que entra por nuestra boca. De eso depende en gran parte nuestra salud personal y social. Un tema ligado profundamente a nuestra relación con la tierra y con los demás seres humanos.

Culinaria para el desasosiego

“La comida es el mayor problema de salud que hay en el mundo y también un grave problema para la salud del planeta”, dice una de las voces femeninas más poderosas de la actualidad. Vandana Shiva, científica culta nacida en la India y activista defensora de una agricultura sostenible, quien enfatiza la urgencia de cambiar nuestra forma de comer y la manera de producir los alimentos. Enarbolando una titánica lucha contra las grandes corporaciones que “envenenan” al mundo, Vandana Shiva señala que “la revolución empieza en la cocina” de cada casa, cuando las personas, casi siempre mujeres, asumen la responsabilidad de alimentar bien a su familia. 

Convencida de que los alimentos pueden crecer en cualquier lugar donde haya sol, Vandana promueve la creación de huertos de plantas comestibles en casas, escuelas y comunidades. Cultivar buenos alimentos, libres de tóxicos, debería ser prioritario para todos los ciudadanos, afirma. En ello radica la salud. Y la temible pandemia llegó para darle la razón. Las altas tasas de mortalidad por el virus están directamente relacionadas con enfermedades vinculadas a la alimentación. Nuestro país es un ejemplo lamentable: obesidad, diabetes, hipertensión y demás males asociados al mal comer. Un país que paradójicamente tiene declarada su cocina tradicional como patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO y que en las últimas décadas se ha convertido en paraíso para la venta de comida “chatarra”.

¿En qué momento, las mayorías en nuestro país traicionamos el valor de nuestra cocina ancestral, su dimensión simbólica, su diversidad;  cambiándola por el “plato de lentejas” que conlleva la chatarra? Usted me dirá y con razón lector(a) querido que la respuesta es multifactorial. Y ello pasa por educación, cultura,  pobreza,  globalización,  abandono del campo y demás. En ese contexto, procesos de rescate de nuestra comida tradicional cobran un valor extraordinario. El amigo Cuitláhuac Córdova está realizando ahora en el medio rural de nuestro Tamaulipas, un gozoso  proyecto de culinaria comunitaria de enorme significación.  Por su parte, nuestro querido Pepe Iturriaga, historiador  investigador y defensor de la culinaria mexicana, autor entre otros libros de “Confieso que he comido”, se declara enemigo de la “fast food” y señala que los “antojitos mexicanos” nada tienen que ver con esa chatarra; un taco puede tener un alto valor nutritivo, el problema es con que se le acompaña y los excesos claro. 

Y si hablamos de antojo, hablamos de placer, ese gusto sentido anticipadamente al imaginar algo delicioso. Piense usted cuántas veces ha gozado desde antes una invitación a comer a una casa donde se come bien. La reunión, la convivencia, pero también el sabor de lo bueno. Y cuando digo bueno no pienso en caviar, sino en lo hecho con amor. Un albañil  puede comer mejor que un magnate. Eso florece en cada cocina, en las manos de quien lo hace posible. Nadie daña lo que ama. Preparar los alimentos conlleva lo más importante: la salud, el desarrollo, las emociones incluso. Está comprobado que alguien bien alimentado tiene mejor humor y es capaz de tomar mejores decisiones. No así, quien se toma  un líquido con gas, se estimula unas horas y tarde o temprano termina enfermo.

En fin, el tema da para mucho. Las nuevas formas de comer “keto”, que reviven las viejas formas, son ahora opciones en desarrollo. Y la necesidad de asumir conciencia de que alimentación es salud. Mi hija Libby me enseña mucho al respecto. Por mi parte, quiero insistir que en este tiempo de encierro, podemos cocinar para evitar el desasosiego. Hacer de preparar los alimentos y comerlos, actos placenteros y de amor. Pero sin excesos, porque “no conviene en los días de congoja atiborrarse de alimentos”. Disfrutar del ritual, conscientes de su importancia. Nos va la vida en ello.