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Los acólitos del Diablo

Nunca como en este caso estuvo tan bien aplicada la fórmula de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas

No pueden jueces y magistrados, menos representantes populares o funcionarios del poder público, actuar en contra de actos de gobierno que tienen como finalidad procurar y garantizar el mayor bien para la comunidad. En los últimos días se han tomado decisiones contrarias a las medidas que buscan proteger a la gente, especialmente con motivo de la contingencia sanitaria; hechos sin fundamento y sustentados la más supina ignorancia y quizá perfidia. Caso concreto la regulación a las energías limpias.

Caso que se ha explicado de muchas maneras y con profusión de datos, tanto nacionales como de países en circunstancias similares. Para mayor abundancia, hay que reconocer que el mayor fracaso de la energía eléctrica producida con sistemas que aprovechan las fuerzas de la naturaleza, se ha dado en el país que tiene el mayor número de aerogeneradores del planeta, Alemania, donde se está buscando que pare la producción ante la incapacidad de utilizar el enorme volumen que producen sus 30 mil turbinas eólicas.

Los acólitos del Diablo

En la actualidad, Alemania produce por medios combinados de rotores aéreos y paneles solares, el 43% de sus necesidades de consumo, dejando el resto a la producción convencional mediante hidroeléctricas, termoeléctricas (que usan combustibles fósiles), reactores nucleares y, últimamente, turbinas marinas. Todo estaba muy bien, hasta que durante la semana del 4 al 10 de marzo de 2019, la producción de las primeras se disparó hasta el 64,8%, provocando problemas de saturación en las redes de distribución.

Finalmente, las redes colapsaron y amplias regiones de ese país se quedaron sin servicio, mientras la energía producida se tuvo que enviar a tierra sin ningún provecho. Se habló entonces, de implementar medidas que regulen la producción y que ésta pueda ser 50 y 50 por ciento, para lo que debe hacerse un nuevo esquema de regulaciones que permitan el mejor aprovechamiento. Pero, vino a resultar que por falta de vientos y luz solar, la producción eólica y fotovoltaica decayó a niveles mínimos obligando al resto a producir más.

En esta misma semana se tomó la decisión de aplicar un plan de apoyo fiscal a las empresas generadoras de energías limpias, no para que produzcan más, sino para que paren sus generadores y eviten saturar las redes de distribución en tanto se toman medidas para manejar convenientemente tanto la sobreproducción como la caída de la misma cuando las condiciones climáticas no sean favorables, dado que en ningún país del mundo se dan vientos constantes y luz solar durante todas las estaciones del año.

El problema, simple y sencillamente, es que las energías limpias siguen siendo una aspiración que tal vez algún día, cuando haya forma de almacenar la electricidad y transportarla con seguridad, facilidad y a bajo costo, sean una realidad. Mientras tanto, apostar a depender de ellas es un despropósito y una locura que solamente puede ser defendida si detrás de ella están poderosos intereses económicos y políticos. Quienes quieren dar contras a las medidas preventivas, además de corruptos son ignorantes.

Toda persona con un criterio medianamente racional sabe que la producción de electricidad con sistemas no contaminantes es un imperativo al que le apuestan las naciones civilizadas que se han comprometido a reducir los gases de invernadero a su mínima expresión para el 2050; pero, no se necesita mucho para entender que, cuando menos en este momento, no se puede dejar de depender de los sistemas tradicionales que queman carbón petróleo y gas. Estos contaminan, pero son confiables y seguros.

Hasta este momento se han tocado únicamente los temas relacionados con lo veleidoso de los vientos y de los rayos solares; para nada se ha tocado el tema de las grandes transas perpetradas por los inversionistas coludidos con gobernantes rapaces, para explotar una nueva mina de oro con cargo al erario público. Nunca como en este caso estuvo tan bien aplicada la fórmula de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas, dejando a la Comisión Federal de Electricidad y a los usuarios pagar los platos rotos.

Los chicos chichos producen la electricidad y la venden a la CFE para que este organismo la distribuya y comercialice, cargando con todos los costos que implica regular tensiones para subirla a la red, absorber las mermas del transporte, transformar la energía para hacer llegar a los consumidores en condiciones de aprovechamiento y, además, garantizar continuidad y calidad en el servicio, sin importar el origen.

Cuando se buscó aplicar regulaciones que convengan a todas las partes, vinieron los acólitos del Diablo.