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Lo blanco y lo negro

La idea de una economía racional y humanista choca de frente con el neoliberalismo

La actual propuesta de la Cuarta Transformación no es difícil de entender, pues significa, simple y sencillamente, justicia social. Esto es, la equitativa distribución de la riqueza, de tal suerte que puedan paliarse la opulencia y la indigencia, como han pretendido las mentes más brillantes a lo largo de la historia. Filosofía, política, religión y ahora ciencia, coinciden en que la mejor forma de convivencia humana es la solidaridad; que los fuertes, los ricos, los poderosos ayuden a los otros.   

La idea de una economía racional y humanista choca de frente con el neoliberalismo que propone una visión capitalista a ultranza que ha causado las crisis que la humanidad ha padecido durante los últimos 30 años y que se reconocen como la matriz principal de los fracasos y de la encrucijada en que se ahogan las sociedades actuales. No son pocas las voces que hablan de la cultura de la muerte porque la aberrante acumulación de la riqueza se genera con la explotación del hombre.

Lo blanco y lo negro

Para limpiar la consciencia y para evadir responsabilidades, las élites plutocráticas han dado en llamar democracia al capitalismo; sin embargo, sus estrategia han dejado de tener efectividad y ya no es posible que sigan engañando con sus campañas de simulación. Es claro que, como lo plantean las teorías económicas modernas, la plutocracia no puede ocultar que su objetivo único es el de socializar costos y privatizar las ganancias. ¿Quién no recuerda el rescate de los bancos quebrados por una cáfila de pillos que los compraron a precio de ganga?, que se sigue pagando.

Al inicio del milenio los mexicanos creyeron en el cambio propuesto por un merolico que se hizo de la Presidencia de la República; pero que, nunca fue capaz de gobernar y que junto con su sucesor vivieron la época de las vacas gordas, en las que se logró la mayor venta de petróleo al exterior (3.5 millones de barriles diarios en 2011), con los precios más altos de la historia, que ingresaron al país carretadas de dólares de los que no se sabe su paradero, pues la deuda creció, porque no tenían llenadera.

La política dejó de ser una oportunidad para servir y se convirtió en el mejor de los negocios. No había mayor aspiración de un joven con ambiciones que colocarse en una chambita del gobierno desde la cual ir escalando posiciones para hacerse de mulas a la mala. Los sueldos de la burocracia eran cada vez más altos y los resultados cada vez menos satisfactorios. Con el agravante de la atroz corrupción que se apoderó del sistema político-económico, en que no se sabía quién era quien.   

El gobierno, los organismos autónomos, el entramado mediático y no pocas de las instituciones independientes, se la pasaban defendiendo invariablemente los privilegios de la cada vez más reducida minoría rica, con consecuencias cada vez más desastrosas para las mayorías pobres y para el propio país. México se volvió el símbolo de la corrupción y en todo los casos en que había necesidad de tratar el tema de las componendas hechas al margen de la ley, salía a relucir el país.

Tan evidente era la insolvencia moral y jurídica de las instancias de gobierno, que los salarios eran fijados al margen de los criterios que señala el texto constitucional, el máximo ordenamiento de la vida institucional del país. Para el efecto, se utilizó el modelo fascista de una élite súper poderosa soportada en agrupaciones de parásitos que, a cambio de migajas, impidieron cualquier intento de cambio, hasta que les llegó su hora. Son los mismos que ahora protestan y cierran carreteras.

En este momento de cambio y de feroz resistencia de la mafia del poder (económica y política), el gobierno no está solo, el presidente no está solo, el país  está solo; por el contrario, marcha a la vanguardia de un movimiento cada vez más extendido y entendido en el planeta. Una vez más, México vuelve a ser punta de lanza en la gran transformación social, política y económica para pasar de lo negro a lo blanco.