La unidad nacional

Uno de los grandes logros de la Revolución fue el Articulo 3º. constitucional. Señala que: “La educación que imparta el Estado -Federación, Estados, Municipios- tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentará en el, a la vez, el amor a la Patria y la conciencia de la solidaridad internacional en la independencia y en la justicia”. Siguiendo su etimología latina ‘terra patrum’, tierra de los padres, se entiende por patria el lugar donde se nace y donde se vive y se convive.
Durante casi todo el siglo XX, la idea de patria trasmitida a través de la educación, hizo posible la unidad nacional que se manifestó, luego de las horas aciagas de la revolución, en el gran apoyo de todos los estratos de la sociedad mexicana a la hora estelar de la expropiación petrolera, cuando fueron las damas de la alta sociedad a entregar sus alhajas, lo mismo que las mujeres campesinas a hacer entrega de sus gallinas o de sus cerditos para contribuir a pagar la deuda de la indemnización exigida por los petroleros.
Sin unidad nacional no hubiera sido posible la expropiación, como tampoco la creación del Instituto Mexicano del Seguro Social en 1944, la modernización de México de los años 50 y el largo periodo del desarrollo estabilizador, que permitió un crecimiento sostenido de entre el seis y el ocho por ciento anual, sin devaluación y escasa inflación.
Las grandes empresas del Estado Mexicano, como Mexicana de Aviación, Ferrocarriles Nacionales de México, Teléfonos de México, La Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las truchas, la Nucleoeléctrica de Laguna Verde, Automex, Petróleos Mexicanos, Comisión Federal de Electricidad, etcétera, no hubieran existido sin la unidad de los mexicanos.
Unidad que se trasmitía y se fortalecía a través de la educación, con el pensamiento de hombres de talla ecuménica para los cuales lo universal empieza en lo particular, como el gran maestro de la juventud de América, José Vasconcelos, quien dijera que: “La tarea de la filosofía consiste en coordinar todas las esferas del ser y todas las facultades del yo, para conseguir una suprema unidad, que ya no es el Logos, sino Armonía”. El verdadero conocimiento se obtendría mediante una síntesis que coordinara elementos y modos de aprehensión emocionales, intelectivos y místicos. Cualquier distinción entre objeto y sujeto es sólo fenoménica. La verdad se alcanzaría en el juicio estético, por la vía de la belleza y de la armonía. La unidad no es el yo escueto, sino un gran nosotros.
No es el individuo aislado y competitivo; sino la armonía de todos, lo que lleva a la unidad, y de ahí a la solidaridad universal. No es el escamoteo del derecho de los otros, sino el respeto a ese derecho, lo que lleva a trascender las limitaciones del ser humano en sus manifestaciones más primitivas. De igual manera pensaba otro de los grandes educadores de México con proyección universal, Gregorio Torres Quintero, quien decía que en la escuela primaria no se enseñara una historia filosófica; que ésta se redujera a concentrar datos, fechas y batallas para su memorización. Memorización, tan devaluada.
Propuso una historia-cuento en la cual la narrativa estimula agradablemente el interés de los educandos, que no deben ser considerados como adultos, por lo que también debe existir una graduación de la información. Afirmaba: “¿Saben por qué muchas personas se duermen durante las funciones de ópera? Porque no se les muestran con interés los tópicos de la obra. Lo mismo sucede con la enseñanza de la historia y los libros no se acomodan al estado espiritual de los receptores. Esto último se logra con cuentos, relatos y narraciones, todo ello animado, dramatizado, atractivo y bello”. Lo lúdico.
Ahora, que está en marcha una reforma educativa, bien pueden recuperarse los valores que hicieron de la educación el gran catalizador de la unidad nacional, con “amor a la patria y la conciencia de la solidaridad internacional en la independencia y en la justicia”. Con unidad nacional, todos los problemas entrarán en camino de solución.




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