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La hora de los cambios

La llamada Cuarta Transformación, que históricamente habría de ser una continuidad de la Guerra de Independencia, la Reforma y la Revolución, no puede darse sin que haya resistencia y hasta cerrada oposición. Los peninsulares no aceptaron renunciar a sus privilegios; el clero no cedió sus riquezas ni los terratenientes y grandes magnates dejaron las prerrogativas que los hicieron dueños y señores de vidas y haciendas.

Un ejemplo muy ilustrativo arrancado de este siglo lo da la reseña histórica No. 3167 de la Cámara de Diputados, que dice: “El vocero del grupo parlamentario del PRI en la Cámara de Diputados, Miguel Lucero Palma, calificó de lamentable y triste el que el Presidente Vicente Fox haya doblado las manos tras la amenaza de la Organización Nacional de Expendedores de Petróleo para evitar el paro en 23 entidades en protesta por las clausuras a gasolineras llevadas a cabo por la Procuraduría Federal del Consumidor. La actitud del Presidente ha sido de dudas, de dejar decisiones torales a gente con falta de experiencia, es muy triste, es un presidente sin carácter, sin fuerza que dobla las manos ante la presión, es un Presidente débil”, de lo que no hay dudas.

La hora de los cambios

La clausura de las gasolineras que hizo Profeco fue por robo directo al consumidor al despechar litros mermados de combustible según se sabe desde tiempo inmemorial y fue comprobado por los inspectores que acudieron con garrafas de vidrio graduadas a varios lugares, donde se detectó que las mermas eran de entre 100 y 200 mililitros de gasolina o diesel, gracias a los arreglos que se hacen en los sistemas de las bombas.

Así ocurrió con la Estela de Luz, que debía costar 960 millones de pesos; pero que, por las presiones de los magnates que querían vela en ese entierro, se disparó hasta 1,450 millones a efecto de que todos alcanzaran a cubrirse con la cobija de la corrupción. Se puede decir lo mismo de ese gran pastel que sería el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, ante cuya cancelación los ricos ofrecieron sacrificar sus altas utilidades.

La bomba estalló con la iniciativa de regulación de los cobros de comisiones que hace el sistema bancario nacional, abusando como no puede hacerlo en los lugares donde están radicadas sus matrices. Para llevar la fiesta en paz antes de asumir el cargo, el presidente electo dio una conferencia de prensa en la que afirmó que no habrá cambio alguno en lo que se refiere al ámbito fiscal y financiero, concretamente en los bancos.

Pero, fuera del sector empresarial que integra la mafia del poder, derivada de la cena en la que Carlos Salinas remató las empresas del Estado mexicano a razón de 25 millones de dólares la carta; ese cerrado grupo de capitalismo de amigos que domina totalmente la economía nacional, haciendo negocios por la buen o como sea, con la complicidad de los regímenes neoliberales; fuera de ellos, todos anhelan un cambio.

El cambio que humanice a la economía y retorne a México y a los mexicanos aquellos luminosos principios revolucionarios de la Carta Magna de 1917, fundamentados en el nacionalismo revolucionario con sus dos vertientes: En política, democracia con justicia social; en economía: economía mixta con rectoría del Estado, que no es, ni de lejos, lo mismo que, como argumentan los neoliberales, la estatización de la economía.

La mayor parte del siglo XX México creció aceleradamente sin inflación ni devaluación, con empresas fuertes y pujantes, tanto de la iniciativa privada como del Estado mexicano, entre las que estaban Bimbo, Cemex, Maseca, Modelo, Tequila Cuervo que competían en el planeta con mucho éxito, y Pemex, CFE, Telmex, Mexicana de Aviación, Aeroméxico, Sidermex y muchas más.

En 1982, el gobierno mexicano se comprometió con el Fondo Monetario Internacional a aplicar las políticas neoliberales, que más tarde tendrían su expresión programática en el ‘Consenso de Washington’. Ha llegado la hora de dar marcha atrás. Cueste lo que cueste y mientras más pronto se entienda, mejor.