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Un relámpago iluminó el Anáhuac

Las hazañas del guerrillero navarro Francisco Javier Mina, fueron breves; pero, tuvieron la virtud de inspirar a los aborígenes para continuar la lucha insurgente iniciada por Hidalgo y continuada por Morelos. El mismo reconoce que no pelea en contra de España ni de los españoles, sino en contra toda forma de tiranía, como la establecida en la madre patria por el emperador francés Napoleón Bonaparte.

Luego de escapar del feroz persecución de Fernando Séptimo y conocer en Inglaterra al notable liberal mexicano fray Servando Teresa de Mier, se siente atraído por la Guerra de Independencia por lo que se traslada a los Estados Unidos y de ahí, con tres embarcaciones, se dirige a suelo mexicano, desembocando en Soto La Marina, en las costas tamaulipecas el 15 de abril de 1817, sin encontrar resistencia en esta región.

Un relámpago iluminó el Anáhuac

Una de las previsiones más importantes de este militar fue traer consigo una prensa con la cual imprime y da a conocer su extensa proclama dirigida a: “A los españoles y americanos: Al separarme de la asociación política por cuya prosperidad he trabajado desde mis tiernos años y adherirme a otra en disensión con ella para ayudarla, creo un deber mío exponer a aquellos a quienes toca los motivos que me han dictado esta resolución.

Yo me hallaba estudiando en la Universidad de Zaragoza cuando los desórdenes de la Corte de España y la ambición de Napoleón, redujeron a los españoles a ser la presa de una nación extraña o a sacrificarse a la defensa de sus derechos. Colocados entre la ignominia y la muerte, esta triste alternativa indicó su deber a todos aquellos en quienes la tiranía de los reinados pasados no había podido relajar enteramente el amor a la patria. Yo me sentí, como otros, animado de este santo fuego y me dedique a la destrucción del enemigo. Acompañe como voluntario los ejércitos de la derecha y del centro, y dispersos desgraciadamente, corrí al lugar de mi nacimiento, donde era más desconocido. Me reuní a doce hombres que me escogieron por su caudillo y en breve llegué a organizar en Navarra cuerpos respetables de voluntarios de que la Junta Central me nombró jefe…”.

En el documento, narra sus peripecias en España y cómo fue que decidió venir a la Nueva España, arribando por las tierras de la Nueva Santander, muy próximas al puerto de Galveston. Con el fusilamiento de José María Morelos y Pavón, la situación de los insurgentes era crítica: Hidalgo y los primeros caudillos habían desaparecido y sólo unas cuantas partidas capitaneadas por Guadalupe Victoria, José María Liceaga y Vicente Guerrero, continuaban la lucha en Veracruz, el Bajío y en las costas del sur. Además, el gobierno virreinal decidió amnistiar a insurgentes que dejaran las armas.

En Soto la Marina, Mina construyó un fuerte en el que dejó 130 hombres al mando del mayor Sardá, mientras que él se adentró al país con unos 300 seguidores. El fuerte fue destruido por la fuerza naval imperial; ahí Fray Servando Teresa fue capturado. Mina se internó en la Nueva España con el objetivo de reunirse con los insurgentes para conjuntar esfuerzos; en su travesía se enfrentó a los realistas y obtuvo importantes victorias en Valle del Maíz, hacienda de Peotillos, Real de Pinos y Rincón de Centeno.

En el Fuerte el Sombrero, Gto., Mina se reunió con el insurgente Pedro Moreno. A partir de ese momento la suerte del guerrillero navarro cambió. Al respecto, la historiadora Doralicia Carmona Dávila refiere que “Mina urgido de apoderarse de una ciudad importante que reviviera la insurgencia, atacó Guanajuato la noche del 24 de octubre; mas sus tropas fueron dispersadas por el enemigo. Al verse derrotados, Mina y Moreno huyeron al Rancho del Venadito, pero un cura de Silao los denunció y, el 27 de octubre, Mina y Moreno fueron detenidos. El primero fue encadenado, el segundo ejecutado inmediatamente”. Fue fusilado el 11 de noviembre de 1817.

Mina fue reivindicado el 17 de septiembre de 1823, cuando su cuerpo fue enterrado solemnemente frente al altar mayor de la Catedral de la Ciudad de México, junto con Hidalgo, Morelos y Allende, considerados Padres de la Patria. Desde el 15 de septiembre de 1910, sus restos descansan en la Columna de la Independencia.

En la última parte de su proclama, dice: “…Mexicanos: permitidme participar de vuestras gloriosas tareas; aceptad los servicios que os ofrezco en favor de vuestra sublime empresa y contadme entre vuestros compatriotas. ¡Ojalá acierte yo a merecer este título, haciendo que vuestra libertad se enseñoree o sacrificándole mi propia existencia!

Entonces, en recompensa, decid a vuestros hijos: ‘Esta tierra fue dos veces inundada en sangre por españoles serviles, vasallos abyectos de un rey; pero hubo también españoles liberales y patriotas que sacrificaron su reposo y su vida por nuestro bien’.

Soto la Marina, 25 de abril de 1817”.