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La diferencia del imbécil al idiota

La escaramuza verbal subió de tono y de imbecilidad

Por su creciente número de casos, por su peso específico en la sociedad actual y por el escudo protector que les proporciona su estatus económico, político y social, es buena oportunidad para entender qué es la imbecilidad y en que grados se hace manifiesta en el ser humano.

Etimológicamente, imbecilidad es un término utilizado para designar una forma grave de retraso mental, situada entre la debilidad mental y la idiotez, que corresponde a un cociente intelectual de entre 40 y 50. Pero, hay mucho más al caso.

La diferencia del imbécil al idiota

Los estudios científicos al respecto, señalan que es más peligroso un imbécil que un idiota y que un estúpido, pues el acto de imbecilidad, a diferencia del de idiotez o estupidez, está orientado hacia la aceptación de los que considera sus pares; es decir, va dirigido hacia un grupo específico con el que se identifica y cuyos postulados e ideas defiende a capa y espada, independientemente de que sean válidas y moralmente aceptables. Son muchos los casos de políticos llegados al poder con síntomas evidentes.

El filósofo y escritor Fernando Savater, que del tema sabe mucho, ha logrado identificar los rasgos distintivos del imbécil: El imbécil no cree en nada y todo le da igual; cree que lo quiere todo y luego paradójicamente no hace nada por obtener algo; no sabe ni quiere saber, simplemente sigue a la masa como si fuera una oveja más del rebaño; cuando sabe lo que quiere, no se molesta en conseguirlo ya que no le apetece esforzarse; cuando tiene mucho ímpetu, no puede diferenciar lo bueno de lo malo.

A lo largo de los siglos, ha venido variando el concepto de imbécil. La palabra proviene del latín imbecillis y significa persona débil o enjuta; con el devenir del tiempo cambió para definir un mal mental y así imbécil era un débil mental. Hay quienes aseguran que podría derivar de in baculo (sin bastón), esto es, sin principios ni valores. El imbécil es plenamente consciente de sus actos; sin embargo, y ahí estriba su peligrosidad, planea y desarrolla estrategias para ascender socialmente. 

Cuando llega a ocupar posiciones de poder, el imbécil atribuye sus propias deficiencias achacándolas a otros, como fue el caso del secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro Lames, quien fuera canciller del gobierno de Pepe Mujica y luego traicionó los principios de la política humanista del expresidente uruguayo, para asumir una actitud radical en favor del neoliberalismo. Este Almagro tachó al expresidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, de summum de la imbecilidad, sin percatarse que fue un escupitajo lanzado al cielo que se le estrelló en la cara llenándolo de esputo. Zapatero había puesto en tela de duda la imparcialidad del dirigente de la OEA por su proclividad a simpatizar y apoyar la intervención de estados miembros del organismo en los asuntos internos de países que buscaban alternativas para paliar los estragos del capitalismo salvaje.

El insulto de un imbécil tachando a otro de lo mismo, emerge cuando el expresidente español afirma que: "Resulta insólito que alguien que dirige un organismo internacional desconozca las reglas básicas de la carta de Naciones Unidas y la legislación por la cual se regula el uso de la fuerza que solo puede ser autorizado por el Consejo de Seguridad en una serie de supuestos", cuando era inminente la acción militar de un país para forzar el destino de otro. La escaramuza verbal subió de tono y de imbecilidad.

Los medios que dieron cuenta de los hechos no podían creer lo que decía el líder de una organización de Estados, cuya tarea es, como dice su portal: "La Organización fue fundada con el objetivo de lograr en sus Estados Miembros, como lo estipula el Artículo 1 de la Carta, un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia, con los pilares de la democracia, los derechos humanos, la seguridad y el desarrollo.

Por ello insistieron en preguntar para abrir una puerta a la rectificación; pero la imbecilidad de Almagro lo condujo siempre por el mismo discurso beligerante. Expresó que: "Estoy midiendo grados de imbecibilidad (sic) que tienen que ver con cuántas aclaraciones necesita la gente para entender lo que dije. Definitivamente el señor Zapatero está en el grado más alto de imbecibilidad (sic) actualmente. Ha necesitado siete explicaciones para entender". Poco se puede agregar a tan desafortunadas expresiones.

Pero, volviendo con el tema que ocupa a este espacio, habría que decir que Maurizio Ferraris, filósofo italiano, escribió un breve ensayo llamado La imbecilidad es cosa seria, en el cual hace una disección jocosa de la misma. Ferraris se toma completamente en serio el tema de la imbecilidad y le dedica una reflexión en más de cien páginas plagadas de citas, alusiones doctas y un considerable bibliografía.

Comienza diciendo: "La razón primera y principal es tan evidente que no hacen falta muchos o alambicados argumentos para dar el asentimiento: la imbecilidad abunda. En versión de andar por casa, «hay más tontos que botellines» o «hay más tontos que perros descalzos». Incluso los biempensantes y caritativos que no estén al cien por cien de acuerdo con la tesis de la imbecilidad generalizada, no tienen más remedio que convenir que el número de tontos sobrepasa ampliamente al de listos. Por eso precisamente sentimos admiración por los listos, los lúcidos, los inteligentes o, en su grado más excelso, los genios o sabios".

Por ahí se va bordando un texto de ideas profundas tratadas con ingenio y buen humor. "En segundo lugar (y en contra de lo que muchos piensan), no siempre es fácil detectar a los imbéciles. Por supuesto, hay muchos casos tan obvios que saltan a la vista. Del mismo modo que muchos de nuestros semejantes tienen dibujados en sus rostros o en sus ademanes la codicia, la represión sexual o la timidez, hay otros tantos tontos que se divisan a la legua. Lo diré de modo directo, sin subterfugios, apelando a la experiencia que tenemos todos: hay gentes que parecen gilipollas, actúan como gilipollas y hablan como gilipollas, y todo ello por una razón de peso: simplemente porque son gilipollas".

Para terminar concluyendo que: "La otra cara de ese mundo imbécil es la que dibuja Bilbeny, basándose en la experiencia del siglo XX: una sociedad regida o sustentada por idiotas se convierte en una pesadilla protagonizada por monstruos, el peor de los infiernos posibles. Ya lo dice la sabiduría popular: es preferible un listo malo que un tonto bueno".