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Época de cambio

Desde que los regímenes neoliberales iniciaron la destrucción del aparato productivo nacional para convertir al país en una inmensa maquiladora, las voces más enteradas señalaron que poner todos los blanquillos en la canasta del comercio exterior era una aberración que muy caro habría de pagarse. Las consecuencias son: una drástica caída del nivel de vida de la población y el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres.

Muy tarde ha venido a reconocer el Banco de México, que: El modelo de crecimiento a través de exportar se está terminando, simplemente porque ya se está llegando al tope de crecimiento y dados los desbalances que hay en las economías avanzadas a nivel de crecimiento mundial; que, ahora tenemos que generar crecimiento aquí. Con torpeza da a entender que ya no habrá exportaciones porque los países receptores no necesitan lo que aquí se produce, menos como resultado de la triangulación comercial, que compra piezas baratas en Asia, aquí las ensambla y las envía el extranjero como mercancía mexicana.

Época de cambio

Inútil resulta redundar sobre el hecho de que las llamadas “exportaciones nacionales” nunca pasaron de ser bienes y servicios armados aquí, industrializados y comercializados por las grandes empresas corporativas que han derribado barreras proteccionistas en todo el mundo para abaratar la mercancía más abundante: el trabajo.

Tal vez la circunstancia más dramática sea la de Bangladesh, donde las trasnacionales fabrican la ropa que comercializan en todo el mundo con diferentes marcas. Se paga al trabajador medio dólar por un pantalón que en las tiendas vale 50 0 60 dólares, y no hay forma de que los obreros o el gobierno proteste, pues está pendiente sobre sus cabezas la amenaza de irse a otra parte, donde les den más facilidades y la gente no quiera comer todos los días. Bangladesh no tiene alternativa, depende totalmente de la maquila de ropa.

No es el caso de México, donde la economía tiene posibilidades de diversificación una vez que se acepte cabalmente la realidad de que el comercio exterior no es la panacea que han vendido los adalides del capitalismo salvaje, y que el estímulo al consumo interno es la mejor fórmula de progreso. Ahora que están de moda las referencias históricas, habría que decir que en plena crisis del 29, la más severa crisis vivida por los Estados Unidos, a la que se conoce como la Gran Depresión, el magnate del automovilismo, Henry Ford, elevó el salario de sus trabajadores en un 50 por ciento para darles capacidad de comprar y que se convirtieran en consumidores de los autos que ayudaban a crear. Con 5 dólares diarios, Ford tuvo a los mejores trabajadores.

Ha llegado la hora de mirar hacia adentro y de reconstruir todo lo que han dañado las políticas entreguistas que dieron al traste con el campo, ahora prácticamente desolado en amplias parcelas del territorio nacional; con la pequeña y mediana industria, la mayor fuente generadora de empleo; con la prestación de servicios y con las cadenas de distribución que llevaban los satisfactores básicos a todos los rincones a buen precio.

La iniciativa de reforma financiera presentada al Congreso de la Unión, propuso la reanudación del crédito para la producción y el fortalecimiento financiero de las instituciones de fomento, con el propósito de que puedan aportar los recursos necesarios a fin de reactivar a la pequeña y mediana industria y, así, generar empleos estables, bien remunerados, con las prestaciones que marca la ley; y con ello, generar el círculo virtuoso de empleo, producción y consumo.

La irracional tendencia consumista, que generaba una colosal cantidad de basura cibernética cada año por la manipulación subliminal que hacía obligatoria la adquisición de nuevos aparatos electrónicos cada temporada, tiende a moderarse y con ello habrá de bajar la demanda y la producción de bienes de exportación. La dependencia del comercio exterior fue mala; pero, ya pasó. Ahora, a innovar y a recuperar el terreno perdido.

México no aprovechó el auge de las maquiladoras y del comercio exterior; eso ya pasó, tiempo es de pensar en otras salidas que no pueden ser más que el fortalecimiento del consumo interno. Para su propia sobrevivencia, los magnates que han resultado beneficiados del neoliberalismo, ahora están obligados a invertir algo de sus pantagruélicas fortunas en obras de infraestructura viables, sustentables y redituables, que se eslabonen a sistemas productivos y distributivos que hagan florecer la economía.

La mano de obra mexicana, tan devaluada en México, es altamente apreciada en el exterior; tiempo es ya de que se le dé oportunidad para aportar la parte que le corresponde en el progreso del país y de disfrutar de los frutos de ese progreso por medio de la justicia social, que no es otra cosa que una adecuada remuneración del esfuerzo nuestro de cada día.