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Entre el orden y la brutalidad

En estos momentos en que la existencia del ser humano sobre el planeta Tierra pende de un hilo y está supeditada al capricho de hombres que operan el Poder con una irracional liviandad, es bueno recordar el aniversario luctuoso de Jean Paul Sartre, el filósofo, escritor y dramaturgo francés, exponente del existencialismo, quien falleciera el 15 de abril de 1980, luego de rechazar el Premio Nobel de Literatura para dar sustento y congruencia a sus ideas y a su pensamiento.

Hasta hace poco era dable decir que el Estado de Derecho es, un principio republicano de aplicación rigurosa en todo régimen democrático en que el ser humano sea el eje de las políticas públicas. En una república, el Poder del Estado está obligado a hacer lo que la ley le obliga y de ello debe rendir cuenta ante la ciudadanía; la ciudadanía puede hacer todo cuanto la ley no le prohíba expresamente. Ahora, todo ello ha cambiado y el Poder está al servicio de élites que dominan extensas parcelas en la política, la economía y la sociedad; sirve solamente a unos cuentos.

Entre el orden y la brutalidad

Precisamente, esa transformación del Poder Público en camarillas de poder faccioso, fue una de las previsiones de Sartre, cuando dijo que: “La existencia humana es un fenómeno subjetivo, en el sentido de que es conciencia del mundo y conciencia de sí”. A manera de explicación luego de que se percatara de que muchas de las personas que acudían a sus conferencias y charlas, aún dentro de los claustros de prestigiosas universidades, no acababan de entender sus propuestas, expuso:

“En el ser humano la existencia precede a la esencia, contrariamente a lo que se ha creído en la filosofía precedente. ¿Qué quiere decir esto? Si un artesano quiere realizar una obra, primero la piensa, la construye en su cabeza: esa prefiguración será la esencia de lo que se construirá, que luego tendrá existencia. Pero nosotros, los seres humanos, no fuimos diseñados por alguien, y no tenemos dentro nuestro algo que nos haga malos por naturaleza, o tendientes al bien —como diversas corrientes filosóficas y políticas han creído, y siguen sosteniendo—. Nuestra esencia, aquello que nos definirá, es lo que construiremos nosotros mismos mediante nuestros actos, que son ineludibles: no actuar es un acto en sí mismo, puesto que nuestra libertad no es algo que pueda ser dejado de lado: ser es ser libres en situación, ser es ser-para, ser como proyecto”.

A 38 años de su muerte y con la Tercera Guerra Mundial en puerta, es necesario señalar que J. P. Sartre es un filósofo que ha planteado con toda crudeza y quizá brutalidad, el problema de la libertad y del individuo, y lo hace en una época impregnada totalmente de los peligros que una desbordante sociedad de masas implica para esos valores. La reivindicación necesaria del yo y de su derecho de elección, en momentos en que el individuo es un número más o menos y en que la determinación de sus actos proviene de fuerzas externas enajenantes de la libertad y el ser del hombre, constituye quizá el gran aporte de una filosofía que, como en Sartre, angustiosamente trata de salvar esa expresión última de la vida humana. ¡Intuyó los estragos del neoliberalismo!

Casado con otro de los símbolos permanentes de la literatura y la filosofía, Simone de Beauvoir, entre 1940 y 1950, sus propuestas eran muy populares, y el existencialismo fue la filosofía preferida de la generación beatnik en Europa y Estados Unidos. En 1948, la Iglesia Católica enlistó todos los libros de Sartre en el Index Librorum Prohibitorum. La mayoría de sus obras de teatro están llenas de símbolos que sirven de instrumento para difundir su filosofía. La más famosa, Huis Clos (A puerta cerrada), contiene la famosa línea: El infierno es el Otro, de gran impacto por el significado radical que tiene en francés. La otredad se ha vuelto frase común a nivel universal.

Además del evidente impacto de La náusea, la mayor contribución literaria de Sartre fue su trilogía Los caminos de la libertad, que traza el impacto de los eventos de la pre-guerra en sus ideas. Se trata de una aproximación más práctica y menos teórica al existencialismo. Sobresale también su famoso ensayo sobre Gustave Flaubert: El Idiota de la Familia, que es un minucioso y voluminoso texto relativo al autor de Madame Bovary, donde Sartre examina cómo brota el deseo de escribir.

Releer a Sartre en estos días, recordando su partida, es un buen ejercicio para entender la locura que recorre el planeta y tiende a anidar en el Anáhuac.