Editoriales > EL JARDÍN DE LA LIBERTAD

Elegancia

Sin la elegancia del corazón no hay elegancia. -Ives Saint Lauren

Cierto día, mientras comíamos en un restaurante, me tocó presenciar algo  indignante. A una mesa cercana llegó una pareja haciéndose notar por sus voces altas y exagerados gestos. El señor, quien debía rondar la cincuentena, vestía una camisa negra y hebilla de marca grande en el cinturón, mientras que la señora parecía pasar apenas los cuarenta y estaba peripuesta con un vestido a todas luces caro, zapatos de alta factura y una bolsa de logo enorme que debía ser todo su orgullo porque la puso sobre la mesa junto a ella y la acariciaba constantemente.  

Ambos atentos a sus celulares, como suelen estar ahora la mayoría de las personas, no volvimos a escuchar sus voces hasta que se dirigieron al mesero con palabras altisonantes.  El hombre gritaba argumentando mal servicio y ella decía que la comida era un mugrero y por lo tanto, aunque tenían mucho dinero,  no iban a pagar nada. El mesero todavía no atinaba articular palabra sorprendido por el escándalo,  cuando el susodicho cliente dijo vámonos, tirando del brazo a la dama, a quien alcancé oír al pasar: ¿para esto me hiciste vestirme tan elegante?

Elegancia

Yo no sé usted que piense, pero a mi ese par, con todo y su carísima ropa de marca, me pareció todo, menos elegante. La elegancia es otra cosa. Si nos atenemos al diccionario de la Real Academia Española, nos dice que elegante es alguien dotado de gracia, nobleza y sencillez. Así pues, alguien prepotente, que viste con excesos y presume de sus posesiones, nunca podrá ser elegante. Y en este mundo colmado de frivolidades y consumismo, la elegancia está mermando. Cada vez hay más personas buscando ser elegantes sin lograrlo, porque no han entendido que esa cualidad va de dentro hacia fuera. 

José Ortega y Gasset, uno de los filósofos españoles más reconocidos, señalaba que la gente suele confundirse cuando habla de elegancia, pues “se tiene de ésta una idea estúpida y superficial, cuando es una virtud humana vitalísima”. Y añadía: “la elegancia debe penetrar, conformar la vida íntegra de las personas, desde el gesto y el modo de andar, pasando por el modo de vestirse, siguiendo por el modo de usar el lenguaje,  llevar una conversación, de hablar en público, hasta llegar a lo más íntimo de las acciones intelectuales”.  Además, el filósofo subrayaba que la elegancia no está en las cosas materiales, sino en la mirada humana sobre ellas: “la elegancia es solamente atributo y gracia de la vida”.

En ese sentido, un vestido no puede ser elegante sin quien lo porta y sin quien lo aprecia. Y nada tiene que ver con el precio ni con el logo. Porque como bien dicen, la elegancia es un estado mental, una virtud natural, mucho antes que una cuestión de indumentaria. Para verse bien, es necesario mucho más que cubrir el cuerpo con ropa. En la historia de la moda por ejemplo, en la mismísima Francia, cuna del llamado “glamour”, mucho se habla del surgimiento de los burgueses en los días postreros de la revolución francesa, a quienes los monárquicos denostaban llamándoles  “nuevos ricos” afirmando que nada sabían de elegancia, pues para ellos, sólo los aristócratas sabían vestirse, los otros solamente cubrían su cuerpo burdamente. 

Pero el paso de tiempo nos ha demostrado que ni las monarquías tienen carta certificada de elegancia porque muchos de ellos aunque se vistan de seda, andan haciendo desfiguros que los dejan muy mal parados. Y de los reyes, poderosos y gobernantes, no todos cumplen con el concepto de elegancia tal cual. Entre los distinguidos  se recuerda al Duque de Windsor, tan elegante en todo que apostó por la integridad abdicando a un trono por amor. Y entre los políticos sobresale Barak Obama, quien sabe vestir, moverse, actuar, hablar y hasta sonreír con elegancia.  De los famosos, Audrey Hepburn, sigue siendo reconocida por su estilo y entre las vivas, Carolina Herrera y Carolina de Mónaco, son referentes mundiales.        

 Desde siempre, para los apóstoles del buen gusto todos los detalles cuentan: la cantidad y la esencia del perfume, la forma de masticar en pequeños bocados evitando la glotonería, pues afirman que a un elegante se le conoce por su forma de comer. Pero la elegancia es algo más que comer y perfumarse, diría Ortega y Gasset, es una virtud humana, el arte de elegir bien. Elegancia es armonía. Y en ello cuenta lo mismo la esencia que la apariencia. Ser puntuales, respetuosos, saber relacionarse bien con los demás, hablar con propiedad, tener conocimiento, vestir de acuerdo a la ocasión… 

Con todo, la mayoría de los especialistas están de acuerdo que para ser elegante primero hay que ser buena persona. Y de ahí partir. Luego entonces hay que empezar por cultivar el interior, sin eso, no hay marca que valga.