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La cultura en un jardín

Haber sido feliz, haber tocado el viviente jardín, siquiera un día. Jorge Luis Borges

En mis tiempos de servidora pública, algunas personas señalaban mi ser “jardinera” como algo disparatado con el trabajo cultural. Nunca me dolieron los juicios al respecto, porque si de algo me siento orgullosa es de practicar la siembra y el cultivo, literal y metafóricamente hablando. Además la palabra cultura deriva etimológicamente de “cultivo”, lo que nos recuerda lo profundamente enlazado que está el cultivo de la tierra con el del espíritu: “De igual manera que labrar la tierra da forma al entorno físico con el propósito de obtener frutos, la cultura transforma la realidad para dotarla de sentido”. 

Entre natura y cultura he vivido. De eso estoy hecha, acompañada siempre por mis libros y mis flores, con todas las rosas y las espinas que ello implica; porque a veces la siembra se pierde y el saber duele. Pero creo firmemente que en la siembra de la tierra, en el cultivo de un jardín, hay también filosofía. Ya lo dijo Foucault: “el jardín es la parcela más pequeña del mundo y es por otro lado la totalidad del mundo”. Todo eso pensé hace unos días que tuve el enorme privilegio de volver a la huasteca, ese paraíso natural de verdes infinitos enlazado con una cultura rica y fascinante. Recorrer esa región con mi madre, alimentarnos con las delicias de la tierra, admirar las flores, contemplar el arte, conocer y reconocer su gente; es un regalo de la vida que agradezco profundamente.

La cultura en un jardín

No sé si usted conozca la huasteca, si ha estado en esos pueblos encantadores que como jardines nos ofrecen alegría y solaz espiritual. En su lado potosino, Tamuín por ejemplo con su impresionante y fértil zona arqueológica llamada Tamtoc, un lugar pleno de significados dentro de la cultura huasteca. Y también está Aquismón, con sus espectaculares caídas de agua, su maravilloso sótano de las golondrinas y la presencia de comunidades nativas plenas de sabiduría. Además está  Axtla, con su fama de buenos curanderos, cúpulas multicolores y también naturalmente asombroso.

De no perderse las nieves de Huehuetlán, de lichi especialmente, aunque hay muchos y deliciosos sabores más. Ahí saboreamos las nieves y después llegamos a Xilitla, denominado pueblo mágico por muchos motivos. Basta mirar la niebla en esa Sierra Gorda de profundos verdes y coloridas orquídeas  para sentir la magia. Además “El Hostal del café”, un pequeño y bello hotel de grandes y buenos amigos es también un jardín, donde los enormes helechos, las begonias y las piñanonas entran por las ventanas con el divino aroma del café local.  

Y hablando de jardines, el emblemático en Xilitla es el portentoso jardín escultórico de Edward James, considerado como uno de los más bellos del mundo. Si usted no lo conoce, más vale haga maletas y vaya a verlo que la vida es corta. Lo he visitado varias veces y cada vez con mayor asombro y placer. Pocos espacios como ese jardín para demostrar los vínculos entre arte y naturaleza. Subir, bajar, perderse en sus verdes laberintos de cascadas y piedras es una experiencia extraordinaria. Las imponentes esculturas recreando el imaginario de una época en una fascinante  instalación surrealista plena de magia. El prodigioso  jardín que el creador aristócrata inglés Edward James construyó a lo largo de 25 años, para enlazar magistralmente natura y cultura. “No un paraíso romántico, sino más bien un universo de anarquía, una celebración del color y la forma”, como señalan los especialistas.

James cultivó su jardín como quería Voltaire, pero no sé si imaginó el enorme patrimonio que le dejó a Xilitla, pues el pueblo mágico no sería lo mismo sin el sueño vivo del excéntrico artista. Porque el jardín en la selva y la casa castillo de James le dan a Xilitla un valor añadido al de por sí enorme patrimonio cultural. Y ahora se suma el Museo Leonora Carrington, otra exponente del surrealismo, amiga de James, que desde hace un año tiene un maravilloso espacio de exhibición para su fascinante obra. Un museo bellísimo que refleja la descentralización cultural  y la voluntad política de invertir en los territorios del espíritu. Desde aquí mi reconocimiento a mi amigo Armando Herrera, Secretario de Cultura de San Luis Potosí, quien además de tener una trayectoria impresionante en el quehacer cultural, tuvo la visión y la capacidad de gestión para hacer realidad un significativo museo que nos habla de un proceso cultural integral para uno de los más bellos pueblos mágicos del país.

La cultura es un jardín, la huasteca es un jardín, la vida es un jardín; con todo y las malas hierbas, porque sabemos que aun de la podredumbre, puede surgir belleza. El desafío es seguir sembrando, en la tierra y en el alma. “Y que me halle la muerte sembrando coles, indiferente a ella”; diría mi admirado Montaigne. Así quiero yo…