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Del poder y otros demonios…

El infierno está vacío y todos los diablos están aquí. -William Shakespeare

No, si el poder no siempre se goza, muchas veces se sufre; dicen que decía hace muchos años un altivo gobernante en un lugar de la patria de cuyo nombre no me acuerdo. Aquejado por negras pesadillas en un ambiente convulso y violento, el jactancioso líder, a quien la mayoría temía; despertaba  casi todos los días con la boca seca, paralizado por el miedo. Sólo sus más cercanos conocían esa debilidad extrema, especialmente su esposa y era precisamente ella quien le impulsaba a levantarse y seguir “sirviendo” con enjundia a su pueblo.

Y en efecto, nadie imaginaba que el poderoso mandamás, conocido por sus maquiavélicas estrategias para inducir miedo en la gente, fuera a su vez dominado por ese feroz demonio interno. Representante conspicuo de un estilo de mando autoritario y muchas veces despiadado, alguno de sus subordinados afirmaban que “de la manera más tranquila, el jefe podía disponer, hasta con indiferencia, de la vida y la suerte de los demás”. Pero ni en sus tiempos de más poder, cuando todos le aplaudían al pasar casi con reverencia, logró disipar el miedo que llevaba dentro, esa premonición que se cumpliría con la debacle de quien se creyó invencible. 

Del poder y otros demonios…

Nadie escapa a los demonios del poder, afirman. Hacen pagar caro el gozo de sentirse como reyes durante algunos años. Para muestra los tantos diarios personales de personajes públicos que dejaron constancia de las facturas cobradas por el poder. Y eso puede ser igual para los tiranos más crueles que para los buenos gobernantes. Nelson Mandela, respetado como uno de los mejores líderes en el mundo, confiesa en el libro “El legado de Mandela”, las muchas veces que padeció heridas, que pasó miedo, pero hizo siempre lo posible por dominarlo: “aprendí que la valentía no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el miedo”. 

Ni los grandes tiranos, ni los mejores guerreros se salvan de ser pasados a cuentas de alguna u otra manera: enfermedades, violencia, traiciones, pérdidas, derrotas. Todo eso y más les llega igual que a los simples mortales. El mismísimo Napoleón Bonaparte, quien en su momento fue el emperador más poderoso, el estratega más eficaz, recibió golpes demoledores en su ánimo durante su primer exilio en la isla de Elba y peor aún, con la muy amarga derrota final en Waterloo. Los estudiosos de su psique, señalan la terrible angustia que el corso sintió al verse perdido, confinado por segunda vez en una “isla vergonzosa”, como llamó a Santa Elena, el espacio donde padeció el frío viento del destierro hasta su muerte.

Pero si alguien puede representar los demonios del poder es Hitler. Porque fueron precisamente sus demonios interiores los que en gran parte desataron una guerra con funestas consecuencias para la humanidad. Sus biógrafos señalan que Hitler tenía en su carácter un cúmulo de resentimientos inagotable. Mentiroso compulsivo, su megalomanía fue creciendo hasta que en 1941, según los médicos ya presentaba todos los rasgos claves del “síndrome de  hybris”. Ese mal que nubla la razón de los poderosos y les hace interpretar equivocadamente la realidad sintiéndose invencibles, casi dioses. Así la experiencia del poder en el nefasto Hitler, que desencadenó grandes cambios en sus estados mentales,  provocándolo primero a dirigir acciones terribles contra millones de personas y después cometer errores y abrir frentes políticos y militares que lo llevaron a la derrota y finalmente al suicidio en Berlín en 1945.

En el libro de David Owen, “En el poder y en la enfermedad”, que por cierto no me canso nunca de consultar, el autor señala que los estados mentales de Hitler han sido motivo de muchos y diversos estudios y debates. Henry Murray, experto de la Universidad de Harvard diagnosticó en Hitler: histeria, paranoia, esquizofrenia, tendencias edípicas, autodegradación  y “sifilifobia”, definida esta como terror a contaminar la sangre en el contacto sexual. Por su parte Walter Langer, reconocido psicoanalista, apuntó hacia traumas infantiles relacionados con la sexualidad. El miedo común a todos los hombres de perder virilidad y que en su caso se asociaba a su conocida “monorquidia”, pues el megalómano Hitler había nacido con un solo testículo. Además es conocido su ser hipocondriaco, su recurrente insomnio y  pérdida del equilibrio, consecuencia de sus tímpanos rotos por la explosión de una bomba que empeoró sus terrores, su paranoia, lo que le llevó a usar cocaína. Al final pasó a la posteridad como “la encarnación del mal político”.

Así pues, la historia nos enseña que desde el más grande tirano hasta los caciques de pueblo, pueden ser atacados por los mismos demonios, por el mal de la hybris que oscurece su razón y termina devorándolos. Hybris y Némesis. Soberbia que se paga con muerte. Ya lo dijo Goethe: “todo el que aspira al poder, ya ha vendido su alma al diablo”.