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El cultivo del hambre

Las escenas dantescas de los niños africanos en los puros huesos, agonizando de inanición

Las escenas dantescas de los niños africanos en los puros huesos, agonizando de inanición; de los peques de Centroamérica esclavizados, maltratados y abandonados; de los miles de muertos en el Mediterráneo tratando de huir del hambre, la guerra y la barbarie impuesta por medio de las armas, se olvidan pronto ante la preocupación de los próceres del capitalismo salvaje, que ven en riesgo sus escandalosas ganancias.

Cuando alguien trata de racionalizar, de humanizar la aberrante acumulación de la riqueza, que no puede darse de otra forma que mediante la explotación inicua del ser humano, de inmediato se levantan voces airadas de protesta y de alarma, que antes no se hicieron presentes cuando millones de seres humanos han caído como moscas por falta de alimento, de agua, de sanidad y apoyo, precisamente en época de abundancia.

El cultivo del hambre

Como pretexto para justificar los genocidios que se vienen dando por acción, omisión y permisión, se hace referencia a las teorías de Malthus, quien aseguró que en algún momento la población sería tan grande que los recursos de la tierra sería insuficientes para darle alimentación y vivienda; teorías éstas que se han venido cayendo a pedazos cuando se mira aumentar por igual tanto la producción alimentaria como la avaricia.

Decía Piporro que aquella marrana, la mazorca que no se la comía la meaba; igual pasa con los potentados que prefieren tirar al mar sus cosechas de trigo antes que darlas para paliar la hambruna de los pueblos afectados por el hombre y por la naturaleza. En el libro de libros, se hace referencia a esta indiferencia del ser humano ante el sufrimiento y el dolor ajeno: “El barbecho de los pobres tiene mucho de comer, pero es barrido por la injusticia”. Igual al refrán preferido de bien vendido o bien podrido.

Hace quince años, durante la Cumbre mundial de la Alimentación, se dijo que: “Los conflictos armados son enemigos de la seguridad alimentaria. Hay una correlación demostrada entre la exposición de los países a conflictos externos o internos y el deterioro o el estancamiento a largo plazo de su seguridad alimentaria. Casi todos los conflictos, y especialmente los conflictos internos que han llegado a ser el modelo dominante de violencia en gran escala, afectan sobre todo a las zonas rurales y a sus poblaciones”. Se dijo y se remachó; pero, fue como un colosal dialogo de sordomudos.

Durante la conclusiones de la mesa “Los conflictos y la inseguridad alimentaria’, se concluyó que los hechos violentos: “Perturban la producción de alimentos debido a la destrucción material y al saqueo de cultivos y ganado, cosechas y reservas alimentarias; impiden y desalientan la agricultura; interrumpen las vías de comunicación a través de las cuales se realizan los intercambios de alimentos y se transporta incluso el socorro humanitario; destruyen el capital de las explotaciones agrícolas, obligan a enrolarse a varones jóvenes y sanos, apartándoles del trabajo agrícola, y suprimen ocupaciones que generan ingresos”. Los resultados son claros.

Por ello, cuando se pretende desligar la economía del contexto en que ha logrado crecer a niveles sin precedentes, despojando a las mayorías de los frutos legítimos de su trabajo, los magnates ponen el grito en el cielo y se desgarran las vestiduras clamando al cielo justicia. Justicia es lo que hace falta. Toda las legislaciones del mundo, sin importar tendencias, banderas o colores, hablan de la necesidad de dar a cada quien lo que le corresponde como la piedra angular del andamiaje de la justicia.

Sin una adecuada retribución del trabajo, y una equilibrada distribución de sus frutos, no puede hablarse de justicia, sino de abuso e iniquidad. En la Constitución mexicana se habla de que los salarios deben ser suficiente para cubrir las necesidades básica de una familia; pero, nomás lo dice. Como respuesta, ¡los conflictos crecen!