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Crece la desigualdad

Aunque varios indicadores señalan que la América Latina es la región del mundo en que más se ha abatido la desigualdad del ingreso salarial

Aunque varios indicadores señalan que la América Latina es la región del mundo en que más se ha abatido la desigualdad del ingreso salarial, esto no se refleja en México, donde persiste una política oficial que tiende a deprimir el ingreso de quienes sólo tienen sus manos para ganar la gorda, disque para no provocar el crecimiento de la inflación y con ello perturbar la buena digestión de los magnates que son los ganones.

Cuando las cifras oficiales hablan de crecimiento económico no se refieren a mayores ingresos para la población en general, sino del crecimiento de las grandes fortunas que se han amasado despojando a los demás de su legitimo derecho a un salario justo, como lo establece la Constitución (cuando menos eso no lo han borrado), y como rezan los más laxos cánones de la economía. Unos ganan todo y los otros ponen todo.

Crece la desigualdad

Un informe reciente de Oxfam asegura que: “Entre 2002 y 2015, las fortunas de los multimillonarios de América Latina crecieron en promedio un 21% anual, es decir, un aumento seis veces superior al del PIB de la región. Gran parte de esta riqueza se mantiene en el extranjero, en paraísos fiscales, lo que significa que una gran parte de los beneficios del crecimiento de América Latina está siendo acaparada por un pequeño número de personas muy ricas, a costa de los pobres y de la clase media”.

Si la desigualdad en el subcontinente indiano es alta, más es en México, cuyos líderes se empeñan en seguir siendo el cabús de los países desarrollados porque ello deja un enorme cúmulo de recursos a la clase dorada. En el texto Estudios Económicos 2017, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo señala que: “La asimetría entre ricos y pobres en México es la más grande entre los países de la OCDE (después de impuestos y transferencias). El 10% más rico de la población en México gana 20 veces más que el 10% más pobre, en tanto que en los países de la OCDE el promedio es de cerca de 8 veces más. Los más dramático es que la desigualdad no disminuye, crece.

El informe hace notar, además que: “En todos los países de la OCDE, el gasto social actualmente está en sus máximos niveles históricos, después de incrementarse considerablemente en respuesta a la recesión de 2009; mientras que en México aumentó solo marginalmente. Esas necesidades exigen un gasto social mayor y mejor focalizado, aprobar una norma de gasto podría apoyar esa política”. Ya basta de juego.

Los estudiosos del organismo explican que hubo un gran optimismo cuando, en 2012, se firmó el pacto que llevarían a la implementación de una ambiciosa reforma laboral que incluía el seguro de desempleo y la pensión universal, similar a la que se había establecido previamente en la Ciudad de México por el gobierno local; iniciativa que se autorizó parcialmente en la Cámara de Diputados, pero que fue definitivamente parada en la de senadores, donde debió analizarse y aprobarse desde abril del 2014.

Un lugar común de las instancias oficiales que se oponen al mejoramiento substancial del ingreso de los trabajadores, es el que se refiere a la competitividad, lo cual no pasa de ser una de las tantas trampas vocales, porque la capacidad laboral y el desempeño de los trabajadores mexicanos en la industria, el comercio y la prestación de los servicios, son proverbiales y ampliamente reconocidos, por encima de los salarios.

En lo que no han querido parar mientes es en los niveles de competitividad de las empresas, que siguen operando con altos niveles de ineficiencia y con tecnologías obsoletas que no les permiten concurrir con ventaja a los mercados internacionales. Si las instancias de gobierno estimularan la productividad y competitividad empresarial, dejando de subsidiar a las empresas ineficientes o desfasadas y reforzara las políticas antimonopolio, de reconversión tecnológica y de combate a la evasión fiscal, no habría necesidad de cargar todas las pulgas al can más famélico, que al caso es el trabajador.

Si se avanzara más y con mayor dinamismo en la reforma educativa, no con los viejos instrumentos del gis y el pizarrón; sino con la incorporación de las nuevas técnicas y avanzadas dinámicas del aprendizaje, más y mejores resultados se tendrían para tener mano de obra altamente calificada y con iniciativa propia para lograr la optimización.

El triangulo del éxito se completaría con una verdadera reforma fiscal que como dice la Constitución, lograra que los impuestos fueran justo y proporcionales para que todos paguen, paguen menos y el Estado tenga más.

Las fórmulas son simples y sencillas y otros países de la América Latina las han aplicado con éxito.