El ombligo de la luna

Fue muy sabroso el debate entre los doctores Gutierre Tibón y Juan Luna Cárdenas acerca del significado de la palabra México. Uno sostenía que en lengua náhuatl era ‘el ombligo de la luna’, y así fue aceptado por mucho tiempo; sin embargo, el otro explicó con datos precisos obtenidos de vestigios aztecas, que, realmente, significaba el lugar de los metzikah, adoradores de metztli (la luna). Anoche ocurrió el primes eclipse de luna.
El oscurecimiento del astro dador de vida, que lució sorprendentemente esplendoroso, resultó coincidente con los días que viven México y los mexicanos, también sumidos en la oscuridad de la incertidumbre, la impotencia y el dominio de una camarilla soberbia con tintes de aristocracia. Como dijo don Juan de la Granja en el siglo XVIII, “no hay quien sepa mandar, ni quien quiera obedecer”. El eclipse de México resulta inexorable.
Luego del enorme despilfarro de recursos durante la primera década de la centuria y de la irresponsabilidad con que se llevó hasta las últimas consecuencia la entrega del país a los intereses de la plutocracia universal amafiada con los magnates locales, cuando en todo el planeta soplaban los vientos que habría de arrastrar el proyecto del capitalismo globalizado y que el papel del Estado frente a la economía no puede quedarse en mero observador, sino que debe intervenir como gánate del interés de la sociedad, hay crisis.
Una crisis que no responde ni corresponde a las algaradas del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, aunque si esté alimentada por las tendencias globales que van hacia el nacionalismo y la protección de la economía interna, dos de las políticas que permitieron el crecimiento de México y el desarrollo de su población durante la mayor parte del siglo XX, de las que abjuraron los muchachos educados en las universidades de los Estados Unidos bajo la ortodoxia inflexible del libre mercado, que no es genuina.
En los tiempos en que Carlos Salinas inició el desmantelamiento del Estado mexicano, en Francia, el gobierno de Mitterrand nacionalizó la banca y las once industria más importantes, sobre todo la farmacéutica, la cibernética, las telecomunicaciones, la del acero y otras, para lograr una rápida recuperación de su planta productiva y convertirse en un sólido puntal de la economía europea. La nacionalizada más reciente fue la eléctrica.
Completada la obra de Salinas a través de sus testaferros, México tiene en estos días una economía totalmente dependiente del exterior. La industria nacional quebró por las importaciones que, con la triangulación comercial, son una competencia inicua, a la que no es posible enfrentar. La formación de capital humano sigue en veremos, con una educación anclada en el más remoto pretérito, que en vez de fomentar la iniciativa de las nuevas generaciones, la neutraliza. Lo peor es que no existe señal alguna de que los responsables de conducir los destinos del país estén conscientes del eclipse de México.
Siguen los mandos oficiales pendientes de las puntadas de Trump, deshojando la margarita de que ‘lo pago, no lo pago’. Siguen pensando y actuando bajo el esquema que a puro chaleco impusieron al país. No les ha amanecido de la borrachera de soberbia por aquel ‘mexican moment’ que pagaron en una revista extranjera. Piensa el delfín Videgaray que a fuerza de buena voluntad va a lograr que Estados Unidos no construya la muralla.
Son incapaces de entender que el planeta está concretando un cambio gestado desde hace muchos años. Un cambio que no es con o por Trump; un cambio que, como el caso de Francia y sus nacionalizaciones, viene de lejos y tiene que ver con la humanización de la economía; que se fundamenta en la justicia social que no es otra cosa que la justa retribución del trabajo. Lo más dramático de este eclipse del ombligo de la luna es que, aún cuando lograra un rayito de luz penetrar en el cacumen de los políticos, el arreglo de los perjuicios se antoja improbable por cuanto los cimientos han sido minados.
El ombligo de la luna sí requería de reformas estructurales; pero, hacia delante, no para atrás; no cumplir con el mal augurio de Gurría, de que la era de Salinas habría de durar 25 años.
25 años de un eclipse que va para más.




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