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El hambre genera violencia

Comprobado está que la historia es cíclica (lo que no se repite es el hecho histórico). En México, en 1810, se inició la Guerra de Independencia, no contra los españoles, sino contra las castas privilegiadas que engordaban a costa de la miseria de las masas; en 1910, prendió la Revolución Mexicana en pos de la justicia social (los pobres también comen). En este inició de centuria, se acerva la violencia o se pacta en paz, no hay de otra.

Los fabricantes y traficantes de armas se han encargado de que haya abundancia de instrumentos de muerte en el territorio mexicano, con ello buscan que la cuarta llamada sea como el gatopardo: que las cosas cambien para que todo siga igual. Aprendida la lección de los dos siglos anteriores, los adalides del capitalismo salvaje se han adelantado en la provocación de una guerra que nada tenga que ver con la vindicación social y que involucre otros fenómenos como la migración o el comercio de enervantes. 

El hambre genera violencia

Hay que decirlo claro, esta guerra es por dinero, cuanto más, mejor. Sin embrago, la voluntad de unos cuantos no puede torcer el curso de la historia: tarde o temprano, como ocurrió con Francisco Villa y Emiliano Zapata, los gavilleros habrán de convertirse en revolucionarios. La transformación social, que Nietzsche pronosticó cuando dijo que las masas eran camellos que, en un momento dado, habría de transformarse en leones para terminan en niños, creadores de un nuevo orden, continúa con el apoyo popular.

Dentro, con la llegada del régimen de la Cuarta Transformación, se han dado pasos importantes para conjurar la violencia social. Tal vez el instrumento más eficaz sea el la comunión de pueblo y gobierno, que hacía muchos lustros que no se veía en esta tierra.

Tan ambicioso es el proyecto de gobierno, que los poderes fácticos al ver amenazados sus nichos de dominio, han puesto en marcha una demoledora campaña de resistencia, desinformación y contraataque que han logrado prender en no pocas mentes obtusas.

Fuera, han aumentado las presiones de todo género para que el Estado mexicano siga sometido a los caprichos del capitalismo salvaje y la globalización por medio de la cual se pretende acabar con todas las medidas de protección de la economía nacional. Oficial y extraoficialmente sigue el flujo de armas y parque a México. La industria bélica está en jauja a costa de la sangre que tiñe de rojo el territorio mexicano, cobijando la rapiña.

El 6 de noviembre de 1813, el Congreso de Anáhuac, legítimamente instalado en la ciudad de Chilpancingo, de la América Septentrional, declara solemnemente la independencia de estas tierras con respecto de las potencias de ultramar; a madiados del siglo XIX, se separó al Estado de la Iglesia; en 1913, un movimiento contrarrevolucionario encabezado por Félix Díaz, Bernardo Reyes y Victoriano Huerta, dio un golpe de Estado que terminó con el asesinato de Madero. Venustiano Carranza y Francisco Villa reanudaron la lucha hasta el triunfo de la revolución. En este 2019, se afianza el régimen democrático para la restauración del Estado mexicano de justicia social, o viene la revuelta histórica que se pretende evitar.

Hace doscientos años, el desenlace de la lucha fratricida fue la instauración de la República federal, representativa y popular que Guadalupe Victoria legó a los mexicanos, acendrando la libertad; hace 150 entraron en vigor las Leyes de Reforma; hace cien, fue la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, el documento social más avanzado de su época, en que se acrisola la justicia. ¿Podrán los mexicanos de estos días recobrar las glorias heredadas por las generaciones pasadas? ¿Sabrán conducir la transición o se ahogarán en sangre?

Desde la Grecia antigua ya se conocía el valor de la justicia distributiva, enunciada por Aristóteles. Justiniano, el emperador romano, caracterizó la justicia como el deseo constante y perenne de entregarle a cada uno de los que es debido. ¿Podrán los mexicanos hacer justicia, o ésta tendrá que salir de los cañones? El hambre es canija; pero. más el que la aguanta.