Editoriales

El Caballo Rojo

  • Por: FORTINO CISNEROS CALZADA
  • 07 ENERO 2016
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El Caballo Rojo

Pasadas las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes, en las que se proclamó el amor, la paz, el entendimiento y la concordia, viene la cruda realidad. El Caballo Rojo anunciado por el Apocalipsis en el Libro de las Revelación de San Juan, cabalga orondamente, llenando de muerte, llanto y pesar a la humanidad. La tregua de fin y principio de año no fue bastante para que el mensaje de esperanza del recién nacido inundara la voluntad.

“Imagina que no hay gloria,/ es fácil si lo intentas./ Sin infierno bajo nosotros,/ encima de nosotros, sólo el cielo”, dice la canción Imagine de John Lennon, en la que invita a imaginar un mundo en paz, sin fronteras ni divisiones de religión y nacionalidad, y la posibilidad de que la humanidad viva libre del afán de posesiones materiales. Un mundo en que la riqueza sea interior, desarrollando la mente y espíritu para ser un ser superior.

“Imagina a todo el mundo,/ viviendo el día a día.../ Imagina que no hay países,/ no es difícil hacerlo”. Que no existen personas cuya avidez de posesión los arrastre a dominar a otros, despojándolos de lo que legítimamente les pertenece; que no hay potencias con enfermizo afán de dominio que pretenden apoderarse del planeta para volver al hombre a la condición de esclavo; que no hay apóstoles que en aras de la fe proclamen el odio.

“Nada por lo que matar o morir,/ ni tampoco religión./ Imagina a toda el mundo,/ viviendo la vida en paz...” Un mundo en el que no se asesine a las personas ni a los pueblos; en el que los recursos sean utilizados para beneficio de la humanidad, sin los recelos que provoca la envidia, la avaricia y la codicia. Un mundo como lo pensó don Benito Juárez: “Entre los individuos y entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Un mundo en el que las armas enseñen su espantoso y atroz rostro de muerte.

“Puedes decir que soy un soñador,/ pero no soy el único./ Espero que algún día te unas a nosotros,/ y el mundo será uno solo”. El Caballo Rojo de los Cuatro Jinetes que anuncia el Apocalipsis va pregonando el inicio de la tercera guerra, de la que difícilmente podrá haber ganadores. Guerra que se alimenta con las 50 toneladas de armas y municiones que fueron enviadas por Estados Unidos a Siria; por los bombardeos a ese país por parte de Rusia; con las pruebas nucleares que realiza Corea del Norte; con el odio frenético.

“Imagina que no hay posesiones,/ me pregunto si puedes./ Sin necesidad de gula o hambruna,/ una hermandad de hombres./ Imagínate a todo el mundo,/ compartiendo el mundo...” El Papa Francisco ha tomado como divisa de su apostolado las palabras del pobrecito de Asís: “Yo, para vivir, necesito poco; y lo poco que necesito, lo necesito poco”. Antes, el bardo rebelde, Salvador Díaz Mirón, había escrito: “Sabedlo, soberanos y vasallos,/ próceres y mendigos:/ nadie tendrá derecho a lo superfluo/ mientras alguien carezca de lo estricto”. La acumulación de la riqueza es la enfermedad de estos tiempos.

“Puedes decir que soy un soñador,/ pero no soy el único./ Espero que algún día te unas a nosotros,/ y el mundo será uno solo”. La avaricia, tan común y tan destructiva, es una condición anormal de la personalidad, en la que el avaro desarrolla un rencor hacia sus semejantes a través de pensamientos y actos condenables, siempre con una enfermiza avidez de posesión de bienes materiales que ni siquiera tiene posibilidades de apreciar.

Hacer la guerra con afán de dominio, como hacen en este momento las potencias, que dedican sus recursos y bienes para la construcción de artefactos cada vez más eficaces en su capacidad de destrucción, es igual que escamotear al trabajador la parte que le corresponde en la generación de riqueza; dejar en el desamparo a niños y mujeres en el empeño de abaratar la mano de obra para conseguir más utilidades, lucrar con el dolor.

El Caballo Rojo es el primero de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis; sigue el Caballo Negro, que representa el hambre y la miseria; luego el Caballo Verde, que significa la enfermedad; para llegar al Caballo Blanco, que simboliza la muerte, siempre vencedora.   

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