Editoriales > ANÁLISIS

¿Dónde ha quedado, señor?

Al ver las escenas, difundidas por los medios, del robo de ganado de un tráiler accidentado en la autopista Isla-La Tinaja, en Veracruz, hasta donde llegaron alrededor de 100 habitantes de la región, quienes por la fuerza abrieron el contenedor del transporte y comenzaron a realizar actividades de rapiña, no hay forma de evitar preguntarse: ¿Qué le pasó a este país? 

Los ladrones amarraron las reses con mecates para jalarlas; pero, también destazaron algunas en el lugar.

¿Dónde ha quedado, señor?

La pregunta se reitera cuando se sabe más y más del robo de petróleo y sus derivados, que alcanzó tal sofisticación y complejidad, que no es delito simple; sino que tiene implicaciones más graves de cuyas dimensiones acaso no se sepa jamás. 

Y cuando aparecen los abusos de la casta dorada que no sólo se hizo de mulas a la mala con el robo directo al que agregó el escamoteo de la justa retribución del trabajo dejando, a la plebe sin comer para tener asiento entre grandes potentados.

Situaciones de esta naturaleza no son extrañas al pueblo mexicano, que debió sufrir los estragos de la encomienda luego de la Conquista, el privilegio de los peninsulares durante la Colonia, la expoliación durante el Primer Imperio, los abusos de su Alteza Serenísima, la sumisión a la Curia, la invasión propiciada por los conservadores para crear el Segundo Imperio Mexicano, la dictadura porfirista en que primero se mata y luego se averigua y el empoderamiento del capitalismo feroz.

De todas ellas salió avante la gran nación mexicana que durante la mayor parte del siglo XX fue el referente de justicia social y desarrollo compartido. No había ricos inmensamente ricos; pero, tampoco pobres tan pobres que no tuvieran qué comer. Tres décadas fueron suficientes para que los intereses mezquinos despojaran a los aborígenes hasta del modito de andar. Ahora, hay rapiña; pero, también, desmoralización generalizada que se observa en una actitud agresiva o indolente.

Fernando Buen Abad dijo en excelente artículo que: "Se sabe, desde siempre, que un modo (entre muchos combinados y desiguales) para derrotar a un enemigo u oponente, radica en hacerle perder todo lo que de confianza hubiere podido abrigar respecto a su victoria. 

Arrebatarle su certeza, su dignidad y sus destrezas convenciéndolo (antes, durante o después de la batalla) de su insolvencia, su pequeñez, sus complejos y su inferioridad: desmoralizarlo pues". Así ocurrió.

La desmoralización no se percibe únicamente a través del abatimiento y la dejadez; también se manifiesta en el abuso, la insolencia y la ausencia de responsabilidad social. 

El funcionario que establece normas incumplibles para sacar raja; el cajero que se vuelve especialista y no puede cobrar en farmacia los productos de higiene bucal, porque esos son de abarrotes, o el que cierra antes de la hora; el despachador que niega los productos al público y los reserva al acaparador.

Ante ello, ese pueblo desmoralizado tiene que ir en busca de su identidad. El planteamiento lo hizo Octavio Paz: ¿Somos chingones? ¿O hijos de la chingada? Lo chingón es ese México con sus hondas tradiciones, el no rajarse ante los problemas, su riqueza y su diversidad cultural. 

Se usa indistintamente a la chingada para decir que las cosas van mal o que las cosas están saliendo de la mejor manera. El mexicano es más coraje que inspiración porque, como bien reza el dicho: "El que es perico donde sea es verde". El Laberinto de la Soledad, un espejo que Paz puso a los mexicanos.

En el libro, publicado a mediados del siglo pasado, la imagen del padre se bifurca en la dualidad de patriarca y de macho. El patriarca protege, es bueno, es poderoso, es sabio. El macho es el hombre terrible, el chingón, el padre que se ha ido, que ha abandonado a la mujer e hijos. La imagen de la autoridad mexicana se inspira en estos dos extremos: el Señor Presidente y el Caudillo. Habría que decir, con ciertas licencias, que se puede definir al patriarca como el gobernante que rige con la ley en la mano, acatando la voluntad popular en  beneficio del pueblo; el caudillo es lo opuesto.

Aplicar la ley, restablecer el estado de derecho, es la angosta vía que tiene México para recobrar su esencia de pueblo civilizado, amable, hospitalario, que tanta fama le dio antes de la noche oscura del neoliberalismo