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Dadoras de vida

Científicamente, existe el dimoformismo sexual, en que especímenes de un sexo o de otro puede engendrar y procrear, inclusive sin necesidad de pareja. No es el caso del ser humano, en que la naturaleza sabia encomendó a la mujer el milagro de la maternidad con la cual se cumple cabalmente su esencia de creadora en su máxima esplendor. No es casualidad que la filosofía haya entendido y la filología confirmado el concepto de Madre Natura-Madre Tierra. 

La madre naturaleza es origen y sustento de la vida. Todo estuvo conformado para que los elementos primigenios dieran lugar, mediante una serie de combinaciones prodigiosas, a la vida; primero, muy simple, con rudimentarios caracteres que ya enunciaban los tres instintos que son comunes a toda forma de vida: de conservación, de reproducción y de asociación; luego, más complejos, hasta llegar a la especie humana, caracterizada por la consciencia.

Dadoras de vida

La madre tierra fue el sustento, el útero en que se conformó la vida y posteriormente el regazo donde los seres vivos pudieron cumplir cabalmente en ciclo de la existencia, que hasta hace poso se resumía en nacer, crecer, reproducirse y morir; pero que, ha venido a hacer más complejo en cuento el hombre ha introducido sus propios sistemas creativos y ya hasta genera vida en un tubo de ensayo y produce inteligencia artificial a partir de las ciencias electrónicas. 

En México fueron abundantes, prolijos e interesantes los estudios acerca de la madre y su papel fundamental en la sociedad y en la conformación de la nación que fue vanguardia en los avances más notables que ha tenido el hombre. Por hablar sólo del México independiente, habría que señalar los afanes libertarios de doña Josefa Ortiz de Domínguez y de doña Leona Vicario, ambas damas nobles no tanto por la alcurnia de su linaje, sino por su gran entrega.

Luego, durante la Reforma, ¿quién podría olvidar a doña Margarita Maza de Juárez?, cuyas encendidas virtudes hicieron más grande la obra del gran benemérito, aportando el amor que ayudó a vencer los grandes obstáculos, primero de las resistencias al cambio que significó la separación de la Iglesia del Estado, y luego la férrea defensa de la República que Juárez recuperó para la posteridad, además de su entrega tan amorosa como dramática a sus hijos.

En la Revolución, fue Carmen Serdán la precursora del llamado a la armas, ofrendando su vida junto con su hermano Aquiles, en Puebla. La primera revolución social del siglo XX, con su gran bagaje de justicia social, ya no tuvo heroínas de prosapia, sino hartas valientes mujeres que acompañaron s sus Juanes en la guerra, cargando el fusil, el tambache y a los hijos paridos y creados en el fragor de las batallas. Esas Adelitas, esas Jesusitas, esas Marietas fueron las madres de la nación que emergió en el panorama mundial con la nueva propuesta vindicatoria. 

Quizá fue por ello que uno de los primeros objetivos del capitalismo salvaje, el neoliberalismo montado en el brioso corcel de la globalización, sacó a la mujer del hogar, no para lanzarla a la gran aventura de ser dueña de su propio destino, como fue Cornelia, para quien su hijos eran las joyas más preciadas, o María, quien aceptó el enorme sacrificio de entregar al hijo de sus entrañas para el sacrificio mayor ocurrido entre las burlas y el escarnio, o la gran Cleopatra.

No, fueron arrancadas de si mismas para convertirlas en mano de obra barata y luego en esos fantasmas que recorren el territorio nacional en busca de sus hijos, escarbando la tierra con las uñas para encontrar un poco de paz y de consuelo. Se han convertido, nuevamente, en las víctimas propicias del becerro de oro, ante el cual se sacrifican todos sus afanes y sus sueños. Hoy, la madre será, una vez, más el pretexto para el consumismo desenfrenado, y nada más.

Quizá cuando se hayan librado las colosales batallas que esperan al pueblo mexicano para librarse de la opresión y de la explotación, la madre vuelva a colocarse en el sitial de honor que merece como creadora de la humanidad, como súmmum del amor y de la entrega. Quizá cuando la economía recobre su sentido humanista y vuelva a ponerse el servicio del hombre nuevamente se reconozca y se encumbre la tarea de la creadora y sustentadora de la vida.

De Miguel de Unamuno: Madre, llévame a la cama./ Madre, llévame a la cama,/ que no me tengo de pie./ Ven, hijo, Dios te bendiga/ y no te dejes caer. No te vayas de mi lado,/ cántame el cantar aquél./ Me lo cantaba mi madre;/ de mocita lo olvidé,/ cuando te apreté a mis pechos/ contigo lo recordé. ¿Qué dice el cantar, mi madre,/ qué dice el cantar aquél?/ No dice, hijo mío, reza,/ reza palabras de miel; reza palabras de ensueño/ que nada dicen sin él. ¿Estás aquí, madre mía?/ porque no te logro ver.../ Estoy aquí, con tu sueño; duerme, hijo mío, con fe.