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A 50 años del gran mito VII

Don Gustavo Díaz Ordaz, hombre de temple, pasó sus últimos años apesadumbrado, tanto por las acusaciones en su contra que lo señalaban de genocida, tan falsas como una moneda de 2.50, como por su decisión de romper con las reglas del Sistema Político Mexicano a la hora de escoger a sus sucesor. Su culpa, su gran culpa, fue haber decidido con el corazón y no con la cabeza.

El gran presidente que se mantuvo firme y sereno ante la ONU para exigir la proscripción de las armas nucleares en la América Latina, ante la OEA para evitar la invasión de Cuba y ante las potencias que le exigían sumisión, se vio acosado y agredido. Sin miramiento alguno, la prensa insistía en achacarle la responsabilidad del genocidio que nunca existió. Cuando recibió el nombramiento de embajador de México en España, un reportero le preguntó de la masacre.

A 50 años del gran mito VII

El respondió fastidiado: “Disiento totalmente del criterio muy personal de usted de que hay un hecho que ensombreció la historia de México. Hay un hecho que ensombreció la historia de unos cuantos hogares mexicanos…Rechazo totalmente que hubiera un México antes de Tlatelolco y otro después de Tlatelolco. Ni con el pensamiento se violó la autonomía universitaria”.

Con respeto del texto que publicó Octavio Paz y acerca de su renuncia como embajador, dijo: “Me da mucha risa. Se erige en juez de acontecimientos que no presencio. Dice que yo soy responsable único; seguramente debe tener muchos datos, debió haber realizado una exhaustiva, minuciosa, agotadora investigación o habló sin ningún fundamento. ¿Renunció? ¡Nombre que va a renunciar!; muy cómodamente dejó la embajada plenipotenciaria en la India y pidió que se le pusiera a disposición para seguir cobrando dentro de la burocracia, ya en el país.  Menciona centenares de muertos, desgraciadamente hubo algunos, no centenares, tengo entendido que pasaron de treinta y no llegaron a cuarenta, entre soldados, alborotadores y curiosos”.

Ante la insistencia del reportero, explicó: “Se dirá que es muy fácil ocultar o disminuir; yo emplazo a cualquiera que tenga el valor de sus propias opiniones, y sostenga que fueron centenares, a que rinda alguna prueba, aunque no sea directa o concluyente; nos podría bastar con lo siguiente: que nos haga la lista con los nombres. Podrán decir, como se ha dicho en otras ocasiones que se quisieron desaparecer los cadáveres, que se ocultaron, que se enterraron clandestinamente, que se incineraron, eso es fácil. No es fácil hacerlo impunemente, pero es fácil hacerlo; pero, los nombres no se pueden desaparecer. Un nombre, que lo pongan ahí. Ese nombre, cuando desapareció corresponde a un hombre, a un ser humano, que dejo un hueco en una familia: hay una novia sin su novio, una madre sin su hijo, una hermana sin su hermano, un padre sin su hijo, hay un banco en la escuela que está vacío, hay un lugar en el taller, en la fábrica, en el campo, que quedó vacío. ¡Ah!, porque lo estoy emplazando a que hagan la lista; pero, esa lista no va a ser de nombres inventados, que cojan dos, tres páginas del directorio telefónico. Vamos a comprobar ese nombre a qué hombre correspondía y dónde dejó un hueco; ese hueco  no se puede destruir. Cuando se trata de cubrir un hueco de esos, se agranda. Porque para que no quede el hueco en la familia, habría que acabar con la familia”.

Don Gustavo concluyó diciendo: “Es absurdo, y luego, recordar que el comandante de las fuerzas militares fue el primero que cayó, y a los primeros disparos, y que  no iba blandiendo su arma, que además hubiera sido lógico y natural. Iba con un megáfono en la mano, llamando a la concordia, al orden y a la serenidad: “Venimos como amigos, no venido a atacar, venimos para darles garantías a todos”, y cayó atravesado por la espalda. Con una trayectoria claramente vertical, tres balas recibió y una de ellas, la más grave, que le atravesó los pulmones y la pleura (vive por suerte para nosotros), le entró muy cerca del cuello y le salió hasta el final del tronco; y de los caídos, dolosamente caídos, esa tarde, la mayor parte tenía trayectoria clara de arriba a hacia abajo”.

(Continuará).