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A 50 años del gran mito (V)

En apoyo a la crónica de Luis González de Alba, el periodista Francisco Ortiz Pinchetti publicó un texto en el portal digital Sin Embargo en octubre del 2016, en el que señala que: “Yo estuve en el tercer piso del edificio Chihuahua aquella tarde infausta. Era entonces un reportero freelance y como tal colaboraba con una revista quincenal Gente, y con el semanario Jueves de Excélsior. González de Alba, que tenía justo mi misma edad, era un universitario que terminaba la carrera de Piscología en la UNAM y figura prominente del Consejo Nacional de Huelga. Estuvimos en la misma terraza y vivimos la misma experiencia, quizá separados apenas por tres o cuatro metros. Nunca sin embargo nos conocimos personalmente”.

Luego hace notar la coincidencia entre lo que observó personalmente y lo que escribió Luis en su libro. Explica que: “Algo fundamental es el que no puede hablarse de un ‘genocidio’ y que el Ejército no fue a matar estudiantes, sino a dispersar la manifestación. En este sentido no hablaría tampoco de una ‘masacre’, pues no hubo esa intención. Soldados y estudiantes fueron víctimas de una emboscada”. 

A 50 años del gran mito (V)

Pinchetti, escribió: “Compartimos tres datos que me parecen centrales. Uno: Inmediatamente que un par de cohetones sale por detrás del edificio de la Cancillería –y no desde el helicóptero que efectivamente sobrevolaba la plaza– y dos luces de bengala verdes descienden lentamente frente al templo de Santiago, individuos vestidos de civil armados con pistolas toman la terraza del tercer piso y someten a estudiantes y periodistas que ahí nos encontrábamos. Era clara su intención de aprehender a todos los líderes del movimiento, que supuestamente estarían presidiendo el mitin, lo cual no era así.

Dos: Los primeros disparos fueron hechos desde la propia terraza del Chihuahua por esos individuos vestidos de civil que portaban un guante o un pañuelo blanco en la mano izquierda y que después sabríamos eran integrantes del Batallón Olimpia. Escribí en mi crónica: -Los hombres armados nos ordenan acostarnos sobre el piso, con las manos en la nuca. Al hacerlo veo como uno de ellos, armado con una pistola escuadra, dispara hacia abajo varias veces. Hacia el gentío, supongo. Son los suyos los primeros balazos-. Después de eso se desató la balacera.

El tercer dato esencial es el evidente pánico que se apoderó de nuestros captores ante la respuesta del Ejército, cuyas ametralladoras barrían el edificio, piso por piso. -Me vuelvo y observo que varios de ellos, sin dejar de apuntarnos, agitan una mano, mostrándola hacia el exterior a través de un trozo abierto de la terraza. ¡Blanco!, ¡blanco!, ¡blanco!, gritan y vuelven a gritar-, escribí”.

En una entrevista realizada en 2002, el general en retiro Alberto Quintanar López, dijo que reconocía haber entrenado a 100 hombres (una compañía) de los cerca de mil 500 que integraron el Batallón Olimpia. 

Interesantes resultan sus declaraciones en el sentido de que: “Vi muchas cosas. Antecedentes históricos: la época era la de la famosa guerra fría: Rusia (Unión Soviética) contra Estados Unidos. Rusia invirtió mucho dinero en México y no lo sacan a relucir; no han dicho que se hizo un cerco (militar) no para proteger, sino para sacar información de la embajada rusa, en la que veíamos a los estudiantes que concurrían para recibir apoyo en dinero y propaganda. Existen y debe haber fatiga (reportes) de esa tropa que estuvo comisionada para ese cerco”.

''Hubo también cierto apoyo de Estados Unidos, en información, únicamente, porque Díaz Ordaz era un presidente detallista que sabía medir toda la relación internacional; nunca se entregó a Washington, pero sí aceptó la información que le estaban dando; no pidió armamento, pero sí pidió información”.

Del Batallón Olimpia, asegura que: “Este era un batallón especial que se formó básicamente por elementos de infantería, pero con apoyos para ataque y con apoyo logístico. Eran entre mil 500 y 2 mil hombres; casi era una brigada”. 

El penúltimo párrafo de Pinchetti dice: “Mi admirado colega y amigo Carlos Ferreyra Carrasco vivió como corresponsal el episodio debajo de una camioneta y a la sombra de una tanqueta -que disparaba su cañoncito contra las ventanas de los edificios-, en las inmediaciones de la plaza. Pudo ver cómo soldados protegían a los estudiantes y vio caer herido a un uniformado, que resultó ser el general José Hernández Toledo, comandante de paracaidistas. Estuvo luego en la Tercera Delegación, donde fueron llevaron los cadáveres. Y escribió que, -por testimonio personal puedo aseverar que sólo hubo algunos más de 30 muertos-. La lista de víctimas inscrita en un monumento colocado en la propia plaza, luego de convocar a los familiares, sólo incluye 28 nombres”.