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A 50 años del gran mito VI

En 1975, el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional en el régimen del presidente Gustavo Díaz Ordaz, dijo a Julio Scherer, por aquel entonces director del periódico Excélsior, que estaba escribiendo sus memorias acerca de los acontecimientos de 1968 y que, en su momento, se las haría llegar por medio de su hijo, Javier García Paniagua.

Fue hasta el 24 de marzo del 2000, seis meses después de la muerte del general, y a más de un año de distancia del fallecimiento de su vástago, que Javier García Morales, nieto de éste e hijo de Javier, entregó al periodista, ya para entonces director de la revista Proceso, un legajo de documentos y manuscritos con los pormenores del parte que había rendido García Barragán al general Lázaro Cárdenas.

A 50 años del gran mito VI

Las afirmaciones del general eran tan contundentes, tan sorprendentes, que Scherer las puso en conocimiento de Carlos Monsiváis, con quien acordó escribir el libro Parte de Guerra, Tlatelolco 1968, en que revelan lo dicho por el autor, trascriben algunos documentos y hacen sus propias interpretaciones.

Dos son las afirmaciones torales de García Barragán: que además de civiles desconocidos, fueron miembros del Estado Mayor Presidencial, vestidos de civil e identificados con un guante blanco, los que dispararon desde el edificio Chihuahua, en contra de la multitud, y que el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Javier Barros Sierra, alentó en vez de pacificar, los ánimos de los jóvenes estudiantes.

Scherer asumió como ciertas las supuestas afirmaciones del general; en cambio, Monsiváis dejó traslucir algunas dudas, no tanto porque García Barragán haya tenido la intención de mentir o de tergiversar los hechos a fin de librarse de alguna responsabilidad; sino, por la irregularidad de las circunstancias en que los documentos fueron a parar a manos del director de Proceso.

Efectivamente, quien debía entregarlos, Javier García Paniagua, tuvo un papel relevante en el ejercicio del poder político en los regímenes posteriores y hasta fue tentado con la posibilidad de ser el candidato del Partido Revolucionario Institucional a la Presidencia de la República desde la posición de secretario de Estado. (fue senador, titular de la Dirección Federal de Seguridad, secretario de la Reforma Agraria, presiente del PRI, secretario del Trabajo, jefe de Seguridad en el DF y director de la Lotería Nacional).

No es descartable, a la luz de la inferencia, reconocida por don Alfonso Reyes como una efectiva técnica de investigación histórica, que en los documentos haya habido la mano negra de un político resentido que no llegó a la Presidencia y que, finalmente, tampoco cumplió con la promesa que hizo su padre a un periodista de sus confianzas.

Parte del texto que se convirtió en libro dice: “La tarde del 2 de octubre, al presentarse el Ejército a darle apoyo a la policía preventiva, surgieron francotiradores de la población civil que acribillaron al Ejército y a los manifestantes. A éstos se sumaron oficiales del Estado Mayor Presidencial que una semana antes, como lo constatamos después, habían alquilado departamentos de los edificios que circundan la Plaza de las Tres Culturas y que de igual manera dispararon al Ejercito que a la población en general”.

Luego señala que estas conclusiones se derivan de los partes recibidos de sus subalternos presentes en el evento y de la confesión del mismísimo jefe del EMP, general Luis Gutiérrez Oropeza.

Posteriormente, al general afirma que en su presencia, el secretario de Gobernación, Luis Echeverría, dio instrucciones al rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Javier Barros Sierra para: “organizar una manifestación de alumnos y maestros de la universidad y el politécnico con el propósito de justificar ante la opinión pública la intervención de las fuerzas armadas; pero, el rector escuchó los cantos de las sirenas comunistas y creyéndose un héroe en verdad y tomando muy en serio su papel de caudillo prefabricado, cometió la insensatez de izar nuestra enseña patria a media asta como protesta por la supuesta agresión a la autonomía universitaria; procediendo también a rodearse de elementos contarios al régimen gubernamental y a plantear un verdadero problema estudiantil que creció en forma alarmante ante el desenlace del 2 de octubre de 1968”.

Muy jalado de los pelos, como pudo haber dicho Monsiváis.

(Continuará)