Editoriales > ANÁLISIS

A 50 años del gran mito III

México obtuvo la sede de los Juegos de la XIX Olimpiada en la sesión plenaria del Comité Olímpico Internacional, el 18 de octubre de 1963, en Baden-Baden, Alemania, bajo la presidencia de Avery Brundage. Compitió contra Detroit, Michigan, EU; Lyon, Francia y Buenos Aires, Argentina. Lo logró: “gracias al fenómeno denominado el Milagro Mexicano (estabilidad política, firme economía y libertades sociales)”.

Este es el punto de inflexión para explicar el Movimiento Estudiantil y los afanes desestabilizadores de potencias enfrascadas en la Guerra Fría. Durante ésta, los países capitalistas se dieron a la tarea de acabar con los regímenes legítimos que mostraban simpatías con el bloque soviético e imponer dictadores y hombres fuertes que favorecieran sus intereses; por el otro lado, los socialistas promovían la guerrilla como táctica de lucha en contra del imperialismo capitalista.

A 50 años del gran mito III

Además de los enfrentamientos reales, que costaron muchos miles de vidas, utilizaban el adoctrinamiento, la penetración social y política, y la propaganda en medios de comunicación. No pocos muchachos fueron becados en la Academia Militar de West Point (luego fueron sus prestigiosas universidades) para forjar a los líderes mexicanos del futuro y en la Universidad Patrice Lumumba de Moscú, para lo mismo. Periodistas ambiciosos fue adoctrinados en la idiosincrasia de las potencias.

Por ello, que un país del Tercer Mundo, que además se declaraba no alineado y que mostraba un sorprendente crecimiento económico, fuera sede de los Juegos Olímpicos y además se abriera al mundo para demostrar sus enormes logros, chocaba con la estrategia de los bloques en purga. Lo que el capitalismo y el comunismo prometían a cambio de sumisión, ya era una realidad en el país pujante que ocupaba los espacios preferentes en el escenario mundial de la educación, la cultura, las artes, la ciencia, la política y, desde luego, la economía.

En Los Símbolos Transparentes, Gonzalo Martré (Mario Trejo González, profesor y director de la Escuela Preparatoria Uno de la UNAM en el 68), dice a través de su personaje Humberto: “Reflexioné en ese momento que si bien no vivíamos en el paraíso, el mexicano no sufría persecuciones. Pensé también en la otra cara; el campesino y el obrero sometidos pacíficamente gracias a la gigantesca hábil deformación de la palabra ‘revolución’. La duda me llevó a creer que algo andaba mal, sin poderlo precisar, sólo intuyéndolo”. Ese mal era la inducción masiva de insatisfacción.

En las escuelas,  en los clubes, en las logias (sobre todo de jóvenes), en los sindicatos y, quizá con mayor vehemencia en los ámbitos intelectuales, se dejaba sentir una corriente crítica; un ansia de protagonismo superior a la honrada medianía, soporte del desarrollo fundamentado en la propuesta revolucionaria de justicia social. La Revolución Cubana, Fidel, el Che, los Kennedy, Martín Luther King, el movimiento hippie, las guerras de Corea, de Vietnam, los Sables de Argel, el mayo francés, etc., fascinaban.

Las protestas y demandas de los estudiantes mexicanos nada tenían que ver con las de los jóvenes de Estados Unidos que se manifestaban contra la Guerra de Vietnam y la penalización del uso de la mariguana, o la de los estudiantes y obreros franceses que hicieron la Revolución de París (El mayo francés transformó ideas y valores morales; pero, no cambió el poder ni el sistema). ¡Aquí se quería acabar con el sistema y minar a la autoridad constituida!

El pliego petitorio del Consejo General de Huelga era: Libertad de todos los presos políticos. Derogación del artículo 145 (disolución social) del Código Penal Federal. Desaparición del cuerpo de granaderos. Destitución de los jefes policiacos Luis Cueto y Raúl Mendiolea. Indemnización a las víctimas de los actos represivos. Deslinde de responsabilidades de los funcionarios involucrados en actos de violencia contra los estudiantes. Establecer un diálogo público entre autoridades y el CNH para negociar las peticiones (?).

(Continuará)