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A 50 años del gran mito II

Las singularidades del Sistema Político Mexicano resultaban opuestas a las tesis de la democracia capitalista por cuanto que su principal propuesta era la justicia social, esto es, la equitativa retribución del trabajo. Durante el largo periodo revolucionario, hubo permeabilidad social; por medio del camino que cada quien escogiera: política, economía, cultura, deporte, etc., se podía acceder a un mejor nivel de vida. El tránsito del México rural al México moderno fue terso.

El presidente Gustavo Díaz Ordaz, un hombre de excepcionales cualidades, reconoció que: “A los retos del México ancestral, se han venido a sumar los retos del México en acelerado desarrollo; por ello, es necesario mantener nuestra identidad en el cambio”. El SPM tenía reglas invariables, no siempre democráticas; pero, sí pertinentes. Los presidentes de la República debían ser de origen humilde y haberse encumbrado por sus propios méritos; debían tener una sólida carrera político-partidista y, por ninguna razón, debían permitir que el poder político cayera en manos del poder económico.

A 50 años del gran mito II

Como consecuencia, cada presidente elegía a su sucesor en el entendido de que debía tener las cualidades mencionadas, además de los atributos y la preparación para responder a los retos del momento. Don Adolfo Ruiz Cortines, sucesor de Miguel Alemán Valdez, escogió como su secretario del Trabajo al gobernador del Estado de México, Adolfo López Mateos, un funcionario que logró restablecer las buenas relaciones del sector patronal, favorecido por el alemanismo, con el sector laboral, conducido por Fidel Velázquez Sánchez, secretario general de la Confederación de Trabajadores de México.

No se trataba de que ambos sectores se acogieran a lo que la Ley Federal del Trabajo y demás ordenamientos nacionales e internacionales en la materia, dispusieran; sino, de que se estableciera una efectiva alianza entre los factores de la producción. El carisma, la bohemia y la facilidad de palabra del Lic. López Mateos, lo lograron. Por ello, Ruiz Cortines lo nombró su sucesor, llevando a Gustavo Díaz Ordaz como secretario de Gobernación.

Mientras López Mateos iba por el mundo proyectando la imagen del México moderno y dando brillo a las relaciones internacionales, Díaz Ordaz se encargaba de los asuntos internos del Estado mexicano. Entre los dos, el país se proyectó como una potencial mundial en el ámbito moral: la nacionalización de la industria eléctrica, la devolución de El Chamizal, la firma del Tratado de Tlatelolco de proscripción de las armas nucleares en la América Latina, el rechazo a la integración de una ‘fuerza multinacional para rescatar a Cuba’; la creación del Instituto Mexicano del Petróleo, del Instituto Mexicano de Protección a la Niñez, la obtención de la sede de los Juegos Olímpicos de 1968, etc.

Pero, además, el país crecía a un ritmo de entre el seis y siete por ciento con paz, estabilidad y desarrollo, mientras el mundo era convulsionado por la Guerra Fría entre las potencias capitalistas y comunistas que iban por el planeta sembrando muerte y destrucción. Un país que se identificaba como no alineado a ninguna potencia y que ha mantenido una posición de principios inmutables y válidos, como la igualdad soberana de los Estados, la no intervención y la autodeterminación de los pueblos, no podía existir. Díaz Ordaz y el Sistema Político Mexicano se convirtieron en el blanco del expansionismo imperialista.

La crisis de los misiles en Cuba, el fracaso de las guerras de liberación en Angola y el Congo y finalmente en Bolivia, encabezada por el comandante Che Guevara y la muerte de éste mismo en octubre de 1967; las manifestaciones de jóvenes en Estados Unidos contra la Guerra de Vietnam; en Francia de estudiantes y obreros por una reforma educativa y salarios justos, y la inestabilidad en el Medio Oriente, polarizaron a los jóvenes mexicanos soñadores, muchos de los cuales se convirtieron en carne de cañón.

(Continuará)