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Hay que pisar quedito

El cambio de régimen en México ha sido definido internacionalmente como una revolución pacífica y se hace necesario, casi imperativo, que así se entienda y que todos los actores con algún grado de protagonismo, en pro o en contra, asuman su responsabilidad por mantener un clima de estabilidad y paz que permita salir de los problemas que se ciernen sobre el país con el menor costo posible para ir, de inmediato, por la recuperación. Ya nada puede hacerse por volver al pasado, hay que ir adelante.

Queda claro que en un esfuerzo de la magnitud que se propuso el Movimiento de Regeneración Nacional, habrían de aparecer las resistencias y la oposición. ¿Quién quiere perder los privilegios que le permitieron tener una vida de lujos e irresponsabilidad sin más mérito que estar en el lugar preciso? Eso tenía que agotarse algún día, porque, afortunadamente, nada es eterno, ni los males ni los bienes. El tiempo de recoger las varas ha llegado y no a todos parece bien; pero, no hay otro camino por andar.

Hay que pisar quedito

Se puede bordar un poco en cuanto a si México llega a la Cuarta Transformación en el momento justo para poder sortear con éxito los efectos sanitarios y económicos generados por la pandemia y seguir adelante a pesar de los estragos provocados por las hordas neoliberales, especialmente en el Sector Salud, donde no dejaron piedra sobre piedra. La Gordillo puso a Yunes en la dirección del ISSSTE para que le entregara mensualmente 20 millones de pesos para su partido, independientemente del desvío de recursos para otros menesteres que financiaban el sostenimiento de la camarilla de pillos en el poder.

O, si la emergencia sanitaria ha permitido sacar a la luz todas las trapacerías de un sistema corrupto en el que el régimen político estaba al servicio de las mafias creadas por Salinas para saquear sin piedad al país y volver a los paisanos a las condiciones de esclavitud que vivieron en los tiempos de la Conquista o el porfirismo. Ya cuando se avance un poco en la gran tarea de restablecer en México el estado de derecho y que vuelva a brillar en el límpido cielo del Anáhuac el lucero refulgente de la justicia social podrán aclararse muchas de las contradicciones y la simulación que percudieron tanto a su imagen.

Por lo pronto, es ineludible que se contengan los vientos de la ira. En medio de la tormenta, siempre es mejor orar que maldecir. Recientemente, el Banco Mundial publicó que: “La fragilidad, el conflicto y la violencia constituyen un problema fundamental para el desarrollo que pone en peligro los esfuerzos por poner fin a la pobreza extrema y afecta tanto a los países de ingreso bajo como a los de ingreso mediano. Se prevé que el porcentaje de personas en situación de pobreza extrema en lugares afectados por conflictos alcanzará más del 50 % para 2030 y generan el 80 % de las necesidades humanitarias”. 

Esas cifras son dramáticas y obligan a los hombres de buena voluntad, de cualquier ideología, a evitar los conflictos y las confrontaciones que puedan derivar en la desestabilidad y la provocación como arietes que destrocen los anhelos de justicia de un pueblo que ha mostrado una gran resistencia a los enfrentamientos que destruyan la unidad nacional, en riesgo por los poderosos intereses que tienen la mano metida en las riquezas del país y que desean que el territorio siga siendo una gran maquiladora.

Desde antes de la aparición del Coronavirus y su rápida propagación, el BM encontró que: “El cambio climático, el aumento de la desigualdad, los cambios demográficos, las nuevas tecnologías, los flujos financieros ilícitos y otras tendencias mundiales también pueden crear riesgos de fragilidad. Tanto los países de ingreso bajo como los de ingreso mediano se ven afectados por estos riesgos. El Grupo del Banco Mundial enfoca su atención en abordarlos, y para ello pone énfasis en la prevención y en la adopción de medidas en forma temprana”. Como diría la famosa Paquita: “¿están oyendo, inútiles?”.

Se necesita tener muy percudida el alma para no entender que, al margen de las ideologías (muchas de ella agarradas al pasar, sin siquiera entender su filosofía profunda), está la existencia de México como una nación justa, noble y soberana, de donde ha surgido la chispa que prendió la llama de momentos estelares que ha vivido la humanidad, como la libertad en la Independencia, la justicia en la Reforma y la justicia social en la Revolución Mexicana. Habría que ser muy vil para querer un México en llamas.

Los emisarios del pasado que persisten en ser maravillas, cuando ahora ni sobra son, están obligados a dejar la escena a otros personajes en la gran obra de la historia nacional que tantos lauros contiene.