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Golpe de Estado

Los golpes de Estado, esto es, la ruptura del orden constitucional y la toma del poder público por parte de las fuerzas armadas, no es un evento circunstancial ni peregrino. Históricamente, son el resultado de una serie de estrategias previas en que se unen intereses de la más disímbola naturaleza, todos con el propósito de abatir a un enemigo común que impide la continuidad de un régimen que provee de gran cantidad de privilegios a una cúpula que gravita sobre una estructura social a la que premia con migajas.

En Centro y Sudamérica han sido frecuentes los golpes de Estado, principalmente durante la Guerra Fría en la que se enfrascaron las dos súper potencias en su afán de dominar al mundo: la URSS y los EU. De hecho, las decisiones políticas del subcontinente, se tomaban en Washington. En México se dio este intervencionismo durante la primera etapa de la Revolución Mexicana, cuando, luego de derrocar al presidente Porfirio Díaz, el vecino del norte patrocinó la asonada de Huerta y la muerte de Madero.

Golpe de Estado

Pero, el golpe de Estado que se convirtió en el parteaguas de la historia reciente, fue el que asestó el general Augusto Pinochet en contra del gobierno legítimamente electo del presidente Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, a partir del cual, el mundo ya no fue el mismo. Pinochet fue instrumento del capitalismo salvaje para poner en práctica las recomendaciones de Milton Friedman, convirtiendo a Chile en un laboratorio económico, político y social de nivel planetario. De ahí surge el neoliberalismo.

El marco previo para este evento, según registra la historia, fue la estrategia Nixon-Kissinger, para estrangular la economía de Chile. Los bancos congelaron los créditos y el gobierno retuvo la ayuda económica. El Banco Mundial y otras instituciones financieras internacionales dominadas por EU negaron el acceso al crédito. La ITT formó un comité de representantes de empresas estadounidenses para fraguar una estrategia contra Allende. Se enviaron agentes de la CIA a sabotear la economía y fomentar un movimiento de oposición contra el gobierno, como la huelga de camioneros y otras más. 

Así, no fue nada difícil que en la mañana del 11 de septiembre de 1973, los mandos de las Fuerzas Armadas y de Orden lograron rápidamente controlar gran parte del país, exigiendo la renuncia inmediata de Salvador Allende. Para la prensa local, contraria al presidente, e internacional, dominada por las agencias informativas procapitalistas, se trató de un ‘pronunciamiento militar contemplado en la propia ley que se expidió en ese momento’; para el resto del mundo fue un claro y simple golpe militar.

El caso es que las orientaciones de Milton Friedman, profesor e investigador de la Universidad de Chicago, matriz de la Universidad Católica de Chile, en su visita a Pinochet en 1975, y las reformas conocidas como ‘las siete modernizaciones’ de 1979, fueron las medidas más importantes de este modelo económico y social neoliberal hacia la construcción de la ‘sociedad libre’, centrada en un mercado libre de restricciones político-ideológicas: todo para la clase dominante político-económica.

La fórmula es tan simple que hasta parece chiste. El Estado debe garantizar que el capital predomine sobre el trabajo y que los empresarios gocen de toda clase de privilegios, inclusive el de esclavizar a sus trabajadores para obtener de ellos el máximo rendimiento con el menor costo posible. El éxito que tuvo el neoliberalismo en Chile, impuesto por las bayonetas que acribillaron a quien osara resistirse, fue tan grande que muy pronto lo aplicaron en sus respectivos países Margaret Thatcher y Ronald Reagan. 

A 47 años de este evento y a las puertas del ocaso del capitalismo salvaje que tanto daño ha hecho al mundo entero, es bueno hacer algunas reflexiones que permitan no tropezar dos veces con la misma piedra. Allende emprendió el cambio de régimen para ir al socialismo con apenas el 36.63 de los votos en las elecciones presidenciales, con un congreso con mayoría de oposición y enconada polarización de la sociedad; dejó al Ejército en manos de Pinochet, no pudo contrarrestar los efectos de los ‘mass media’ adversos.

El sacrificio de Salvador Allende, con quien los mexicanos simpatizaron siempre, deja una lección muy importante. Es como la de Francisco I. Madero, quien no supo prever la traición de su ministro de Guerra. De estas valiosas lecciones se han nutrido los pueblos que actualmente están bregando por volver al ser humano al centro de todos los afanes, haciendo de la política, la economía, la sociología y todo el conocimiento universal, un instrumento para el servicio del hombre y su único hábitat.