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Cultura, ¿para qué?

Con respeto y esperanza para los nuevos alcaldes, cabildos, funcionarios y Congreso en Tamaulipas 

Ha sido reconocido como el más grande conquistador de la historia.  Nunca nadie ganó tanto en tan poco tiempo. Triunfó en su primera batalla a los 16 y conquistó en menos de diez años todo el mundo conocido de su tiempo. Fue tanto su poder, su influencia, su fuerza,  su carisma, su apostura, su inteligencia; que fue también considerado como un hijo de los  dioses, como un Dios mismo.  Se llamó Alejandro de Macedonia, apodado Magno por la grandeza de su trayectoria. Nunca perdió una batalla y era respetado por afrontar "sin privilegios", todas las penalidades de la guerra. Pero más allá de sus hazañas bélicas, Alejandro poseía un marcado espíritu humanista. Educado nada menos que por el mismísimo Aristóteles, creía firmemente en la fuerza de los libros, tanto; que se dice dormía con un ejemplar de la Ilíada bajo su almohada.

Cultura, ¿para qué?

Influenciado por Aristóteles y por los relatos homéricos, reconocidos como fuente original de la cultura y pensamiento griegos, incluso de toda la civilización occidental; el invencible Alejandro entendió que no todo era guerra y reconoció el poder de la cultura como referente simbólico, fuerza integradora y garante de la memoria para la gloria de su imperio. En ese sentido, anheló "crear una humanidad universal" y construyó bellos teatros, majestuosos museos, significativas bibliotecas y promovió las letras. Así se convirtió en fundador de la cultura helénica que provocó fundamentales cambios artísticos y culturales para la humanidad, trascendiendo hasta nuestros días como referente humanista. Consciente de su mortalidad, Alejandro apostó a la excelencia cultural y su legado sigue vivo.

Como Alejandro, muchos hombres de poder a través de la historia, han creído en la cultura, incluso la han "usado" como factor de legitimidad y prestigio. Desde Pericles y los emperadores romanos, pasando por los Médici y luego los colonizadores, quienes "impusieron" su cultura a sangre y fuego en detrimento de la original, porque sabían que sin cultura se pierden identidades, arraigo, pertenencia. Procesos complejos y muchas veces dolorosos, donde también se ha padecido la barbarie y la furia destructiva contra los libros, códices, monumentos y  grandes obras maestras. Saqueos, incendios, depredación, muerte al arte y los artistas, perpetrados desde el poder en la inquisición, el nazismo, el fascismo, el estalinismo y numerosos ejemplos más.

Y luego está el menosprecio, el desdén, la falta de apoyo y la reducción de presupuestos al quehacer y los espacios culturales. Ya el célebre Víctor Hugo en su tiempo lo defendía en la tribuna parlamentaria francesa con un apasionado discurso frente a la propuesta de los ministros para recortar la financiación a la cultura y las artes: "Pero si quiero ardiente y apasionadamente el pan del obrero, el pan del trabajador, que es un hermano, quiero además del pan de la vida, el pan del pensamiento, que es también el pan de la vida. Quiero multiplicar el pan del espíritu como el pan del cuerpo". Y reafirmó que en tiempos de crisis habría que multiplicar las bibliotecas, los museos, los teatros. El escritor fustiga a una clase política miope que creyendo ahorrar dinero, deja morir la belleza: "Han caído ustedes en un error deplorable; han pensado que se ahorrarían dinero, pero lo que se ahorran es gloria". Ufff. 

No me alcanzaría la vida para enumerar las muchas veces que desde el gobierno, se ha atentado contra el arte y la cultura. Pero la historia también nos ha mostrado que nada ha podido vencerlos, porque las grandes manifestaciones del espíritu están hechas con partículas de eternidad. Por ello, la misma Ilíada que cobijó los sueños de Alejandro Magno, sigue alentando ahora a muchas jóvenes, que como las mujeres del canto homérico, esgrimen, entre el horror de las violencias, un obstinado amor por la vida. Por ello seguimos en colectivo, cantando las canciones y repitiendo los versos repetidos por nuestros abuelos. Pues "lo que permanece lo fundan los poetas", decía bien Holderlin.

Y yo mientras escribo me pregunto, como aquellos maestros que respecto a la historia se hicieron la interrogante hace unos años: Cultura, ¿para qué? Y entre muchas cosas reafirmo: para encontrarnos, para dialogar, para lograr acuerdos, para solucionar conflictos, para forjar comunidad, para gozar, para pensar y sentir, para generar memoria, para transformar escenarios, para integrarnos, construir ciudadanía, esperanza. La cultura, como todo cultivo, produce frutos y flores que alegran la vida, pero también le dan sentido. No podemos verla como ornato o como gasto superfluo porque sin ella no somos, no pensamos, no sentimos.

En días pasados, una decisión de poder afectó la gratuidad y el disfrute para todos, de espacios públicos en el sur de nuestro estado. Me duele profundamente imaginar que muchos de nosotros ya no estaremos para verlos libres otra vez. La esperanza me llega como casi siempre en los libros. Esta vez en Don Quijote; quien nos enseñó que "existen derrotas gloriosas, de las que con el tiempo pueden surgir grandes cosas". Tal vez el quehacer cultural sea, parafraseando al inolvidable Monsiváis: "la más victoriosa de las causas perdidas". Ahí radica su poder. Y su gloria.

¡Viva la cultura! 


Libertad García Cabriales

Libertad García Cabriales

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