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Vacuna para el mundo

Lo que está en juego no es la filantropía, sino si continuamos aceptando el paradigma neoliberal de la salud como una mercancía que los hospitales privados y las compañías de seguros médicos administran con grandes ganancias

CIUDAD DE MÉXICO 

Vacuna para el mundo

Cuando un amigo mío, interesado en la epidemia que estamos viviendo, vio este titular no leyó toda la noticia, publicada en la sección “ciencia” del periódico El País, pues no le resultó creíble que una persona de Honduras pudiera ofrecer una solución al mundo.

En la entrevista de Manuel Ansede para El País (6 enero, 2022) nos enteramos que Botazzi, nacida en Italia y criada en Honduras, es codirectora del Centro de Desarrollo de Vacunas y del prestigioso Baylor College of Medicine, ambas instituciones sin fines de lucro, ubicadas en el Texas Medical Center de Houston. Este Centro Médico, el más grande del mundo, cuenta no sólo con una cantidad impresionante de instalaciones clínicas para la atención al paciente (13 hospitales, dos escuelas de medicina y cuatro escuelas de enfermería), sino también con destacados equipos de investigadores en varias especialidades.

Ansede le pregunta a Botazzi por qué dice que la suya es “una vacuna para el mundo”, acaso “¿la de Pfizer, la de Moderna, la de AstraZeneca y la de Janssen no eran para el mundo?”. Ella responde: “Decimos que es para el mundo porque existe la capacidad de producirla a una escala suficiente para cubrir toda la necesidad mundial”. Y además porque no tiene patente. Esos dos elementos, la tecnología ya existente en otros países y el no tener patente, dan a esta vacuna, cuyo nombre es Corbevax, un carácter distinto.

Botazzi asegura que Corbevax, que se fabrica con un proceso que ya se utiliza desde hace décadas en multitud de lugares para hacer la vacuna contra la hepatitis B, tiene una eficacia de 90% ante covid y que se está ahora “confirmando la efectividad frente a la variante ómicron”.

Lo que cada día queda más claro es que, con covid, o nos vacunamos todas las personas o seguirán apareciendo variantes. Por eso el camino a seguir es abaratar los costos de producción y un paso fundamental es el de no cobrar las patentes.

El otro codirector del Centro de Desarrollo de Vacunas, Peter Hotez, ha calculado que se necesitan 9 mil millones de dosis para vacunar a todo el planeta Tierra. La empresa india BiologicalE es capaz de producir 100 millones de dosis mensuales, o sea, más de mil millones anuales. Y también las compañías Biofarma de Indonesia y la Icepta Pharmaceuticals de Bangladesh pueden hacer lo mismo, siguiendo con el rigor científico indispensable los protocolos establecidos. Y en la medida en que la vacunación avance irá produciendo un efecto “bola de nieve”.

En la entrevista que le realiza Ansede a Botazzi, el periodista de ciencia recuerda que los ingresos previstos para las multinacionales estadunidenses Pfizer y Moderna, más la alemana BioNTech, por las ventas de sus vacunas contra el coronavirus llegaron a 62 mil millones de euros en 2021. La investigadora señala que “hay que ser más altruistas”, pues estamos viviendo una situación de emergencia por la pandemia mundial.

Pero el problema de fondo no es el “altruismo”, sino el de si la salud es un derecho universal que hay que hacer realidad. No es ético tener segmentado el acceso a los servicios médicos en función de quién puede pagarlos. Esto no quiere decir que yo no valore los gestos altruistas que han rodeado y, más aún, fortalecido el desarrollo de esta vacuna sin patente. Pero el punto es otro. La entrevista de Ansede se inicia recordando que en 1953 el equipo del virólogo Jonas Salk obtuvo la primera vacuna contra el virus de la polio. Cuando le preguntaron en la televisión a Salk quién era el dueño de la patente, éste respondió con lo que Ansede califica una de las frases más famosas de la ciencia: “Bueno, yo diría que la gente. No hay patente. ¿Acaso se puede patentar el sol?”.

Hoy el neoliberalismo imperante ha contaminado todo y todo tiene precio y dueño.

La tradición del Centro de Desarrollo de Vacunas ha sido la de desarrollar vacunas para prevenir los problemas desatendidos en los países pobres, como las enfermedades tropicales. Botazzi dice que hay que “descolonizar” la producción de vacunas y esto supone que no se produzcan vacunas solamente en países de altos ingresos. Y justo eso es lo que hizo Cuba con la vacuna Abdala (ya autorizada por Cofepris) y también México con la vacuna Patria.

Botazzi comenta que para los 20 meses de trabajo que implicó la labor de investigación, producción y evaluación de esta vacuna, los gastos ascendieron a 5 millones de dólares, y fueron subvencionados con donativos altruistas, entre ellos los de una compañía que hace vodka. En cambio Pfizer y Moderna recibieron del gobierno estadunidense más de 2 y medio billones de dólares, o sea 2 mil millones y medio de dólares de apoyo para producir las vacunas que venden. La desproporción es brutal, como lo es la ilimitada voracidad de ganancia de esas farmacéuticas.

Pero, insisto, lo que está en juego no es la filantropía, sino si continuamos aceptando el paradigma neoliberal de la salud como una mercancía que los hospitales privados y las compañías de seguros médicos administran con grandes ganancias, y que ciertas instancias altruistas apoyan, o si pugnamos por que los servicios médicos y la salud sean verdaderamente derechos humanos. 



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