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El futuro es la inteligencia vegetal

El botánico Stefano Mancuso lleva años dedicado a mostrar que las plantas tienen una afilada inteligencia y una sofisticada sensibilidad: son organismos descentralizados que distribuyen por todo su cuerpo las funciones que los animales concentramos en órganos específicos

Stefano Mancuso, retratado en Madrid en 2023.El futuro es la inteligencia vegetal

Las plantas y los animales separaron sus destinos hace mucho tiempo. Ambas formas de vida procedían del agua. Las primeras, más pacíficas, optaron por la vida sedentaria. Se arraigaron al suelo y desarrollaron estrategias para alimentarse del sol. Los segundos, más inquietos, se dedicaron a la caza, a alimentarse de otros seres, plantas incluidas. Hoy, 600 millones de años después, la vida animal sigue dependiendo de la vida vegetal.

Y ambas del sol. Respiramos gracias al oxigeno que producen las plantas, nuestros alimentos y recursos energéticos son de origen vegetal, también nuestros medicamentos. La vida animal siempre ha dependido de la vida vegetal, que constituye más del 80% de la biomasa del planeta.

Todo esto es bien sabido. Lo que no lo es tanto es que las plantas, tan pasivas, tan a merced de sus depredadores, tienen una afilada inteligencia y una sofisticada sensibilidad. Un botánico calabrés lleva años dedicado a mostrarlo. Hasta ahora nos hemos servido de las plantas por lo que producen, es hora de empezar a escuchar lo que nos dicen, de sintonizar con la inteligencia vegetal, que es la que señala el camino hacia un futuro luminoso, frente a la artificial, cuyo horizonte es más bien sombrío y sórdido.

El diálogo con la inteligencia vegetal es muy antiguo. Las técnicas arcaicas de éxtasis y los viajes chamánicos se han imbuido de esa telúrica conversación desde hace milenios. Un diálogo que es posible porque las plantas, como nosotros, ven, oyen y razonan. Y no lo hacen con un órgano, sino con todo su cuerpo. La planta conoce el inframundo mediante sus raíces (el agua de la que venimos) y el mundo solar (el fuego que nos alimenta). Un ingenioso modo de sintetizar la luz le permite alimentarse del sol. Las culturas indígenas llevan inmersas en esa conversación mucho antes de que Sócrates practicara su célebre mayéutica. Hay plantas santas, que saben mucho y que tienen mucho que contar. Pero para escuchar lo que dicen lo primero es reconocer su inteligencia. La imaginación semítica occidental ha fomentado un mito: la superioridad humana sobre el resto de las especies. Hemos vivido en ese “filtro-burbuja” durante demasiado tiempo (dentro y fuera de internet todos vivimos en nuestra propia burbuja). Ha llegado el momento de reconocer una sensibilidad vegetal (superior a la animal) capaz no solo de percibir el entorno y analizar los recursos, sino de tomar decisiones. Muchas de ellas innovadoras.

  • La solución evolutiva de las plantas fue optar por un modelo descentralizado. Las plantas son organismos sin órganos. Una idea genial. Distribuyen por todo su cuerpo las funciones que los animales concentramos en órganos específicos. El motivo de esa decisión es sencillo: las plantas no se desplazan, viven arraigadas al suelo y no pueden huir de sus depredadores. Si un animal pierde el corazón o los ojos, muere o queda indefenso. Algo que no ocurre con la planta, que carece de órganos. O mejor, en la que todo es órgano (y sensibilidad). Nosotros respiramos con los pulmones, las plantas respiran con todo el cuerpo, oyen con todo el cuerpo, calculan (sí, calculan) con todo el cuerpo. De ahí que algunas plantas psicoactivas faciliten la experiencia de la unidad de todas las cosas. Su cuerpo es expresión de esa unidad, de ese todo cósmico u orgánico.

De este modo, las plantas pueden renunciar a partes importantes de su cuerpo sin que merme su funcionalidad. Son textos que admiten correcciones salvajes, supresiones de capítulos enteros. Precisamente porque no tienen un centro de control, resisten no solo a los depredadores, sino al fuego mismo. Hay plantas que toleran las llamas, como una palmera enana que crece en Sicilia. Un filósofo dijo que un árbol era fuego encapsulado. La llama no sería posible sin su madera. El fuego es uno de sus modos de expresión.

Las señas de identidad de la Tierra son la vegetación, las nubes y el agua. Una bandera verde, azul y blanca. Ningún otro planeta exhibe estos colores. La teoría de Gaia no es ingenua. La Tierra es lo que es debido a la acción de la vida en el planeta. Sin vida la Tierra sería una roca desnuda, una enana marrón. Y del mismo modo que el cuerpo humano tiene mecanismos para mantener estable su temperatura, el planeta, como un único ser vivo, es capaz de regular y estabilizar las oscilaciones de su cuerpo siempre cambiante. Los humanos seríamos una enfermedad de la piel, mientras que el manto vegetal y el agua de los océanos servirían para regular esa irritación.

Stefano Mancuso nos recuerda una de las principales ventajas del mundo vegetal sobre el humano. No posee burocracia, no hay funcionarios ni estructuras jerarquizadas. Las plantas no son centralistas, no tienen una sede central (cerebro) desde donde emitir órdenes de gobierno. Las organizaciones jerárquicas y centralizadas de la vida animal son siempre más vulnerables. Basta con matar al emperador para hacer que se tambalee una civilización. Los modelos organizativos de las plantas son difusos, descentralizados, repetitivos. Una mente extendida.


Apoyo mutuo

La idea de la naturaleza como un circo romano en que las especies compiten entre sí por la supremacía, tan del gusto de capitalismo global y la depredación financiera, es fruto de un profundo desconocimiento del funcionamiento de las comunidades naturales. Una vulgarización del pensamiento de Darwin muy extendida. Frente a las teorías supremacistas (y racistas) de la evolución competitiva y la lucha despiadada por la supervivencia, el naturalista y anarquista Piotr Kropotkin propuso el apoyo mutuo como factor decisivo de la evolución. Es la colaboración (y no la competición), el factor dominante en el éxito de las especies. Lynn Margulis ha profundizado en esta idea. Las células eucariotas son el resultado de la evolución de relaciones simbióticas entre bacterias. Un factor de enorme importancia para las formas de vida desarrolladas. Las células procariotas que componen las bacterias carecen de orgánulos internos y las funciones internas no se hallan compartimentadas. Mientras que las células eucariotas de plantas y animales sí los tienen (delimitados por membranas), y cada uno desempeña una función metabólica particular, siendo el más importante el núcleo, que contiene el ADN. Margulis sostiene que algunos de estos orgánulos celulares básicos como el cloroplasto (encargado de la fotosíntesis) y las mitocondrias (encargadas de la respiración celular) son el producto de una vieja simbiosis. Como en el Timeo de Platón, donde el animal humano vive dentro del animal cósmico, o en la idea de Pablo de Tarso (“en ti vivimos, nos movemos y existimos”), la teoría endosimbiótica de Margulis postula la colaboración entre dos organismos que viven uno dentro del otro. Una maravillosa demostración de la fuerza del apoyo mutuo, dice entusiasmado Mancuso. “Organismos simples que unen sus destinos y dan vida a un nuevo tipo de célula totalmente distinto cuya función supera la suma de sus componentes, hasta el punto de que se convierte en la base de la organización misma de plantas y animales”. Los líquenes, simbiosis entre un hongo y un alga, pueden vivir en la Antártida y en los desiertos más áridos del planeta. “El arte del vivir conjunto despliega admirables manifestaciones, desde la polinización hasta la defensa, desde la resistencia al estrés hasta la búsqueda de nutritivos, las plantas son las maestras indisputadas del apoyo mutuo”. Hongos que se asocian con raíces, árboles con hormigas, flores con abejorros.


Memoria e individuo

La memoria es un requisito fundamental no solo de la inteligencia, sino de aquello que denominamos individuo. Mancuso ha mostrado que las plantas no solo recuerdan impresiones del pasado, sino que son capaces de comunicarse entre sí, concebir estrategias de defensa y aprender de la experiencia del pasado. Un caso paradigmático de inteligencia sin cerebro. Podemos aprender mucho de las plantas, de su mente extendida o inteligencia descentralizada. Con su estructura modular reiterada, las plantas cuestionan la idea misma de individuo. Son un buen ejemplo de mente extendida. Vivimos dentro de una mente más amplia, hecha de percepción, memoria, intención y lenguaje. El individuo es un fenómeno superficial en la mente del mundo.

Según la etimología, un individuo es aquello que no se puede dividir en partes, algo que una planta puede hacer perfectamente. Para la planta dividir no significa destruir, sino multiplicar. Goethe ya identificó el fenómeno. Cada yema de cada árbol es una planta en sí misma. Un árbol, más que un individuo, es una familia. Según la genética, el individuo es aquello que posee un genoma estable en el espacio y en el tiempo. Pero en un mismo árbol pueden identificarse ramas mutantes y en una planta coexistir genomas diferentes.

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