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Cómo Wilkie Collins sembró las bases de la novela de suspense

‘La piedra lunar’ es una magistral intriga construida en torno al robo de un diamante

Wilkie Collins.Cómo Wilkie Collins sembró las bases de la novela de suspense

Recuerdo que La piedra lunar, la novela de Wilkie Collins, cayó en mis manos por casualidad un fin de semana frío y lluvioso de invierno. No exagero ni lo más mínimo si digo que su lectura me atrapó y que fui incapaz de interrumpirla más que para cenar y dormir unas horas hasta devorar las últimas páginas en las que se revuelve el misterio de la desaparición del diamante legado por su difunto tío a Rachel Verinder.

La obra, publicada en Londres en 1868, ha suscitado la fascinación de muchas generaciones de escritores hasta llegar a Jorge Luis Borges, que se declaró admirador del autor inglés y aseguró que la creación de Collins pertenece a «la estirpe de los libros inolvidables». T. S. Eliot afirmó que La piedra lunar era «la primera, más larga y la mejor de las modernas novelas de detectives en Inglaterra». Y Dorothy Sayers corroboró esta opinión al asegurar que se trata de «la mejor narración de suspense jamás escrita».

El mérito de Collins, íntimo amigo de Charles Dickens, es haber sentado las bases del género que luego seguirían autores como Conan Doyle, Gastón Leroux y Edgar Wallace, que tanto contribuirían décadas más tarde al éxito popular de este tipo de literatura.

La piedra lunar contiene todos los ingredientes que llegarían a formar parte de la llamada novela inglesa de suspense: una investigación policial que se enfrenta a obstáculos insalvables, numerosos sospechosos, pistas que confunden, la identidad misteriosa de algunos personajes y un enigma que hunde sus raíces en el pasado.

La trama, publicada en sucesivas entregas por la revista All the Year Round, dirigida por Dickens, se desarrolla en la Inglaterra victoriana. Rachel Verinder, su protagonista, recibe al cumplir 18 años un magnífico diamante de incalculable valor. Procede de su tío, un turbio oficial que había prestado servicio en la India, donde había robado esta piedra de carácter sagrado.

Rachel luce el valioso regalo en la fiesta de su aniversario, rodeada de invitados. Esa noche el diamante desaparece del dormitorio de la joven. Scotland Yard se persona unas horas después en la casa, pero Rachel se refugia en un inquietante mutismo a la vez que se investiga a una compañía de funambulistas que merodeaban por la mansión, que son acusados del robo. La trama se va complicando hasta el suicidio de una criada que se arroja a unas arenas movedizas. 

 

Collins y Dickens, inseparables

La acción está contada mediante el punto de vista de los testigos de la historia, empezando por el mayordomo, que es un confeso admirador de Robinson Crusoe, al igual que el propio Collins, que consigue tener en vilo al lector gracias a su habilidad narrativa y a los sorprendentes giros del relato.

La piedra lunar se ajusta en realidad a todos los estereotipos de los folletines de la época, pero Collins dibuja con perspicacia el carácter de sus personajes y logra crear una atmósfera de misterio que convierten a esta novela en una obra maestra, comparable a las grandes creaciones de Dickens.

Collins y Dickens se habían conocido en 1851 por mediación de un amigo común. Fue una especie de flechazo porque se convirtieron en inseparables. Dickens aconsejó a Collins y se convirtió en editor de sus obras. Los vínculos se estrecharon todavía más cuando el hermano menor del autor de La piedra lunar contrajo matrimonio con una hija de su mentor. 

Collins, hijo de un famoso pintor, vivió tres años en Italia cuando era adolescente. Empezó a trabajar en el comercio, pero pronto decidió dedicarse a escribir, siendo autor de veintisiete novelas, catorce obras de teatro y sesenta relatos. Diez años antes de la publicación de La piedra lunar, ya había obtenido el reconocimiento del público y de la crítica con La dama de blanco, construida en torno a la aparición de una misteriosa mujer en una historia de amor imposible.

Collins murió en 1889 y está enterrado en el cementerio londinense de Kensal Green, donde el epitafio de su modesta tumba le evoca como el autor de La dama de blanco, que le proporcionó fama y fortuna. Sus agradecidos lectores le siguen recordando con flores en su sepultura.



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