Rosa Beltrán, autora aguda y singular
De memoria, Rosa Beltrán cita uno de los microcuentos que escribió al mero inicio de su carrera, cuando, aún como estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, fue invitada a publicar en el suplemento Sábado del Unomásuno por uno de sus maestros, Huberto Batis
"Al grito de 'Yo no soy criada de nadie', Juanita abandonó el lecho conyugal. Volvió pronto, porque se había olvidado de tender la cama", recuerda, palabra por palabra, en entrevista.
Aquel microrrelato temprano, multicitado y célebre, ya prefiguraba algunos de lo temas fundamentales de la obra de Beltrán (Ciudad de México, 1960), cuyo humor punzante cuestiona las relaciones interpersonales, afectivas y de poder desde un feminismo declarado y un interés por reflejar la historia desde la óptica de las mujeres.
"Como ninguna otra escritora y escritor de su generación, ella sabe mirar nuestro tiempo con una agudeza singular", celebra su colega Mónica Lavín en la introducción al volumen de Material de Lectura de la UNAM dedicado a la escritora.
"Me atrevo a decir que en donde mejor se refleja esa mirada cargada de preguntas, suspicacia, malicia humorística y empatía humana es en el cuento y en la crónica", apunta también.
Recién nombrada titular de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, e integrante de la Academia Mexicana de la Lengua, Beltrán, además de cuentista, cronista y ensayista, es también autora de seis novelas, faceta que inició de forma meteórica con La corte de los ilusos, ganadora del Premio Planeta en 1995 y longseller que va por su novena edición.
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Como lo revela en su ensayo Cuando las palabras no eran las cosas, que este año será editado como libro, este trayecto literario no comenzó en las páginas.
"A diferencia de otros autores que comenzaron citando libros, en mi caso el primer acercamiento a la literatura lo tuve a través de la oralidad, a través de la voz de mi madre. Ella es una extraordinaria narradora oral", cuenta.
Desde niña la escuchaba narrar los sucesos más cotidianos de manera fantástica, incluso atemorizante, con frases como "vestida y alborotada" o "con una mano por delante y otra por detrás", que le resultaban tan intrigantes como incomprensibles.
"Con ella había una magia en todo lo que ocurría afuera porque tiende a exagerar, y la hipérbole es uno de los elementos básicos de la ficción; si al héroe no le pasa nada en su vida más que el hecho de haber tenido sarampión, pues no es un héroe, tiene que arrastrar grandes peligros y, con mi madre, eso siempre pasaba", celebra.
Esto, combinado con los ritos de su crianza católica, con todas las frases que se repiten en la misa y con los relatos de la vida de los santos, ya había sembrado en ella las bases del pensamiento literario.
"De manera que cuando llegué a los libros, ya tenía todo este bagaje, ya pensaba que el mundo no era exactamente lo que yo estaba viendo, y para mí ése es el centro de la literatura: saber que el pan no es pan y el vino no es vino, que se pueden nombrar de otra manera".
Nieta por vía materna del editor y coleccionista de Luis Álvarez y Álvarez de la Cadena, Beltrán siempre tuvo a la mano material de lectura, como parte de una familia que valoraba a los libros no sólo como objetos de divertimento.
"Pasé buena parte de mi infancia y de mi adolescencia leyendo, era una niña muy tímida, me daba miedo la gente, pero creo que también me aburría a veces. En cambio, los libros ni me daban miedo ni me aburrían, así que me refugiaba en ellos.
"Recuerdo la frase 'Niña, ya haz algo, deja de leer', como si leer fuera hacer nada; la recuerdo con frecuencia", relata.
La elección de estudiar Literatura Hispánica en la UNAM le resultó entonces tan clara y obvia que, cuando hizo el examen de admisión, dejó vacía la casilla de segunda opción de carrera.
La Facultad de Filosofía en los 80, recuerda, contaba con un grupo de profesores del exilio español, o de las dictaduras latinoamericanas, además de escritores mexicanos, que complementaban la enseñanza rigurosa de los clásicos con el descubrimiento de nuevas formas de narrar.
"El Boom (Latinoamericano) no lo leíamos dentro de las clases, no era parte del programa, ni tampoco la literatura de mujeres, pero, afortunadamente, tuve profesores que amaban con pasión la literatura y, por lo tanto, ellos nos acercaban más allá de lo que tenían que dar en la clase por la currícula", detalla.
Profesores como Batis, quien la invitó a ella y a sus colegas de clase a publicar en Sábado, o Federico Patán, quien reseñaba libros de autores noveles, impulsaron enormemente a esa nueva generación.
"Estamos hablando de jóvenes que tenían 20 años, que son esos jóvenes que fuimos cuando publicamos por primera vez. Esto ya tampoco sucede ahora. Y también hablamos de un momento de efervescencia de las revistas literarias, muchas revistas que nosotros hacíamos y que, seguramente, no tenían más de tres números, pero que hacíamos por pasión", rememora.
Este mismo empeño de inclusión y pasión por mostrar las diferentes formas de hacer literatura animaron la creación de Sólo Cuento y Crónica, dos colecciones capitaneadas por Beltrán en su tiempo como titular de Literatura UNAM (2008-2020), que se han vuelto referenciales de sus géneros.
Su propia carrera literaria, por otro lado, comenzó con un estallido al ganar en su primer intento, y con su primera novela, el Planeta. La corte de los ilusos se sitúa en el imperio de Agustín de Iturbide, con una multiplicidad de historias distintas sobre aquella fastuosa, pero finalmente ridícula, monarquía breve.
"Se convirtió en lo que los editores llaman un longseller. Jamás me imaginé que esto pudiera suceder, y me lo explico sólo porque, a través del tiempo, régimen tras régimen, seguimos reproduciendo el mismo esquema de poder, se llame como se llame", dice sobre el tema del libro.
En las novelas siguientes, Beltrán siguió indagando en la forma en la que la historia condiciona, o no, las historias de las personas.
En El paraíso que fuimos (2002), una familia clasemediera, cuyo hijo menor está obsesionado con convertirse un santo, se confronta con el absurdo de la vida moderna, mientras que en Alta infidelidad (2006), el problema de las relaciones amorosas queda evidenciado en la historia de un profesor de filosofía con tres parejas distintas.
Con Efectos secundarios (2011), Beltrán suelta una crítica al mercado editorial que vela sólo por intereses económicos con la historia de un presentador de libros profesional que, sumido en su propia lectura de los clásicos, tiene un encontronazo con el país violento en el que vive.
El cuerpo expuesto (2013), por otro lado, muestra la fascinación de la escritora con la teoría darwinista y lo que revela de las relaciones humanas.
Y su más reciente novela, Radicales libres (2021), es, a la vez, una continuación de los temas esbozados en su microficción "Liberación femenina" y una indagación sobre por qué escribe y para qué.
En ella, se muestra la historia de tres generaciones de mujeres a través de seis décadas, desde el pivotal año de 1968 hasta la pandemia de Covid-19, con una mirada siempre feminista.
"Ésa es la pregunta de la que parte: ¿Cómo se hace una escritora? ¿Cómo se hace ésta escritora? ¿Cómo se hizo a lo largo de estas seis décadas? ¿Por qué es tan importante el tiempo de narrar la microhistoria, la historia personal, e ir contando también el afuera, de qué manera los datos y lo que vas viviendo como experiencia están determinados por un horizonte histórico al que no se puede renunciar; a todos nos determina nuestra momento histórico y eso va a estar siempre metido en lo que escribimos", describe.
Con los pies siempre bien plantados en el presente, pero con plena consciencia de las luchas históricas que la precedieron y que ella continúa, plantea dos líneas principales para su gestión al frente de Cultura UNAM: "pospandemia" y "pospatriarcado".
En el camino que Beltrán y sus antecesoras trazan con sus obras y gestiones públicas, la Juanita de su microrrelato ya no le tiende la cama a nadie por obligación.