Prejuicios y estigmas... tejidos en torno al Sida
Pedro, agonía del enfermo terminal. Una enfermedad que cada vez produce más bajas en la humanidad…
Muy temprano tocaron a la puerta de la casa de Emilio. Al abrir se encontró con su amigo Javier que iba acompañado de un desconocido flaquísimo, casi en los puros huesos, con semblante cadavérico que revelaba una grave enfermedad.
- Tiene Sida, remató Javier a un desconcertado Emilio quien aún no lograba digerir la información anterior, dejándolo estupefacto.
En la cabeza de Emilio revoloteaban los prejuicios y estigmas tejidos en torno al Sida, y tener ahí, frente a él, a uno de los portadores de ese mal, a quien le pedían que le brindara alojamiento, no era cosa de tomarlo a la ligera. Sintió que se tambaleaba preso de un temor irracional, ante un peligro indefinido.
- Nadie lo quiere recibir, hasta su mamá lo echó de casa, fue el argumento que empezó a minar la resistencia de Emilio.
Los ojos del desconocido, que lo observaban intensamente desde la oquedad de su rostro de pómulos salidos y piel demacrada, le impactaron de tal manera que Emilio sólo atinó a decir -pasen-.
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Luego de darle a Emilio pormenores del tratamiento y cuidados de Pedro (así se llamaba el desconocido), Javier se despidió de ambos con un apretón de manos y un “sabía que podía contar contigo”, dirigido a su amigo.
Pedro ocupó una habitación y se mostraba agradecido, pero reservado, al percibir que Emilio trataba de ser amable y vencer el temor casi repulsivo que le ocasionaba su presencia, pero ya estaba acostumbrado al rechazo.
La casa era de dos plantas. Pedro fue alojado en un cuarto que daba al balcón. Ahí se sentaba en una butaca de madera y piel. Pasó largas horas observando la lejanía o cabizbajo, taciturno. Emilio atribuía esa conducta a su estado de salud, a la depresión de saber que la muerte lo rondaba.
Ya entrada la noche, más en confianza, con los temores guardados en el bolsillo, Emilio y Pedro entablaron una breve conversación.
Emilio se enteró que su huésped había sido luchador, de físico impresionante. Pedro le había mostrado fotos de años atrás, cuando era un personaje enmascarado, temido arriba y abajo del ring por su carácter violento y pendenciero.
Como todo luchador tenía suerte con las mujeres, una de las cuales le transmitió el virus del Sida, y él sin saber lo propaló entre sus fugaces aventuras sexuales, hasta que una tarde, durante un chequeo médico de rutina recibió la noticia, brutal, desquiciante, perturbadora, de que era portador del VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana) que ocasiona el Sida.
Su mundo se vino abajo, pues la noticia corrió como reguero de pólvora en las arenas de lucha y nunca lo volvieron a contratar, e incluso le prohibieron que visitara los gimnasios donde antes muchos iban a verlo entrenar y pedirle autógrafos, entre ellas muchas mujeres que buscaban otra cosa y comúnmente la encontraban porque, como Pedro decía “un favor de esos no se le puede negar a nadie”, pero a varias también les hizo el favor de transmitirles el virus.
Lo demás fue una serie recurrente de rechazos, hasta que Pedro acabó solo, en un cuartucho de vecindad, rodeado de gente de mala vida, a la que le daba igual convivir con quien fuera.
De ahí lo llevaron en malas condiciones de salud a un hospital. Luego fue transferido a un instituto fundado por un grupo de ayuda humanitaria que atiende casos de Sida y otras enfermedades en etapa terminal.
Ese organismo sólo proporciona tratamientos, no hospitaliza, ni alberga pacientes, pero busca donde los alberguen mientras los llevan a la granja. Así llegó a casa de Emilio.
De ese cuerpo forjado en la disciplina luchística no quedaban más que pellejos pegados a huesos.
Emilio se fue a dormir con los sentimientos removidos, hechos nudo, pero al despedirse no le dio la mano a Pedro.
Lo bueno es que la habitación de Pedro tenía baño independiente y eso eliminaba el riesgo de contagio, pensaba Emilio atacado por los prejuicios que giran en torno a esa enfermedad.
Al día a siguiente, al salir del trabajo, Javier no atinaba que lectura llevar a Pedro para que se entretuviera, porque le podían recordar cosas que lo hicieran deprimirse aún mas.
De pronto, en la librería vio una libreta de apuntes y la compró por instinto, también adquirió lapiceros y se los entregó a Emilio.
Emilio aceptó, porque Pedro se pasó toda la tarde y parte de la noche escribiendo sin parar, sentado en el balcón.
Antes de que Miguel se fuera a dormir, Pedro le entregó la libreta y le dijo que si quería podía leer lo que había escrito. Antes de retirarse a su habitación Pedro extendió la mano a Emilio y este lo saludó sin que ningún gesto de repulsión asomara a su rostro.
La primera línea decía: “Doy gracias a Dios por haber conocido a Emilio, porque me recibió en su casa cuando todos me corrían y porque me regaló una libreta donde puedo contar mis sueños…”
Emilio interrumpió la lectura porque algo se le rompió entre pecho y espalda. Ya no durmió, pasó la noche pensando en cosas que antes le eran indiferentes y en otras a las que se aferraba, como desesperado sin que tuvieran importancia.
Entre estas últimas vino a su mente su matrimonio recién disuelto, sin hijos engendrados.
Pensó en muchas cosas hasta que la madrugada lo sorprendió. Emilio se levantó, se bañó fue a trabajar. Ahí su exesposa se comunicó con él, proponiéndole verse en la noche, en un restaurante muy íntimo, pero que no llegara tarde, porque no lo iba a esperar ni un minuto.
Emilio olía la reconciliación, y aunque estaba un poco indeciso en reanudar la relación porque ella era muy impositiva decidió aceptar fijando la hora. Trabajó contento todo el día.
Al regresar a casa por la tarde, encontró a Pedro desvanecido en la cama, casi muerto, comunicándole éste que se encontraba así porque se le había acabado el bote de agua purificada y tomó agua de la llave, para no contaminar la que estaba en el refrigerador.
Eso le provocó a Pedro severas e intermitentes evacuaciones, que lo tenían al borde de la tumba.
Emilio lo llevó a un hospital. Los médicos procedieron a brindar la atención adecuada a Pedro luego de ser enterados que tenía Sida, en etapa terminal.
Pedro fue asistido en su convalecencia por Emilio, tal como le solicitaron los médicos ante el escaso personal de enfermería.
Las horas pasaron y de pronto Emilio se acordó de la cita con su ex y que no habría otra oportunidad, si la dejaba plantada.
Mientras fumaba un cigarrillo en el corredor exterior de la sala de cuidados intensivos Emilio se dijo a si mismo, justificándose: “Bueno, voy a verla, estoy con ella dos horas y luego regreso a seguir atendiendo a Pedro, así mato dos pájaros de un tiro”.
Cuando Emilio estaba por ingresar a la sala para decir a Pedro que iba a arreglar un asunto y que luego regresaba al hospital, se le acercó una enfermera.
- Me gustaría tener un amigo como tú, le dijo la enfermera.
- Todos traen a los pacientes terminales y los abandonan, sobre todo si tienen Sida, continuó la enfermera para luego retirarse.
La ex de Emilio se quedó plantada, sin ganas de volver a verlo.
Por la mañana del día siguiente, ya controladas las evacuaciones, Pedro fue dado de alta.
Al regresar a casa ambos durmieron profundamente varias horas, hasta que llegó Javier con compañeros del grupo humanitario, quienes improvisaron una reunión e intercambiaron experiencias.
Concluyeron la reunión con un canto de hermandad y abrazos. Emilio abrazó a todos, incluido Pedro, sin ese mal disimulado gesto de rechazo repulsivo, cuando se negó a darle la mano después de que platicaran por primera ocasión.
Una semana después llegó la noticia de que por la noche Pedro sería trasladado a la granja para enfermos terminales.
Al despedirse ambos el abrazo fue muy fuerte y prolongado, tanto que por un momento Pedro temió que sus huesos se fracturaran.
Pedro sacó de su mochila la libreta de apuntes y se la entregó a Emilio.
- Todo lo que está ahí lo escribí para ti, le dijo y luego se subió al autobús.
Pedro vio alejarse el autobús y con él los miedos, los estigmas a una enfermedad que cada vez produce más bajas en la humanidad.