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Una epifanía para cada día

La epifanía está en el rostro de los otros, incluso en el espejo E. Levinas

No sé cuándo la escuché por vez primera. Tal vez haya sido en una narración acerca de los Reyes Magos. No recuerdo cuántas veces la he repetido y tampoco cuántas la he vivido, pero epifanía es de mis palabra favoritas. Por su significado, pero también por su belleza sonora, por esto que siento sin poder describir al escribirla. Epifanía. El diccionario la define como una festividad  conmemorando la adoración de los tres magos, pero también la señala como una revelación, una manifestación, un fenómeno, una inspiración que marca algo importante.

Luego entonces, la epifanía, además de recordar el mensaje de la estrella de Belén y otros momentos cumbres del cristianismo, nos refiere a cualquier cosa que se revele de manera inesperada. En filosofía por ejemplo, la epifanía se remite a una profunda sensación de plenitud al comprender la esencia de algo, al acceder a la revelación de una verdad que parecía escondida Y aunque en México la usemos poco, en otros países tiene bastante uso para expresar eso que llega como caído del cielo para hacernos ver lo esencial. 

Una epifanía para cada día

Escribo epifanía y viene a mi memoria mi padre, mi amado mago, contándonos con lujo de detalles acerca del caballo, el elefante o a veces el camello, que había alcanzado a ver con sus “propios ojos” en nuestro jardín la madrugada del seis de enero. Un relato que repetí íntegro a mis queridos hijos y ahora a los adorados nietos que me han regalado lo mejor de su infancia: las sonrisas de la inocencia al recibir un regalo en el zapato. Y aunque poca gente crea ya en las epifanías y en los magos, yo todavía repito fervientemente la narración de mi padre porque en mi mente de niña pude ver claramente a Baltazar con su turbante blanco y su morral de regalos para todos los niños. 

Porque creo con el corazón que todo aquel que cuenta o escribe una historia para tocar el corazón de otro, es capaz de una epifanía. Como la bella Scherezada que contaba cada noche una historia para vivir. Y como el Nobel Camus que hace 60 años se fue pero nos dejó la manifestación viva de sus letras: “Lo que haría falta, no sólo amar a alguien sin pedirle nada, sino incluso amar a alguien que no nos diera nada”. O como Borges, que siendo ciego fue capaz de crear epifanías con su poesía: “Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios que me dio a la vez los libros y la noche”. Así también Rulfo quien nos reveló con Pedro Páramo imágenes entrañables de nuestra literatura: “Miraba caer las gotas iluminadas por los relámpagos, cada vez que respiraba suspiraba y cada vez que pensaba, pensaba en ti”.

Epifanía en las letras y también en los hechos. Porque hasta los más incrédulos pueden verlas si abren bien los ojos. Pero, ay, aun sabiendo que la tierra nos ofrece cada mañana una epifanía en el amanecer, existen locos haciendo la guerra sin piedad ni por sus hijos que viven bajo el mismo cielo que a todos nos alberga. Guerras pretendiendo opacar los prodigios de la vida que pese a todo se impone. Qué otro nombre si no puede darse a las apariciones de la Aurora Boreal que precisamente ahora iluminan el cielo en diversas partes del mundo con su prodigio de colores. Epifanía que sueño algún día contemplar, para eso compro lotería. Pura esperanza.

Epifanía cada sol de la mañana, cada luna que nos acuna y cada astro que nos recuerda el polvo de estrellas que llevamos todos. Aprender a esperar, a sentir, a valorar las epifanías es el desafío. Mientras escribo, vuelve a tocar mi ventana un pájaro plateado que desde hace más de una mes me visita diario por las mañanas repiqueteando con su pico, como queriendo revelarme algo. ¿Una epifanía?

Con todo, las más bellas epifanías se dan en lo humano, entre las personas, en los encuentros, en el amor, en la fe. Así con la sonrisa de los niños que amanecieron con la feliz inocencia en un zapato. Y así con los magos de la palabra como Jorge Luis Borges, quien todas las noches antes de dormir rezaba con su madre el Padrenuestro, cuando muchas veces presumió de ateo; por puro amor. Lo contó una mujer que lo presenció muchas veces, su sirvienta por más de cuarenta años. Y se llamaba Epifanía.

De mi parte yo les deseo a ustedes este 2020 una epifanía para cada día. Y mente y corazón para descubrirlas y sentirlas.