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Conjurar las llamas

Suave patria: inaccesible al deshonor, floreces. Ramón López Velarde

Desde hace algunos meses y por diversos medios, en nuestro país parece gestarse un ambiente desesperanzador basado lo mismo en expresiones mediáticas que en conflictos políticos y diatribas ciudadanas.  Especialistas en prospectiva, amantes de la chismografía  y hasta  gurús del tarot, señalan que México se dirige al desastre, una especie de “casa en llamas” a la que no le espera otra cosa que la ruina. Para basar sus dichos no les faltan argumentos: estancamiento económico, polarización social, conflictos políticos, inconformidad  empresarial, descontento en el campo, contrapuntos por el federalismo y una brutal espiral de violencia que parece incontrolable.

Por si fuera poco, amenaza Míster Trump y retiembla en sus centros la tierra. Qué si nos va a invadir, que si cumplirá sus advertencias, que si se aproxima una guerra.  Amenaza que en medio de la polarización social, se replica con magnitud de catástrofe por los agoreros del Apocalipsis. Y bueno, nadie en su sano juicio podría negar los graves problemas. Sería irresponsable  hacerlo, pero de eso a ver a nuestro país como un incendio generalizado, me parece desmesurado.  

Conjurar las llamas

Pues por graves, los problemas no son nuevos para México, porque históricamente el territorio ha padecido crisis de igual o peor proporción. Basta asomarse a nuestra historia para encontrarnos con mayores desgracias asolando nuestra tierra. Los enormes y ancestrales problemas que han sido motor  de guerras, guerrillas  e intervenciones con pérdidas irreparables. Para muestra la dolorosa herida de la guerra de intervención norteamericana en 1847, cuando se perdió más de la mitad de nuestro territorio. Pero hasta en esas graves crisis, nuestros antepasados afirmaron su patriotismo con valor y decisión para reconstruir desde los escombros. Cómo olvidar la grandeza de Juárez y su generación, que de un país fracturado y en bancarrota, amenazado por las grandes potencias, levantaron una República. 

Ahora,  bastante tiempo después, muchos refieren el México que vivimos como un desastre anunciado. Y todo ese rebumbio de malos presagios por tantos medios, han desatado tanta controversia y tanto pleito, que sabemos de grandes amigos, incluso familiares confrontados en medio de esta polarización recurrente.  Y el horno no está para bollos diría mi abuela, pues mucho de lo dicho lo padecemos, pero me niego a esperar “el incendio” de mi país como un destino manifiesto.  Sin duda hay causas para alzar la voz pero hay muchas otras que no merecen la confrontación y están afectando la convivencia. Además hay millones de buenas acciones que alientan la esperanza.

Piense usted en ello. Si nuestro país verdaderamente estuviera en llamas, ¿cuántas cosas salvaría? ¿Qué lugares, ciudades, construcciones, símbolos, qué personas rescataría usted del incendio? ¿Cree que valdría la pena salvar algo de esta nuestra gran casa?

Estoy segura encontraría usted mucho para rescatar: el paisaje grabado en su memoria, la calle donde aprendió andar en bicicleta, el lugar en el que encontró al amor de su vida, la casa donde vio crecer a sus hijos, el mercado, la iglesia, los verdes paisajes, las flores. Y si de personas se tratará, ¿cuántas salvaría de las llamas? ¿A su familia, a sus amigos, a quién? Porque sin duda hay muchísimas cosas y personas que sobrepasan por su valía a los problemas que nos rodean.

Por ellos, por esa gente, por esos lugares entrañables,  por la patria que florece pese a todo, debemos esforzarnos para evitar el incendio. A menos que usted sea de los que quiere y puede irse a  otro país, pero quienes no tenemos más que esta patria y la amamos, debemos asumir el compromiso. México requiere hoy más que nunca análisis serios y por supuesto críticos de sus problemas, pero también compromiso ciudadano para atemperar los ánimos y evitar la polarización que a todos daña. Todos podemos apoyar si hacemos bien lo que nos toca, con pasión y entrega, con inteligencia y creatividad, con amor y lealtad por nuestra tierra. Lo mismo el intendente que el presidente, el maestro que el campesino, el estudiante que el asistente, el analista que el terapista.

La Boétie nos enseñó a no apagar el fuego con agua sino dejar de alimentarlo con madera. Si queremos rescatar lo más amado, no podemos seguir alimentando el encono entre nosotros. Los gobiernos pasan, algunos con gloria, otros con pena, pero nosotros nos quedamos. Sólo unidos ante las grandes amenazas podemos salir adelante. Bueno sería en lugar de seguir echando más leña al fuego, unirnos para conjurar el miedo y seguir construyendo con amor nuestra patria.  

Aprender a convivir con nuestras diferencias es el desafío. Es tiempo de los acuerdos y el diálogo, del trabajo colectivo y actitudes generosas. Por nuestra tierra, por nuestra gente, por nuestros niños, es tiempo de caminar unidos. Solo así conjuraremos el incendio. Y no tenemos más patria, sólo una.